sábado, julio 12, 2025
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El Dedo en la Llaga | La “República de los Topes”

RAFAEL CANDELAS SALINAS

Hoy conté los topes que hay entre mi casa y mi oficina, son 98 topes. Sí, noventa y ocho topes de ida y noventa y ocho topes de vuelta, 196 en total. En un recorrido diario de lunes a viernes, son 980 topes, y si sobrevivo al mes sin cambiar amortiguadores, cruzo 3,920 topes. Eso sin contar los baches y el mal estado de las carreteras.

Esta cifra absurda me hizo recordar una anécdota que hoy les comparto. Corría el año 2002, yo era coordinador general Jurídico del Gobierno del Estado, y el gobernador nos pidió representar al Ejecutivo en los informes municipales. A mí me tocó asistir a un municipio cuyo nombre omitiré por respeto, en el que el presidente Municipal, con enorme entusiasmo, informó que su obra más destacada del año habían sido la construcción de ¡siete topes! No es broma, ni una calle pavimentada, ni una red de agua potable, ni una escuela rehabilitada. No. ¡Siete topes! En una ciudad en donde ya había casi un tope en cada esquina, pero claro, faltaban siete.

Me tocó dar el mensaje oficial. Felicité al presidente, porque uno tiene que ser diplomático, pero no pude evitar decir que esperaba que el próximo año pudiera informar de algo más, tal vez una banqueta, o unos baños públicos, de perdido. Le recordé que tenía el respaldo del Gobernador para gestionar obras más útiles, de mayor impacto social, que pudieran cambiar la vida del municipio. El comentario no le gustó (a mí tampoco me gustó que solo hiciera siete topes), se sintió exhibido, pero el propósito de mi cometario se cumplió. El alcalde buscó al Gobernador. No para gestionar obras, sino para quejarse de mí, pero el Gobernador lo tomó con buen humor y entre risas, me dio la razón. Y lo más importante es que después vinieron obras mejores para ese municipio, incluso algunas carreteras y pavimentaciones, a las que pedí, por supuesto, que no les pusieran topes.

Traigo esta historia al presente porque en Zacatecas –y en buena parte del país– seguimos tratando la falta de cultura vial con un tratamiento medieval: el tope. El tope es nuestra respuesta rápida y fácil para todo problema vial. ¿No hay semáforo? Tope. ¿Exceso de velocidad? Tope. ¿Zona escolar? Tope. ¿Cruce peatonal? Tope. ¿No hay cruce peatonal? También tope. ¿Hay que ceder el paso? Tope. ¿Transitas enfrente de una zona militar o de seguridad? Tope. ¿Curva peligrosa en carretera? Claro, tope. ¿Fraccionamiento exclusivo con calles amplias? ¡Obvio! Cinco topes seguidos.

Y los hay de todos los colores y sabores: altos, bajitos, invisibles, fosforescentes, agresivos, pasivos, camuflados, en serie, en racimo… algunos tan violentos que deberían ser considerados como trampas motorizadas, tan eficaces para dañar un vehículo como los famosos poncha llantas. Hay topes que, si no te detienes completamente para pasarlos a vuelta de rueda y de ladito, te hacen ver a Dios… y a tu mecánico.

Pero el verdadero problema no es el tope. Es la falta de cultura vial. En algún momento alguien decidió eliminar las clases de civismo. Ahí aprendíamos -entre otras cosas- a respetar semáforos, pasos peatonales, a ceder el paso, a no estacionarnos en doble fila, a respetar los espacios para personas con alguna discapacidad. Hoy, ni eso ni nada. Uno puede obtener una licencia de conducir sin haber manejado nunca. Conozco personas que tienen licencia sin saber conducir, gente que no sabe distinguir entre el pedal del freno y el del acelerador, pero trae licencia.

En otros países, para tener una licencia debes pasar un examen teórico riguroso y uno práctico con un instructor que no se inmuta cuando te subes, pero que te deshace con la mirada (y te reprueba) si no pones direccional, si invades una línea continua o no haces un alto en una esquina. Aquí, en cambio, el examen más difícil es encontrar una fotocopiadora abierta y llevar comprobante de domicilio.

Y como no hay cultura vial ni autoridad que la fomente, usamos el tope como el papá que, en vez de educar, grita. Lo peor es que los que deberían respetar los topes, no lo hacen. En el fraccionamiento donde vivo llenaron las calles de topes y pusieron unos más violentos enseguida de los que ya existían porque –dicen– había vecinos que manejaban a exceso de velocidad. ¿Resultado? Los que no respetaban los límites de velocidad siguen sin respetarlo, solo que ahora toman más vuelo antes del tope y lo usan como rampa. Y los que sí lo respetamos, pues tenemos que lidiar con más y peores topes, pagamos con las suspensiones, los amortiguadores y los riñones.  Porque los topes no son solución, son síntoma. Son la confesión tácita de que fracasamos como sociedad en educarnos para convivir en la vía pública.

Si tuviéramos cultura vial, no veríamos camiones urbanos parados donde se les da la gana, ni taxistas en doble fila levantando y dejando pasaje, ni peatones cruzando como si fueran inmunes al acero justo debajo de un puente peatonal o en medio de una calle en lugar de cruzar por las esquinas. Tampoco veríamos automovilistas que no saben conducirse en una glorieta, ni a los que, en lugar de ceder el paso al peatón, le echan el carro encima. Posiblemente tampoco motociclistas sin casco y con niños, o repartidores que rebasan por la derecha y se meten como si la calle fuera de ellos y no saben que una motocicleta o una bicicleta -incluso- debe conducirse con las mismas reglas de un automóvil, respetando su carril, los semáforos y todo lo demás. Veríamos un boulevard López Mateos fluido, ordenado, sin necesidad de estarnos peleando por si se hace o no un segundo piso. Porque lo repito: el tráfico se resolvería más con educación que con concreto.

Cultura vial es lo que necesitamos todos, autoridades y ciudadanos, automovilistas y peatones, por eso sería importante que quienes gobiernan tuvieran una visión más amplia de lo que sucede en otros países, que conocieran otras ciudades, otros modelos, entenderían por qué en muchos países civilizados está prohibido girar a la izquierda en un boulevard. Porque es más eficiente, más seguro y, además, no requiere topes.

Ojalá un día dejemos de ser la “República de los Topes” y nos convirtamos en una nación que le apueste y confíe en la educación vial y el respeto, que baste con un letrero que diga: “reduzca la velocidad” en lugar de resolverlo a la antigüita, con un pedazo de concreto que te recuerda, de la peor manera posible, que aquí la ley se respeta… a la fuerza.

Nos leemos el próximo miércoles, con más del Dedo en la Llaga.

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