JUAN JOSÉ MONTIEL RICO
Mes tras mes, en todos los rankigs de popularidad de los gobernadores en México, el zacatecano David Monreal Ávila aparece invariablemente al fondo. Último o penúltimo. A veces parece una condena. Lo curioso es que, al revisar con lupa a los que encabezan esas listas, encontramos un dato revelador: la popularidad no está necesariamente asociada al buen gobierno… y viceversa.
Ahí están los casos de Guanajuato y Jalisco, con cifras alarmantes en materia de homicidios, desapariciones y violencia generalizada, pero cuyos gobernadores figuran cómodamente en el top ten. Qué decir del caso Sinaloa, un estado que desde hace un año vive en crisis, pero cuyo gobernador aparece, en ciertas listas, por encima de la media nacional de aprobación.
Mientras tanto, pobre del gobernador de Zacatecas, la entidad con la mayor disminución de homicidios en los últimos tres años en todo el país, que no logra salir del sótano de la percepción pública. Entonces ¿qué es lo que está fallando?
Voy a obviar la posibilidad de que existan errores metodológicos, o bien, que estas mediciones se conviertan en promociones patrocinadas. Más bien, quiero concentrarme en los factores que median en la aprobación ciudadana.
La ciencia política ha explicado que las personas suelen evaluar sus gobiernos por criterios inmediatos y perceptivos, como la cercanía de los liderazgos, el ánimo colectivo y la eficacia de la comunicación social, o bien, por prejuicios condicionados por la identificación partidista e ideológica. Son muy pocas los que hacen un balance técnico del desempeño gubernamental. Por eso encontramos esas discrepancias.
Un ejemplo teórico que gusta a los comunicólogos, es la espiral del silencio de NoelleNeumann, que explica cómo, cuando la crítica se vuelve dominante en el entorno social, muchas personas reprimen sus opiniones positivas por miedo al aislamiento. Así, el descontento se amplifica y no siempre representa una mayoría real. En el caso zacatecano, esto se traduce en una percepción pública desbalanceada, alimentada además por actores políticos que hacen del golpeteo una estrategia rentable.
No piense, amable lector, que vine aquí a condescender al gobierno estatal. Al contrario, cargan con una responsabilidad muy grande. La administración actual ha optado por una política de austeridad, que priorizó el gasto en seguridad, programas sociales y obra pública, por encima de la comunicación social. Algunos pensarán que eso es un mérito, pero a mí me parece un error.
La popularidad importa, no por vanidad, sino por gobernanza. Un gobierno que no logra posicionar su narrativa, que no inspira confianza, difícilmente podrá sumar a los sectores sociales, académicos o productivos en torno a un proyecto común. El liderazgo aunque sea simbólico, importa muchísimo en contextos democráticos.
Más allá del marketing, lo que está en disputa es el humor social, el optimismo y las emociones políticas. La confianza ciudadana se construye con resultados, pero también con cercanía, pedagogía y comunicación. Invertir en imagen no es una frivolidad, es quizá un pilar de la gobernanza.
Es cierto que gobernar no es agradar, al contrario, siempre desgasta; pero en tiempos donde el descrédito se multiplica en segundos y la desinformación se viraliza, no comunicar es dejar que otros cuenten la historia… y no siempre con justicia. Ahí resuena una frase popular en las oficinas de los mejores consultores norteamericanos: “If you don’t shape the narrative, the narrative shapes you”.
Sobre la Firma
Estratega político entre gobiernos, campañas y narrativas.
BIO completa