jueves, julio 31, 2025
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El Dedo en la Llaga | Estatuas que van y vienen… y un país que se reinventa cada seis años

RAFAEL CANDELAS SALINAS

En días recientes fueron retiradas del Paseo de la Reforma en la Ciudad de México las estatuas de Fidel Castro y Ernesto “El Che” Guevara, colocadas en 2021 en el llamado “Parque de la Amistad México-Cuba”. Su instalación fue polémica desde el inicio, en plena pandemia, en medio de protestas por el manejo del Covid y a meses de elecciones intermedias, el Gobierno de la Ciudad de México, encabezado por la hoy presidente de la República, decidió rendir tributo a estas dos figuras que dividen profundamente la opinión pública.

El momento político no era menor. Se trataba de reafirmar simpatías ideológicas con el régimen cubano, justo cuando miles de cubanos salían a las calles en la isla pidiendo libertad y denunciando la represión. Fue una decisión más política que cultural, más simbólica que estratégica.

Pero así como llegaron, se fueron. Sin ceremonia, sin justificación clara, sin consulta. Un día estaban y al siguiente, no. Así de fácil, así de arbitrario. Como también lo fue la decisión tomada el 10 de octubre de 2020, cuando -acompañada de un reclamo socarrón para que España le pidiera disculpas a México por la conquista- la estatua de Cristóbal Colón fue retirada de Reforma “para restaurarla”, aunque desde entonces nadie sabe exactamente dónde fue a parar ni si alguna vez regresará. En su lugar, hoy está la figura de una mujer indígena -“Tlalli”- que también fue criticada por su improvisación y por no contar con respaldo académico ni artístico serio.

Y es que esto -aunque no necesariamente esté bien- es más común de lo que parece. Las estatuas y los monumentos son testigos del vaivén ideológico. Las pone uno, las quita otro. Las levanta un gobierno, las borra el siguiente. A veces ni siquiera es necesario un cambio de partido, basta un cambio de humor.

El problema de fondo no son las estatuas, sino la falta de continuidad. En México, cada seis años (o cada tres, si hablamos de gobiernos municipales), se reinventa el país, el estado, la ciudad. Y en ese acto de reinvención, se tiran ideas, obras, proyectos y hasta piedras. Literalmente. El programa de iluminacion de la ciudad de Zacatecas cada tres años se anuncia con bombo y platillo, se gastan una millonada de recurso pùblico en cambiar las luminarias y  ninguno ha resuelto el problema aunque todos alegan que su propuesta es la correcta.

Ahí está, por ejemplo, aquel monumento a lo absurdo que colocó Miguel Alonso frente a la Catedral de Zacatecas, una piedra con su nombre para recordar que él iluminó un edificio construido hace siglos. Una piedra que no tardó en ser retirada por su sucesor Gerardo Félix, como símbolo de que el ego también tiene fecha de caducidad.

O el caso del auditorio del Poder Judicial al que un presidente del Tribunal, nombrado más por amistad que por méritos, decidió ponerle su propio nombre, con el beneplácito desde luego, del resto de los magistrados en turno. Hasta que llegó alguien con más pudor y le devolvió algo de dignidad al edificio.

Ejemplos hay muchos. El aeropuerto que Peña Nieto casi termina y que López Obrador canceló para levantar uno nuevo en una base militar. El proyecto de expansión de Zacatecas hacia Morelos propuesto por Arturo Romo, abandonado por Monreal, replanteado por Amalia García con una visión más moderna -Ciudad Gobierno, Palacio de Convenciones, el Hospital General, Ciudad Argentum- y olvidado por un capricho millonario de su sucesor que seguimos pagando, quien ademàs prefirió construir un velòdromo de madera que nunca se usò y que ya està totalmente destruido, un teatro que tampoco nunca fue utilizado y que es popularmente llamado “el museo de la corrupciòn” y 58 glorietas inservibles -una por municipio-, muchas ya abandonadas, vandalizadas o derruidas. Monumentos, sí, pero a la ocurrencia y a la corrupción.

El verdadero drama es que no hay planeación de largo plazo. No hay visión. Gobernamos en ciclos cortos, en impulsos, en ocurrencias. Y eso, más allá de las estatuas, es lo que nos condena a no avanzar.

A veces ni siquiera hay intención de cambiar lo anterior —para bien o para mal—, simplemente no hay ideas nuevas, ni voluntad, ni talento. Hay gobernantes que llegan sin capacidad ni para corregir, ni para continuar, ni mucho menos para proponer.

Ojalá algún día tengamos gobiernos con altura de miras, capaces de hacer prospectiva, de pensar a 20, 30 años, no al siguiente proceso electoral. Que puedan construir, con ciudadanos, partidos, empresarios, académicos y sociedad civil, un plan nacional, estatal y municipal de desarrollo que trascienda ideologías y colores. Un rumbo claro que no dependa del capricho del que llega, ni de la vanidad del que se va. Porque si el único legado de un político es una piedra con su nombre, tal vez no merecía ni siquiera gobernar.

Nos leemos el pròximo mièrcoles con mas del Dedo en la Llaga.

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Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
rafaelcandelas77@hotmail.com
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