martes, agosto 5, 2025
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Quieren elecciones sin árbitro

JORGE RADA LUÉVANO

La historia es una maestra cruel: siempre repite sus lecciones con nuevos disfraces. Hoy, la vieja tentación del poder absoluto vuelve al escenario mexicano vestida con ropajes de “reforma electoral”. Nos prometen ahorro, simplificación y eficacia. Pero debajo del maquillaje está el verdadero rostro: un intento de someter al árbitro, redibujar el tablero electoral y escribir las reglas a conveniencia del gobierno en turno.

¿El argumento? Que el INE cuesta mucho. Que hay demasiados partidos. Que es hora de “depurar la democracia”. ¿El verdadero objetivo? Concentrar el poder, suprimir contrapesos y domesticar la pluralidad.

Lo que no se atreven a decir es que quieren que el próximo proceso electoral sea un campo de juego sin árbitro y con las porterías movidas a gusto del equipo en el poder. ¿Quién ganaría un partido así? Exactamente: el que impone las reglas.

El disfraz de la reforma

Esta reforma es como esas medicinas milagrosas de los infomerciales: “cura todo”, pero nadie te dice qué contiene. La palabra “austeridad” se ha convertido en un conjuro político para justificar cualquier atropello institucional. ¿Qué quieres eliminar al INE? Di que es por austeridad. ¿Que deseas controlar a los tribunales electorales? Di que es por eficiencia. ¿Qué vas a nombrar a los consejeros por sorteo? Llama a eso “democratización”.

¿Dónde habíamos visto algo similar? En Venezuela, cuando el chavismo tomó el control del Consejo Nacional Electoral. En Nicaragua, donde el régimen de Ortega anuló a los opositores antes de cada elección. El patrón se repite: primero desprestigias al árbitro, luego lo controlas, y al final conviertes las elecciones en rituales sin contenido.

La ciudadanía como decoración

El gobierno presume de escuchar al pueblo, pero en realidad lo usa como tapiz. Al ciudadano se le convoca sólo para aplaudir, nunca para deliberar. En este proceso, no hay foros serios, ni debate plural, ni diálogo con universidades o sociedad civil. Es una reforma decidida desde el poder, para beneficiar al poder, con el lenguaje del pueblo como cortina de humo.

Imagina que una pareja va a divorciarse, pero sólo uno redacta las condiciones del acuerdo, nombra al juez y establece el monto de la pensión. ¿Llamaríamos a eso justicia? No. Llamaríamos a eso abuso. Pues eso es exactamente lo que está ocurriendo con esta reforma: el gobierno quiere ser juez, parte y espectador aplaudido.

¿Y la oposición?

La oposición son los responsables de que hoy gobierne Morena, la oposición se burló del pueblo, traicionó sus causas, gobernó con soberbia y, al final, le regaló a López Obrador el discurso perfecto y el resultado inevitable.

Fue tal el nivel de decepción que el pueblo, con razón, prefirió incendiar la casa antes que seguir siendo humillado por quienes prometían democracia mientras saqueaban con cinismo.

Hoy, muchos de esos mismos actores políticos —que han cambiado de camiseta y de partido más veces que de convicciones— pretenden presentarse como líderes de la resistencia. Pero no se puede hablar de oposición si quienes la encabezan son los mismos que allanaron el camino al desastre.

Si de verdad les preocupa México, que den un paso al costado y dejen que sea la ciudadanía —organizada, crítica y sin compromisos oscuros— quien encabece la verdadera oposición. Ya no se trata de partidos: se trata de recuperar la dignidad política.

No hay peor farsa que la de esta oposición que, mientras en el Congreso aprueba todo lo que Morena dicta, en los medios y redes se disfraza de resistencia.

Aprueban presupuestos, reformas, nombramientos y hasta simulaciones legislativas, todo a cambio de migajas, fuero y posiciones para sus allegados. En las cámaras votan de rodillas, y al salir, levantan el puño como si hubieran luchado.

Pero el pueblo ya no es ingenuo: no se puede confiar en un actor político que ha vivido, toda su carrera, pegado al aparato del poder, que presume combatir el nepotismo mientras acomoda a su familia en el erario como si fuera herencia feudal.

Hablan de combatir la corrupción, pero llevan décadas enriqueciéndose bajo todos los colores. La ciudadanía no necesita más simuladores: necesita representantes que no tengan precio ni pedigree político.

Si seguimos así, el próximo debate no será sobre si hay elecciones libres, sino sobre cuántos colores tendrá la simulación.

¿Qué puede pasar?

  • Escenario uno: Morena impone su mayoría y la reforma se aprueba al vapor. El INE desaparece o muta en una caricatura institucional. Adiós imparcialidad, bienvenida la obediencia.
  • Escenario dos: Se abre una resistencia jurídica y social. Amparos, acciones de inconstitucionalidad, pronunciamientos internacionales. Si la Corte actúa con dignidad, aún hay esperanza, lo dudo realmente.
  • Escenario tres: La ciudadanía despierta. Marchas, foros, protestas, defensa del voto. No como una nostalgia del pasado, sino como una afirmación del futuro.

 ¿De qué lado estarás tú?

Hay momentos en la historia donde no basta con opinar: hay que posicionarse. Como decía Churchill en tiempos oscuros: “Nos enfrentamos a un crimen disfrazado de necesidad.”

La reforma electoral no es técnica. Es ideológica. No es administrativa. Es política. No busca mejorar el sistema. Busca hacerlo irrelevante.

No es casualidad que esta reforma llegue justo antes de las elecciones. Es cálculo. Es estrategia. Es el momento en que el poder decide que la competencia ya no le conviene, y que la democracia debe ser, nuevamente, una escenografía. Pero aún estamos a tiempo de impedirlo. La historia no espera. Y la ciudadanía tampoco debería hacerlo.

Así que la pregunta ya no es si habrá elecciones. La verdadera pregunta es: ¿seguirán siendo nuestras?

Sobre la Firma

Jurista incómodo, pluma de resistencia civil
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