RAFAEL CANDELAS SALINAS
Andrés Manuel López Obrador es, nos guste o no, un político fuera de serie. Antes que él, sólo Cuauhtémoc Cárdenas había sido candidato presidencial tres veces, pero sólo Andrés Manuel la ganó luego de tres intentos. Nadie recorrió los más de dos mil 400 municipios del país, uno por uno, estrechando manos, escuchando quejas y sembrando esperanza. En esos años, muchos creímos en él.
Le creímos cuando dijo que sabía cómo enfrentar la inseguridad. Le creímos cuando prometió que con él se respetaría la ley y el Estado de derecho; cuando ofreció libertades y certeza; cuando aseguraba que México recuperaría un lugar de respeto en el ámbito internacional. Le creímos incluso cuando hablaba de vivir en la justa medianía y cuando dijo que iba a terminar con la corrupción como se barrían las escaleras, de arriba hacia abajo. Por supuesto que no nos tragamos aquello de tener un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca”, pero sí confiamos en una mejora tangible de los servicios. Tampoco nos creímos eso de que la delincuencia organizada desaparecería el día de su toma de protesta, pero al menos confiamos en una estrategia eficaz. Sin embargo, si le creímos cuando dijo que la “cuarta transformación” implicaría instituciones sólidas, un sistema electoral democrático, división de poderes y respeto a la autonomía judicial.
Pero no. Las cosas resultaron muy distintas. Y para colmo, no solo dejó a su corcholata favorita como sucesora, sino que la dejó con las manos atadas, imponiéndole la agenda política y legislativa del primer año, heredándole medio gabinete, a la mayoría de los legisladores, a la dirigencia del partido… y hasta a su propio hijo.
El problema para el país -y para fortuna para Claudia Sheinbaum- es que el cachorro no salió bueno. Andy López Beltrán no ha logrado consolidarse como líder ni como articulador político. No tiene peso propio. En el proceso electoral reciente, sus propios correligionarios le atribuyeron tropiezos serios de operación, desde la desatención de campañas clave hasta la incapacidad de construir acuerdos locales. Los resultados están a la vista, donde había que hacer tarea, hubo fotos; donde se requería estrategia, hubo ocurrencias.
A esto se suman varios episodios que desgastan cualquier narrativa de “austeridad republicana”, viajes internacionales en momentos inoportunos como el paseo a Japón en un avión del gobierno de México mientras los miembros de su partido -del cual es secretario general- sesionaban en el Consejo Nacional; mientras el papá alardeaba de traer sólo doscientos pesos en la bolsa, el cachorro se regodea en cenas y reuniones en restaurantes de alta gama que desentonan con la prédica de la “justa medianía”; mientras el padre caminaba por los pueblos con un solo par de zapatos, el hijo recorre las avenidas de las principales ciudades del mundo con zapatos y ropa de diseñador.
“Me canso ganso”, que crecer en un entorno de privilegio, cercado de incondicionales y lambiscones, muchas veces les hace confundir influencia con liderazgo, obediencia con lealtad, respeto con sumisión. Y no es un tema de gustos personales, es de símbolos y de congruencia. Cuando el país aprieta el cinturón, el círculo del poder no debería aflojar la corbata en la sobremesa, o como decía Andrés Manuel, “no debe haber gobierno rico con pueblo pobre”.
Por eso hay, además, un fenómeno que inquieta a propios y extraños, a Andy ya lo ven -y él parece dejarse ver- como “el que sigue”, el heredero de la 4T. Basta recordar aquel mitin del Zócalo, en el que algunos lampareados ignoraron a la presidenta para corretear una selfie con el junior de la transformación. Aquí lo señalamos en su momento, no se trata de un desliz protocolario, es un síntoma, una señal clara de con quién quieren alinearse. En un sistema que prometió romper con el dedazo, algunos ya ensayan y esperan el heredazo. Y eso coloca a Claudia Sheinbaum en una posición incómoda, pues si tolera la sombra, la comparte; y si la corta, la enfrenta.
Pero no todo es miel sobre hojuelas para López Obrador y su estrategia de seguir gobernando por interpósita persona, ni todo es malo para la nueva titular del bastón de mando morenista, pues para completar el cuadro, el gobierno de Estados Unidos ha intensificado la presión sobre México para que actúe contra la corrupción (ahora sí de arriba hacia abajo), el lavado de dinero y la protección política al crimen organizado. En Washington no se distinguen matices, cuando se habla de vínculos de alto nivel, todos quedan bajo la lupa. Más aún cuando ya han empezado a hablar muchos de los testigos protegidos que conocen al dedillo las entrañas de los vínculos entre el poder político, el poder económico y la delincuencia organizada. Ese contexto obliga a definiciones urgentes. Y mientras algunos dentro de Morena ya imaginan a Andy como eventual sucesor, otros no encuentran cómo deslindarse de él sin que suene a ruptura con el pasado inmediato. El dilema es evidente ¿se mantiene como activo heredado o se reconoce como pasivo político? La presión internacional no dejará espacio para la ambigüedad.
La verdad es que no podíamos esperar otra cosa de alguien que ha construido su influencia desde el apellido; alguien acostumbrado solo a gastar, a hablar en nombre del padre, a usufructuar su capital político y a reclamar que no le digan Andy, porque -según el- “llamarme ‘Andy’ es demeritar eso, es quitarme ese legado… díganme, Andrés Manuel López”.
En fin, lo mejor que le puede pasar a Claudia Sheinbaum -y al país- es sacudirse las cuñas que le dejó López Obrador, empezando por el junior de la transformación. La Presidencia necesita instituciones, no herederos; autoridad, no tutores; y un rumbo propio, sin sombras familiares.
Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.
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Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
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