JUAN JOSÉ MONTIEL RICO
Agradecimiento especial al Padre José Felix Chacón por sus pláticas
amenas, que igual inspiran como dan sosiego. Por su cercanía que
reconforta y enciende la fe.
En la política, como en la vida, hay virtudes que lucen “hacia fuera”. La sabiduría, esa sofía (Σoφíα) griega que permite discernir con prudencia; la metis (Μῆτις), o astucia práctica, que dota al político de olfato y reflejos; o la empatía y la vocación de servicio, sin las cuales el poder se convierte en un frío oficio para administrar intereses. Pero existen virtudes menos visibles, más silenciosas, cuya ausencia resquebraja cualquier proyecto. Una de ellas es la lealtad, ese vínculo invisible que articula voluntades, consolida equipos de trabajo, que prolonga causas y hace posible la acción colectiva más allá de egos y coyunturas.
La lealtad auténtica no es servidumbre ni docilidad, es compromiso con un ideal compartido, con una verdad que supera la cooperación y la convivencia. En cambio su reverso, la hipocresía, es un vicio corrosivo que disfraza la ambición con afectos fingidos. La lealtad une, la hipocresía fractura. Es el cáncer de los proyectos políticos, porque siembra sospecha donde antes se cosechaba confianza. El hipócrita no solo traiciona a las personas, traiciona al propósito que fingía servir.
En el Evangelio, Jesús reserva sus palabras más duras no para los pecadores comúnes, sino para las élites religiosas hipócritas. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos y podredumbre!” Con esta metáfora, el Profeta desnuda la naturaleza del fingimiento. El político gañín brilla en la superficie, pero su resplandor es de cal sobre una tumba. En la política moderna abundan esos sepulcros blanqueados que sonríen, prometen, bendicen; pero por dentro siembran la discordia, conspiran y mienten.
Martín Luis Guzmán retrató esa miseria moral de la política en La sombra del caudillo, donde un general leal es eliminado por el mismo jefe que le había prometido apoyo. La lealtad, en ese relato, se convierte en un martirio, donde el caudillo teme a quien le fue fiel y lo sacrifica por miedo y ambición.
La historia y la más bella literatura nos han enseñado que el poder sin lealtad se vacía de sentido, y que toda traición, por hábil que parezca, tarde o temprano se vuelve contra quien la comete. Porque la hipocresía puede ofrecer ventajas momentáneas, pero su destino es siempre la ruina moral. Y mientras los sepulcros blanqueados presumen pureza, los hombres leales —a pesar de las vejaciones— conservan lo único que no se negocia: la dignidad.
En tiempos donde el cálculo se confunde con una virtud, conviene recordar que la política también tiene alma. Y que, a la larga, las causas verdaderas no se sostienen con máscaras, sino con lealtades probadas en el silencio y en la adversidad.
Sobre la Firma
Estratega político entre gobiernos, campañas y narrativas.
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