miércoles, octubre 15, 2025
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La Casa de los Perros | Doctor psiquiatra, el pueblo está desesperado

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

“Creo que ya es tiempo de ir con el psiquiatra… no estoy loco, sólo estoy desesperado”.

La letra de Gloria Trevi se coló en la sesión de la 65 Legislatura y, aunque salió de la boca del diputado priista Carlos Peña Badillo, bien podría ser el himno no oficial de la nueva gobernanza.

Porque desesperado suena el discurso de la honestidad cuando se topa con la opacidad de siempre; desesperado luce el secretario de la Función Pública, Ernesto González Romo, cuando promete que el caso del segundo piso “seguirá el mismo procedimiento que cualquier otra obra”; y desesperada se ve una administración que presume fiscalizaciones por 925 millones de pesos, pero no sabe —o no quiere decir— cuántas derivaron en sanciones.

La desesperación, ya lo decía la Trevi, no es locura: es impotencia.

González Romo compareció ante el Congreso como parte de la Glosa del cuarto informe de David Monreal Ávila. Llegó con cifras, discursos y una seguridad que se desmoronó apenas los diputados comenzaron a leerle su propio informe. La petista Renata Ávila, con la precisión de una cirujana, le recordó que en la página 45 se presumen 30 fiscalizaciones sin resultados visibles; en la 37, comités de ética sin indicadores; y en la 55, un “Museo Virtual de la Corrupción” que suena más a sarcasmo que a política pública.

Fiscalización sin castigo, dijo ella, es sólo trámite administrativo. Transparencia sin consecuencias, agregamos nosotros, es simulación institucional.

El secretario respondió que “nunca fueron alcahuetes de la corrupción”. Pero la frase se hundió en el aire, como tantas otras. Porque si de verdad no son cómplices, ¿por qué no hay culpables? ¿Por qué las auditorías se acumulan y los expedientes se archivan bajo el polvo de la burocracia?

El panista Jesús Badillo preguntó por el viaducto elevado: cuántas investigaciones hay, cuántos sancionados, cuántos millones recuperados. Las respuestas fueron las mismas de siempre: “el procedimiento sigue”, “cuando concluyan los tiempos”, “no se protegerá a nadie”. Promesas de papel para una obra de concreto que nunca fue.

Y entonces vino la escena que robó los titulares.

Carlos Peña, con su ironía acostumbrada, acusó al funcionario de tener “un nivel de trauma y obsesión totalmente descarado”. Y remató con la frase que quedará en los anales del cinismo político: “Es tiempo de ir con el psiquiatra; usted no está loco, sólo está desesperado.”

La réplica del secretario fue inmediata: “No soporto a los corruptos. Ni siquiera usted se atrevió a defender al exgobernador más corrupto de la historia”.

Silencio en la sala.

Por un instante, el debate parlamentario se transformó en ring de box. Pero más allá del espectáculo, lo que quedó claro es que el gobierno ya no debate con datos, sino con desahogos. Y cuando la rendición de cuentas se convierte en catarsis, la institucionalidad muere un poco más.

El secretario intentó recuperar terreno hablando de programas como Trámite Honesto y Tómbola Patrimonial. Pero los números lo traicionan: de más de 50 mil declaraciones patrimoniales, sólo 49 fueron revisadas. Apenas una gota en el océano de la opacidad.

También presumió 364 inhabilitaciones y 646 investigaciones en curso, de las cuales 60 son “faltas graves”. Cifras que suenan espectaculares hasta que uno pregunta: ¿y cuántos ya fueron sancionados?

La diputada Ma. Teresa López, del PAN, fue directa: “Ayúdele al gobernador renunciando.” González Romo replicó que su renuncia “está en blanco desde el primer día”. Y tal vez ahí radica el problema: en un gobierno donde todos ofrecen renuncias, pero nadie se va.

Zacatecas, mientras tanto, sigue esperando respuestas. Porque cada peso mal fiscalizado es una medicina que no llega, una obra que no se construye, una oportunidad perdida.

Y mientras la Función Pública recita protocolos y presume plataformas digitales, la corrupción sigue mutando: más discreta, más técnica, pero igual de impune.

La diputada Renata Ávila tenía razón: la fiscalización sin consecuencias es mero trámite.

Pero el trámite, en Zacatecas, se volvió forma de gobierno.

El secretario no está loco, sólo desesperado.

Los ciudadanos, también.

Desesperados de discursos huecos, de auditorías eternas, de museos virtuales para la corrupción real. Desesperados de un Estado que confunde transparencia con propaganda y ética con retórica.

Porque al final, como canta Gloria Trevi, “doctor psiquiatra, ya no me diga tonterías”.

Y Zacatecas, cansado de tanta simulación, ya no quiere escuchar diagnósticos: quiere curarse.

Sobre la Firma

Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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