RAFAEL CANDELAS SALINAS
Analizar un año de gobierno de Claudia Sheinbaum bajo la sombra de los primeros nueve meses del segundo mandato de Donald Trump no es un capricho, es un ejercicio necesario para entender por qué México está tomando el rumbo que hoy observamos. Lo sostengo así de claro: gran parte de la definición estratégica de la administración Sheinbaum no viene de la inspiración interna, sino de la presión externa ejercida desde Washington. Y aunque a algunos no les guste, a la mayoría de los mexicanos parece agradarles, porque esa presión ha forzado al gobierno a actuar en el terreno donde más se le exigía: la seguridad.
La historia comenzó en el mes de enero, apenas tomó protesta Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América, con la amenaza de aranceles. Fiel a su estilo, el presidente Trump anunció gravámenes del 25% a diversos productos mexicanos, usando como pretexto la migración y el fentanilo. Con ese garrote en la mano y una retórica discursiva que acusaba que amplias regiones de México eran gobernadas por los cárteles, forzó al nuevo gobierno mexicano a demostrar que podía enderezar el barco. Claudia Sheinbaum se vio obligada a no repetir la fórmula de su antecesor. Atrás quedó la política de “abrazos, no balazos” y la frase simplona de que al delincuente se le iba a corregir con un regaño de su mamá. Hoy vemos otra actitud, caracterizada por el enfrentamiento frontal a grupos criminales, decomisos, detenciones y golpes directos al crimen organizado.
Los números oficiales son elocuentes. En sus primeros nueve meses, Sheinbaum presume una reducción de casi 25% en los homicidios dolosos; más de 25,000 detenidos por delitos de alto impacto; 180 toneladas de drogas incautadas, incluyendo más de 1,400 kilos de fentanilo y 3.6 millones de pastillas; así como la inhabilitación de casi mil laboratorios clandestinos. Cifras que contrastan con la negación sistemática de López Obrador, quien aseguraba que en México no había ni se producía fentanilo.
Pero esto no ha sido posible sin la llegada de Omar García Harfuch como secretario de Seguridad. Su participación ha sido un factor determinante. No solo por su cercanía y lealtad a la presidenta, quien sabedora de ello, le ha entregado todo, respaldo político, facilidades administrativas y un presupuesto robusto. Sino porque, con su hombre más cercano al frente de la Secretaría de Seguridad, la presidenta ha modificado la estrategia de combate a la delincuencia, relanzando la capacidad institucional de la policía civil, la Secretaría de Seguridad ha ganado protagonismo integrándose a la coordinación con inteligencia, colaboración con fiscalías y autoridades estatales, e incluso le han entregado las áreas más sensibles del aparato de seguridad, como la Unidad de Inteligencia Financiera, que han quedado bajo la influencia de gente cercana a Harfuch.
En los hechos, esto significa que Sheinbaum ha depositado en un solo hombre —con fama de eficiente pero también de implacable— el peso de su estrategia de seguridad. No hay medias tintas, el “Policía Federal 2.0” que hoy se impulsa tiene la impronta de Harfuch y la bendición del gobierno de Trump, que ha solicitado que sea éste el único canal de interlocución para estos temas y ve en esos resultados el cumplimiento de lo que exige a México.
Claro que no todo es éxito. La percepción ciudadana sigue siendo de miedo. Siete de cada diez mexicanos se sienten inseguros en sus ciudades. Además, otros delitos como la extorsión o el narcomenudeo no han cedido, y otros como las desapariciones, se han disparado exponencialmente. Y en el plano político, los vínculos de militares y marinos en escándalos como el huachicol fiscal y “La Barredora” muestran que lo que conocemos apenas es la punta del iceberg.
Ojalá no olvidemos que, según datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, al cierre de septiembre de 2024, el acumulado oficial reportado de homicidios dolosos en el sexenio de López Obrador fue de 196,216, la cifra más alta en la historia gracias a su política de “abrazos, no balazos” y con la receta mágica de llamar a la mamá del delincuente para corregirlo. Hoy, ante laboratorios de fentanilo desmantelados, toneladas de droga incautadas, cifras a la baja en homicidios y personajes cercanos acusados de corrupción, queda claro que aquel discurso era tan efectivo como un curita en un balazo.
Es aquí donde la presión de Trump juega un doble papel, por un lado, obliga a México a moverse; y por el otro, se van exhibiendo nombres y redes de políticos inmiscuidos en actos de corrupción y de la comisión de probables delitos que de otra manera seguirían enterradas. Y en política, “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. ¿Cuántos políticos mexicanos deben estar inquietos por lo que todavía puede salir a la luz?
La única certeza es que a Sheinbaum le restan cinco años y a Trump un poco más de tres. Tiempo suficiente para que muchas cosas sucedan. No tengo duda de que Trump no dejará de presionar. Y bajo esa presión surgirán más nombres, más casos, más redes expuestas.
A nosotros, los ciudadanos, nos toca no confiarnos ni delegar todo en Trump o en Sheinbaum. Tenemos que exigir resultados y participar, porque en 2027 se elegirá una nueva conformación de la Cámara de Diputados, y de esa elección dependerá si el país podrá contar con un verdadero contrapeso o si se consolida una mayoría sumisa que permita al régimen hacer y deshacer.
Lo que vemos ahora es apenas la punta del iceberg, un México empujado por la presión de Trump y forzado a dejar atrás la farsa de que la violencia se combate con abrazos. El reto es que no volvamos a caer en la tentación del autoengaño. Porque, si algo nos ha enseñado este último año, es que, entre abrazos y balazos, los únicos que salían ganando eran los delincuentes… y los aplausos para el predicador en turno.
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Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
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