JUAN JOSÉ MONTIEL RICO
En las últimas semanas, la política mexicana se vio sacudida por una polémica que, aunque recurrente, nunca deja de encender pasiones: el descanso veraniego de figuras de la Cuarta Transformación en destinos lujosos, desde las calles de Madrid hasta hotspots asiáticos. Ricardo Monreal, Mario Delgado y Andrés Manuel López Beltrán —“Andy”— fueron exhibidos en fotografías y notas de redes sociales disfrutando de hoteles cinco estrellas y cafés de moda.
No se les acusa de corrupción ni de mal uso de recursos públicos. La controversia radica en otra parte: la incongruencia simbólica entre pregonar austeridad y practicarla, o no, en la vida privada. En el imaginario colectivo, un político de izquierda debe vivir con cierta sobriedad, más cerca de la “justa medianía” juarista que de la opulencia. Y cuando la realidad parece contradecir ese ideal, la crítica pública es feroz.
Benito Juárez fue claro al decir que el servidor público debía resignarse a vivir de lo que la ley le retribuye, evitando tanto la miseria como la ostentación. La Cuarta Transformación retomó esa máxima: “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre” fue uno de los mantras de López Obrador. Claudia Sheinbaum lo sintetizó en estos días al señalar que “el poder se ejerce con humildad”. La expectativa no escrita es que, incluso fuera de funciones, los dirigentes mantengan ese estándar.
Pero el dilema no es exclusivo de México. En Francia se habla de la gauche caviar —la “izquierda de caviar”—; en Reino Unido y Estados Unidos, de los champagne socialists o limousine liberals. Todas son expresiones cargadas de ironía para señalar a líderes progresistas que predican igualdad pero disfrutan de lujos reservados a las élites.
Los ejemplos abundan. En España, Felipe González pasó de ser el joven socialista que comía tortilla en un picnic a navegar en el yate de Franco; Pablo Iglesias e Irene Montero, líderes de Podemos, fueron cuestionados por comprar una casa de 600 mil euros tras criticar a la “casta” por lo mismo; Pedro Sánchez recibió críticas por usar un avión oficial para asistir a un festival musical durante sus vacaciones. En Grecia, Yanis Varoufakis fue retratado tomando vino blanco con vistas a la Acrópolis en plena crisis económica, y su imagen se asoció al “socialismo de vino blanco”.
Al otro extremo del espectro está el uruguayo José Mujica, que renunció a lujos, vivió en su chacra y donó gran parte de su salario. Su coherencia personal reforzó su autoridad moral y se convirtió en un símbolo global de la izquierda austera.
Estos casos muestran que la línea entre esfera privada y esfera pública es porosa para los políticos, y más aún para los de izquierda. En política, la forma importa tanto como el fondo. Un viaje en avión comercial y pagado con recursos propios puede ser, para algunos, tan problemático como un vuelo privado si contradice el relato de cercanía con el pueblo. La percepción ciudadana se forma tanto de los hechos como de las imágenes y símbolos que se proyectan.
Es aquí donde se complica la ecuación: la ciudadanía —y sobre todo la base electoral de la izquierda— no siempre juzga con la misma vara a un político conservador y a uno progresista. Al primero se le puede tolerar un estilo de vida ostentoso; al segundo se le exige que viva como predica, incluso a costa de su libertad personal.
La pregunta es si esta exigencia es razonable o si más bien es un lastre que termina castigando a quienes, aun actuando con honestidad, no se ajustan a un ideal casi monástico. ¿Debe un servidor público de izquierda renunciar a ciertas experiencias personales para preservar su capital político? ¿O es posible conciliar la vida privada con la imagen pública sin caer en la hipocresía?
Al final, conviene recordarlo: más allá de la ideología o del cargo, toda persona tiene derecho a vivir su vida como le plazca, siempre que lo haga con recursos legítimos, sin conflictos de interés, sin opacidad y sin que ello afecte su función pública. El escrutinio es inevitable, pero también lo es el derecho a la intimidad y al disfrute personal. Quizá el verdadero reto esté en encontrar el equilibrio entre la congruencia que exige la política y la libertad que nos pertenece como individuos.
Sobre la Firma
Estratega político entre gobiernos, campañas y narrativas.
BIO completa