miércoles, julio 23, 2025
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El Dedo en la Llaga | Turismo Extremo… El Drama de Viajar en México

RAFAEL CANDELAS SALINAS

¡Pasajeros con destino al desastre, favor de abordar! Estamos en plenas vacaciones de verano y a muchos nos llegan las ganas de salir unos días de la rutina y descansar de los problemas cotidianos, aunque no pocas veces, dejamos el estrés de la oficina para vibrar con el estrés de la vacación, no importa si Usted decide arriesgarse a transitar por las pésimas carreteras de la república cuatro teísta o tomar un vuelo, pues volar en México debería ser considerado un deporte extremo. Exige paciencia, resistencia y un estómago fuerte, no por las turbulencias, sino por las filas, los precios y la forma en que los pasajeros ignoran por completo las reglas más básicas de civilidad.

Empecemos por la trampa publicitaria que te seduce con una “tarifa base” que parece una ganga. Pero esa ilusión se esfuma tan pronto como empiezas a sumar el impuesto, el TUA, el asiento, la maleta, el seguro de viaje, y si se te ocurre querer una botellita de agua, prepárate para pagarla como si viniera bendecida por el mismísimo Papa. Ni un cacahuate te dan ya.

Pero eso sí, todos los vuelos van llenos, no importa que sea temporada baja, alta, o “tiempos de Covid”, todos van llenos y, en muchos casos, sobrevendidos. Me ha tocado escuchar a las empoderadas encargadas del mostrador decirle a alguna persona que: “si no pagó por un asiento y el vuelo está sobrevendido, no podrá subir” cuando queda claro que quien pagó por un boleto debe tener un asiento asegurado, pero la realidad es distinta, no hay quien ponga en orden a las aerolíneas que cobran lo que quieren y hacen lo que quieren sin que nadie les diga nada, siempre en perjuicio del usuario. Porque en esta economía de “la austeridad republicana”, lo único que se reduce es el personal, no los precios ni los abusos. Las filas para documentar son eternas. Uno pensaría que con tanta tecnología volar sería más fácil, que los procesos para obtener el pase de abordar, documentar una maleta o ingresar a las salas de espera serían más ágiles y eficientes, pero no; el sistema parece diseñado para que pierdas un día entero de tus vacaciones desde que sales de tu casa, llegas al aeropuerto y luego a tu hotel o destino final.

Sales con bastante tiempo de tu domicilio para evitar contratiempos. Aunque hayas hecho el “check in” en línea, tienes que llegar con tres horas de anticipación al aeropuerto si quieres documentar una maleta, o si viajas con un menor. Documentar la maleta es un acto de fe. Haces una larga fila, siempre esperando que quien te atienda esté de buenas, viendo como para una larga fila de 20 ó 30 pasajeros sólo hay un par de personas a los que no les corre ninguna prisa mientras tu observas el reloj pensando “qué bueno que me vine con suficiente tiempo” y esperando que no te digan que te pasaste por 700 gramos y que hay un cargo adicional equivalente al precio de otro vuelo. Pero no te preocupes, puedes redistribuir tus pertenencias frente a toda la fila o llevarte los zapatos más pesados en la mano.

Ya con tu pase de abordar, pasas por un filtro de seguridad en el que te revisan como si trajeras uranio enriquecido en la mochila, te quitas cinturón, reloj, zapatos, chamara y todo lo que lleves en los bolsillos, no se te ocurra llevar un perfume o un champú o un jugo de más de cien mililitros porque te tratan como si de veras estuvieran buscando algo. Haces fila para todo, para entrar, para salir, para esperar, para subir, para bajar, para todo. Luego viene el abordaje y ahí es donde el caos se convierte en folclor, aunque digan con claridad “Grupo 1”, se levantan los de todos los grupos como si estuviéramos en una evacuación de emergencia. La fila se convierte en una especie de peregrinación pagana hacia la puerta de embarque, con mochilas en la espalda que golpean sutilmente al de al lado, discretos empujones y nunca falta la doñita que se pasa diciendo: “¡yo nada más voy a preguntar!”.

Ya adentro, empieza otra batalla: guardar la maleta en el compartimiento. Siempre hay un héroe que intenta meter una maleta que claramente no cabe, como quien quiere meter una lavadora en un closet. Luego están los que no respetan su asiento, los que lo quieren cambiar, los que reclinan el asiento y quieren más, y los que deciden contar su vida completa en voz alta como si todos hubiéramos comprado boletos para el podcast.

El vuelo en sí, (si todo sale bien y no te toca al lado alguien que ronque demasiado u ocupe unos diez centímetros más de cada lado de su asiento) es el único momento de paz… hasta que aterrizamos. Porque ahí viene otro episodio digno de análisis sociológico, los que se levantan apenas el avión toca tierra y previo sonoro aplauso desde luego. Aunque faltan 12 minutos para abrir la puerta y se les diga que no se pueden parar, que vamos a salir por el orden de las filas, ellos ya están de pie, sacando mochilas, empujando al de adelante, recargando sus posaderas en tu hombro, todo con tal de avanzar tres filas. No importa que el vuelo haya sido corto, esa última espera de cinco minutos parece intolerable.

Y luego la cereza del pastel: esperar las maletas. Ahí puedes leer una novela completa, ver cómo niños aprenden a caminar o, si tienes suerte, detectar en qué momento el sistema de banda se descompone y hay que ir por las maletas “a mano”.

Si sales o llegas al aeropuerto de Zacatecas, prepárate para caminar con tu maleta a cuestas, bajo el sol, la lluvia o el viento helado. En otros aeropuertos, te suben a un camión, sin aire acondicionado, sin asientos suficientes, en el que vas apretado, agarrado de un tubo, sudando y sintiendo la respiración del vecino, peor que en el metro.

Y eso es solo el inicio. Si te atreves a rentar un auto al llegar, añade una hora y media más al martirio, otra fila, el papeleo eterno, el cambio de coche porque “no tenemos el que pidió”, la revisión de raspones, y la espera mientras le llenan el tanque con cuentagotas. Para cuando logras salir del aeropuerto ya es de noche, estás cansado, hambriento y con la certeza de que perdiste un día completo de vacaciones.

Pero si usted no quiere —o no puede— viajar en avión, o vive en una ciudad como Zacatecas, donde la conectividad aérea es escasa (por no decir casi nula) y de las más caras del país, no se preocupe, siempre puede hacerlo por carretera. Puede elegir el camión, claro, si le gusta la aventura y no le toca un asiento junto al baño (si le toca, es una experiencia sensorial inolvidable). O bien puede ir en coche propio, eso sí, con la emoción constante de saber que puede ser asaltado, que una llanta se le reviente en pleno tramo sin señal, que destruya un rin o que su suspensión quede como acordeón por las condiciones de nuestras gloriosas carreteras federales, a las que no se les ha invertido prácticamente nada desde hace siete años. Si decide tomar las de cuota —esas que en un arranque de ironía llamaron “autopistas”— prepárese para pagar caro por caminos comunes y corrientes, algunos de dos carriles, y otros más peligrosos aún, los de carril y medio donde la vida depende de la fe… o del humor del trailero de enfrente. Y no olvide que puede haber un accidente o una obra que cause filas eternas, avanzando a vuelta de rueda o sin avanzar en absoluto, y que cada caseta será un embudo donde perderá otros 20 minutos y algo de cordura.

Así es viajar en México. Un ritual tragicómico donde lo barato sale caro, lo ágil es lento, y lo extraordinario es que llegues de buen humor. Y sin embargo, ahí estamos, haciendo “check-in” con ilusión, documentando con esperanza, abordando con resignación… y regresando con “jet lag”, gastritis y una anécdota más para contar. Y lo viajado ¿Quién nos lo quita?

Nos leemos el próximo miércoles, con más del Dedo en la Llaga.

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