domingo, junio 22, 2025
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El Dedo en la Llaga | Formados en el extranjero, olvidados en su país

RAFAEL CANDELAS SALINAS

Durante su campaña electoral de 2024, Donald Trump sorprendió con una propuesta inusualmente progresista para su historial migratorio, prometió otorgar automáticamente la residencia permanente (green card) a todo extranjero que se graduara de una universidad en Estados Unidos. Incluyó no sólo las universidades tradicionales, sino también programas técnicos y de dos años, abriendo la puerta —en teoría— a miles de jóvenes talentosos de todo el mundo.

El mensaje fue claro: si te preparas en nuestro país, queremos que te quedes. “Queremos a los mejores y más brillantes”, dijo. En medio de un discurso marcado por el nacionalismo económico, esa promesa se convirtió en un respiro para muchos estudiantes internacionales, incluyendo miles de mexicanos que cada año buscan superarse académicamente en universidades estadounidenses, a dónde acuden con recursos pagados por su familia y que, por cierto, no son nada baratas.

Sin embargo, como ya es costumbre, el discurso no tardó en desdibujarse al enfrentarse con la realidad del poder. Desde su regreso a la Casa Blanca, su administración ha adoptado medidas que contradicen abiertamente esa promesa. No hay “green cards” automáticas. No hay puertas abiertas. Lo que sí hay son restricciones, cancelaciones de visas F-1 y J-1, y órdenes que apuntan incluso contra instituciones como Harvard, por aceptar estudiantes extranjeros.

El caso más sonado fue precisamente el intento de revocar la autorización de Harvard para matricular a estudiantes internacionales. La medida fue frenada temporalmente por una jueza federal, luego de que la universidad interpusiera una demanda. Pero el mensaje fue contundente, los queremos sólo mientras nos convenga, mientras vengan a pagar colegiaturas, hospedaje, alimentos y manutención, los queremos mientras traigan recursos, pero no cuando estén en posibilidad de quedarse a trabajar y a ganar un salario.

Aunque aún no se hace oficial, hoy, miles de estudiantes se enfrentan a la incertidumbre de que la propuesta de los asesores de Trump se haga realidad y tener que acatar una orden muy clara: ¡salgan del país lo más rápido posible! La posibilidad de quedarse legalmente a trabajar, de aprovechar la preparación adquirida en ese mismo país, se reduce a un terreno incierto, cargado de papeleo, incertidumbre y amenazas de deportación.

Muchos de estos estudiantes también son deportistas de alto rendimiento. Cada año, cientos de jóvenes mexicanos se van a estudiar a Estados Unidos u otros países con becas deportivas, muchos de ellos con un altísimo nivel competitivo. Se forman, compiten y crecen en sistemas que los valoran y los impulsan. Pero ni las federaciones deportivas mexicanas, ni el Comité Olímpico Mexicano, y mucho menos la Conade, se toman el tiempo de voltear a verlos.

Mucho del talento mexicano está allá, brillando en universidades extranjeras, pero aquí no hay un solo visor, un seguimiento serio, ni una política de integración. Tal vez por desconocimiento, por desinterés, por envidia, o simplemente por esa vieja maldición nacional de que “nadie es profeta en su tierra”.

Así como exportamos cerebros, también exportamos piernas, brazos, corazón. Pero en lugar de reinsertarlos al sistema nacional, los dejamos perderse o triunfar lejos, como si fueran ajenos. Solo se les reconoce cuando ya triunfaron y se les usa para alguna “foto política”.  La fuga de talento —académico y deportivo— no empieza cuando cruzan la frontera, empieza cuando les cerramos las puertas aquí.

Lo más triste es que, en muchos casos, ya ni siquiera quieren volver. No por desarraigo, sino por desesperanza.

Porque volver a México, para muchos de estos jóvenes, no es regresar al hogar, es regresar al abandono. A un país que no supo apostar por ellos, que no les ofreció futuro, que no los vio cuando partieron y que no los espera cuando regresan.

Una tierra donde se privilegia la lealtad política sobre la capacidad, donde el mérito incomoda, donde los salarios apenas alcanzan para sobrevivir, y donde los empleos escasean tanto como las oportunidades reales de desarrollo.

Un país que ha renunciado a tener políticas deportivas serias, que ha dejado morir sus sistemas de competencia y que mira con indiferencia el talento que triunfa afuera como si no le perteneciera.

Y todo esto, además, en un contexto de violencia creciente, de inseguridad cotidiana, de familias rotas por el crimen, por la impunidad, por el miedo.

Y entonces, ¿dónde pueden soñar?

Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.

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