viernes, octubre 10, 2025
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El Rey Bufón en las gradas

JUAN JOSÉ MONTIEL RICO

El espectáculo del pasado domingo, en la final de la Copa del Bienestar 2025, se convirtió en un teatro grotesco que opacó el triunfo deportivo. Las jugadoras de Morelos y Fresnillo, y los de Zacatecas y Miguel Auza ofrecieron partidos de altura profesional, pero el verdadero show fue la actuación del alcalde de la capital, Miguel Varela. Con gritos desproporcionados y amenazas de generar un zafarrancho en las gradas —como si las familias que se dieron cita estuvieran a merced de sus humores—, Varela intentó forzar su descenso glorioso a la cancha. No lo dejaron. Le arrebataron su acto final. ¿Qué hizo? Se arrojó con vehemencia sobre los jugadores, les arrebató la copa, saltó como si él mismo hubiera metido el gol del triunfo, y exigió el aplauso de un público que no entendía si asistía a un partido de futbol o a una tragicomedia municipal.

La escena me recordó al Rey Ubú, la creación magistral de Alfred Jarry. En esta obra, un capitán del ejército polaco, alentado por la ambición de su esposa, asesina al rey para encarnar la figura del rey bufón; un tirano ridículo, glotón de poder, infantil y grandilocuente, cuya única motivación es controlar, figurar y estar en el centro de todo. Así actuó el presidente de la capital, convencido de que su investidura le daba derecho a interrumpir un acto que no le pertenecía.

Esta actitud bochornosa choca con la antigua virtud de la mesura. Los griegos la llamaban sofrosýne. Esa virtud de la templanza, el equilibrio entre emoción y razón que Aristóteles consideraba esencial en el buen gobernante. Porque si hay algo que exige el servicio público es cordura en tiempos de exaltación, moderación cuando se tiene el poder y humildad cuando el protagonismo es de otros. La política, bien entendida, no es la búsqueda ansiosa de reflectores, sino el ejercicio responsable de representar al pueblo sin convertirse en un obstáculo para el bien común.

Pero vivimos tiempos raros, espectaculares en el peor de los sentidos. La política ha dejado de ser deliberación para convertirse en una representación teatral, no necesariamente democrática. Se grita para ganar atención, se exagera para conseguir clips virales y se busca “voltear a la gente” —Miguel Varela dixit— como quien manipula una coreografía. Se actúa, literalmente, sin importar el contenido de lo que se dice. Así, la política degenera en farsa y en un espacio donde el que más ruido hace parece tener más razón.

La escena del domingo es síntoma de una enfermedad más grande, en la que el espacio público se convierte en un feudo personal. El espacio público, escribió Arendt, solo tiene sentido si se preserva como un lugar compartido, plural, donde ningún actor pretende apropiárselo todo. Lo que vimos fue un intento faccioso de capturar el momento, de instrumentalizar la cancha, los jugadores y hasta la copa con fines personales.

La Copa del Bienestar 2025 debió ser  gala de eso mismo; ser un ejemplo de paz, de sana convivencia, de familias que comparten valores y orgullo zacatecano. En cambio, terminamos hablando del rey Ubú. No porque se lo merezca, sino porque su ridículo revela algo que nunca debemos ignorar: si no exigimos mesura a quienes nos representan, terminaremos gobernados por los que sólo saben gritar.

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Estratega político entre gobiernos, campañas y narrativas.
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