miércoles, julio 9, 2025
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El Dedo en la Llaga | Del Dedazo al Mazo

RAFAEL CANDELAS SALINAS

“Para que no se pueda abusar del poder,

es preciso que el poder frene al poder.”

Montesquieu

Durante décadas, el presidencialismo mexicano, ese al que Mario Vargas Llosa bautizó como “La Dictadura Perfecta” se construyó y mantuvo su continuidad basada -entre otras cosas- por un instrumento infalible: el dedazo. El presidente elegía a su sucesor, a sus ministros, a sus gobernadores, a los alcaldes de las ciudades más importantes del país, a los senadores de la República, a los diputados federales que manejarían el congreso… y hasta a sus opositores. Se disfrazaba de democracia, pero en el fondo era un sistema de obediencia vertical a la que se llamaba pomposamente “institucionalidad” donde hasta lo que no se ordenaba, se insinuaba.

Hoy, el dedazo no se ha acabado, ha evolucionado. Ya no se limita a señalar “al tapado” ahora se simula un concurso de “corcholatas”, una pasarela política, un “reallity show” para legitimar una decisión ya tomada en el que participan ciertos elegidos del todo poderoso, a quienes a cambio de simular que están compitiendo en serio, les ofrecen cargos en el próximo gobierno, ya sea de secretarios de Estado o de coordinadores legislativos. El presidente ya no sólo decide sobre los integrantes del poder ejecutivo y algunos integrantes del legislativo, ahora también empuña el mazo. Con el proceso de elección del nuevo Poder Judicial, asistimos a la consumación de una estrategia que durante seis años fue construyéndose paso a paso, primero tomando el control absoluto del Congreso, después el desmantelamiento de los contrapesos constitucionales, y ahora, la captura final de la justicia.

El camino fue pavimentado por decisiones estratégicas y silencios cómplices. Uno de los momentos más decisivos sin duda, ocurrió cuando la presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con su voto de “calidad” (nótese la ironía), entregó la mayoría calificada en la Cámara de Diputados a Morena y sus aliados. Aquel día se quebró el equilibrio democrático. Su voto resultó ser el eslabón más débil pero también el más costoso, nos está conduciendo hacia un régimen de pensamiento único. Una vergüenza para muchos que fuimos sus compañeros de Universidad y en algún momento nos sentimos orgullosos de que una de los nuestros alcanzara tan alta responsabilidad. Tan alta, que le quedó grande.

La elección del nuevo Poder Judicial no fortaleció su autonomía, la sepultó. Con boletas imposibles de descifrar, con candidatos que nadie conoce, candidatos a los que les tuvieron que redondear su calificación para considerarlos aptos, campañas sin contraste real, acordeones que tocaban al son del oficialismo y resultados previsibles, más que un proceso democrático fue una ceremonia de sumisión. El mensaje fue claro: ahora también la justicia nos pertenece.

Pero la ironía es que para administrar justicia no se necesitan aliados, se necesita independencia. Se necesita dignidad. Se necesita carácter para fallar en contra del poder cuando la ley lo exige. Y eso no se vota, ni se impone, ni se improvisa. Se construye con años de instituciones, con ministros, magistrados y jueces que honran su toga, no que la usan como escudo político.

Y en ese nuevo orden, la carrera judicial ha quedado reducida a un estorbo burocrático. Años de formación, exámenes rigurosos, experiencia en tribunales, miles de jóvenes en todo el país que iniciaron su carrera judicial como meritorios y luego de un tiempo obtuvieron una oportunidad, algunos incluso iniciando como archivistas que después pasaron a ser notificadores, luego actuarios, después secretarios de acuerdos, jueces y finalmente magistrados… hombres y mujeres de bien que entregaron su vida al poder judicial, todo eso ha sido sustituido por la cercanía con el poder, la obediencia y el activismo político.

Hoy, a nivel nacional, se cierra el círculo del hiperpresidencialismo al servicio de una sola voluntad. No es exactamente una dictadura, pero tampoco una democracia. Es un régimen de concentración, donde ya no se necesita consenso, basta con la voluntad presidencial y cumplir con el requisito del 10% de capacidad y 90% de lealtad expresado como mandamiento por López Obrador, en su calidad de dueño, operador y constructor de este proyecto de la 4T en el que muchos confiamos, participamos y hoy nos sentimos defraudados y engañados.

El mazo ha caído.

Nos leemos el próximo miércoles, con más del Dedo en la Llaga.

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