La Casa de los Perros: Zacatecas sigue aterrado… y los siete jóvenes desaparecidos

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

Los gritos de desesperación de los padres, amigos y familiares de los siete jóvenes secuestrados no calan en todos los oídos. El cerumen acumulado en dos años de nueva gobernanza no permite la entrada de nada que incomode. Sólo alabanzas, lisonjas y adulaciones, palabras que por lambisconas son siempre una mentira.

Hasta hoy, ni ocho horas de bloqueo de la carretera que conduce de Zacatecas a Villanueva, justo a la altura de la Unidad Regional de Seguridad (Unirse), ahí, en Malpaso, a menos de un kilómetro de donde se ubica el rancho El Potrerito, han permitido que Jorge Alberto René Ocón Acevedo, de 14 años, vuelva a su casa.

Jorge Alberto es el más joven de los siete secuestrados. Su madre espera volver sus ojos grandes de color café, acariciar su pelo castaño, rapado en los lados, y escuchar las palabras que de sus labios gruesos puedan salir.

Vestido con una chaqueta dorada, pantalones azules y zapatillas negras, Jorge Alberto fue sacado violentamente del lugar en el que, después de una pijamada, ya dormía. Hasta hoy nada, absolutamente nada de él se sabe.

Ni las pancartas ni las fotografías de los siete jóvenes, que con valentía portaron las familias durante el bloqueo lograron tentar ni un poco el corazón de Alejandro Vargas, comandante de la Undécima Zona Militar, a quien sólo le interesaba que nadie le alzara la voz.

Exigía se permitiera el paso a un convoy del Ejército que, según él, se uniría a la búsqueda de Héctor Alejandro Saucedo Acevedo, de tan sólo 17 años.

Vestido con una sudadera gris, pantalones azules y zapatillas blancas, Héctor Alejandro fue arrastrado por sus captores fuera de su hogar. De ojos color café y labios gruesos, el joven es delgado, tiene el cabello negro y lacio. Luce un tatuaje en un brazo, una cicatriz en la ceja y su sonrisa se adorna con unos brackets.

El lujo de violencia que civiles armados desplegaron durante el secuestro la madrugada del domingo en la comunidad de Malpaso no se compara con el dolor y la desesperación que hoy sufren los padres de Sergio Yobani Acevedo Rodríguez.

A sus 18 años, Sergio Yobani no ha vuelto a su casa en donde esperan ver pronto ese papalote que se tatuó en la pantorrilla derecha. Sus amigos igual quieren verse reflejados en sus ojos verdes y mirar esos brackets que tantas veces lo avergonzaron.

Mientras, el despliegue de 300 agentes en el “Operativo Malpaso” que el Fiscal General de Justicia de Zacatecas, Francisco Murillo Ruiseco, informó inició el mismo domingo de la desaparición busca a Gumaro Santacruz Carrillo, también de 18 años.

Y aunque Gumaro no es hijo “de gente de gobierno” y por ello ni helicópteros ni drones lo buscan, como denunciaron los padres durante el plantón en la carretera que también conduce al Pueblo Mágico de Jerez, el volver a verlo con su sudadera gris, y su camiseta y pantalón negros, andando en zapatillas blancas es la esperanza.

Los ojos café medianos y rasgados, el pelo negro y lacio y el 1.60 metros de estatura de Gumaro están en la mente de su familia, firmes en la esperanza de que regresará con bien.

Mientras, la Mesa Estatal de Construcción de Paz y Seguridad informaba que se había localizado el vehículo en el que Jesús Manuel Rodríguez Robles, con su 1.78 metros de estatura, su nariz grande y recta, y su pelo castaño lacio y corto había sido secuestrado, sus amigos y familiares no pararon de exigir su localización.

Jesús Manuel vestía unas zapatillas Vans, una camiseta con estampados negros y grises y pantalones azules cuando se lo llevaron. Asustado, pero vivo.

Según la autoridad, Óscar Ernesto Rojas Alvarado, de 15 años, junto con los otros seis chicos secuestrados, son buscados en la zona de Malpaso y La Quemada, en Villanueva, ese municipio del que la nueva gobernanza y su diputada local, Susana Barragán Espinoza, la más votada de la pasada elección, sólo se acuerdan cuando la familia Aguilar, léase los embajadores de Zacatecas en el mundo, invitan a su rancho a los mismos lambiscones de siempre.

Óscar Ernesto, el segundo más pequeño del grupo de siete tiene los ojos color café y rasgados. También es de complexión delgada y cuando se le vio por última vez llevaba encima una cadena de oro, un aro con brillantes, un cinturón de tela color negro y un pasamontañas.

La pregunta que jodía los oídos sordos del secretario de Seguridad Pública, Arturo Medina Mayoral, quien con prepotencia también exigió a las familias retiraran el bloqueo, nunca recibió una respuesta:

¿Cómo era posible que en la Unirse nunca escucharan los balazos que impunes resonaron en la comunidad mientras a rastras se llevaban a los jóvenes?

¿Por qué ninguna autoridad, esa que sí puede gritar soberbia y prepotente, los llegó a ayudar, a socorrer, a evitar este secuestro masivo que a la nueva gobernanza parece no importar?

Las burlas de los militares, esos que son protegidos por Andrés Manuel López Obrador y que, a pesar de las evidencias y las verdades históricas, son exculpados de la desaparición y muerte de lo 43 normalistas de Ayotzinapa, no impedirán que las familias continúen su justo reclamo.

Porque en Malpaso, en Villanueva, en Zacatecas falta Diego Rodríguez Vidales, el joven robusto de 17 años secuestrado la madrugada del domingo 24 de marzo.

Con su 1.74 metros de estatura y sus tatuajes en el brazo izquierdo, el antebrazo y la pantorrilla derecha, Diego debe volver a su casa, con su familia, con sus amigos.

La desesperanza de los padres es tanta que están dispuestos a correr el riesgo de subirse a una patrulla y sumarse a la búsqueda los muchachos, la misma que a las 21:00 horas de ayer se suspendió.

La protesta, esa que duró ocho horas debe continuar. Y si es necesario ahorcar la capital de Zacatecas y su zona conurbada, que se haga. Que eso moleste a la nueva gobernanza entretenida entregando mochilas, que los moleste, que los haga rabiar, a ver si así salen de su burbuja y, por lo menos hasta que Jorge Alberto, Héctor Alejandro, Sergio Yobani, Gumaro, Jesús Manuel Óscar Ernesto y Diego y los tres mil 650 desaparecidos y/o no localizados en la última década en Zacatecas vuelvan.

Así, yo me pregunto, ¿cómo podemos seguir sonriendo? ¿vamos requetebién?…

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