AURELIO GAITÁN
Una niña de 12 años y un hombre de 45 murieron acribillados en plena carretera federal 45. Viajaban con su familia rumbo a Mazatlán. Salieron de Querétaro, pasaron por Aguascalientes y en Zacatecas encontraron la muerte. Iban por una vía que presume modernización, pero carga con décadas de abandono y silencio institucional.
El ataque ocurrió a la altura de Sain Alto, en los límites con Fresnillo, donde el pavimento parece más territorio de grupos armados que de tránsito turístico. Los agresores siguieron a la Sprinter desde la caseta de Osiris. Sabían a quién buscaban. Dispararon sin importar que iban niños. Dos más resultaron heridos. Los demás sobrevivieron al horror.
Las autoridades llegaron rápido, dijeron. Aplicaron protocolos. Encontraron el vehículo Mazda de los agresores apenas 26 minutos después, abandonado en Río Florido. Esfuerzo digno, pero insuficiente. El saldo ya estaba escrito: dos cuerpos sin vida, la ruta cerrada por miedo, la confianza de nuevo colapsada.
El secretario de Gobierno, Rodrigo Reyes Mugüerza, afirmó que el adulto asesinado tenía antecedentes penales en Estados Unidos y supuestos vínculos con un grupo delictivo de Jalisco. Nada excusa su ejecución, y mucho menos la de una niña que lo acompañaba. Lo que revela es otra cosa: nos matan a plena luz del día y con absoluta precisión. Nos vigilan desde la caseta y disparan donde quieren.
La carretera Zacatecas-Durango es vital para el turismo y el comercio, pero también para las rutas del crimen. No es la primera vez que se convierte en escenario de ejecuciones o desapariciones. Es, como tantas otras, una cicatriz más de un Estado que apenas puede contener el desangre. Las promesas de justicia, aunque necesarias, ya suenan huecas.
La familia iba a vacacionar. Lo que hallaron fue una emboscada. Y lo que nos deja este crimen es otra confirmación de que la violencia no distingue fechas ni pasajeros. Que no basta reforzar el patrullaje después del crimen, sino reconstruir la seguridad con inteligencia, cooperación real y justicia que no sólo se anuncie.
Mientras no se detenga a los responsables y se desmonte la estructura criminal que controla los caminos, la carretera federal 45 seguirá siendo eso: una ruta del miedo disfrazada de conexión. Y Zacatecas, un territorio donde las vacaciones pueden terminar en tragedia.
Lluvias en la frontera del riesgo
La lluvia, esa que durante meses escaseó hasta dejar reseco el campo, hoy cae con una furia medida en porcentajes y desfogues. Zacatecas, tierra de sed y esperanza, enfrenta ahora el reverso de la sequía: el desbordamiento.
Cuatro presas comenzaron a verter agua para prevenir lo peor. Dos ya rebasaron su máxima capacidad: Julián Adame en Villanueva y Moraleños en Huanusco, ambas al 100%. Otras dos, Miguel Alemán (Excamé) en Tepechitlán y El Cazadero en Río Grande, se acercan al límite con 95.5% y 77.5% respectivamente.
Son cifras que preocupan, pero también reflejan un sistema de monitoreo activo, en contraste con la negligencia institucional que suele caracterizar otros frentes de la administración pública.
La Coordinación Estatal de Protección Civil, encabezada por Jorge Luis Gallardo Álvarez, mantiene vigilancia constante y ha activado la Fuerza de Tarea “Genaro Codina”, cuya sola mención remite a los estragos de 2021. La alerta no es simbólica. La presa Julián Adame ya derrama 7.3 metros cúbicos de agua por segundo, mientras que Excamé libera 8.5. En otras palabras, el agua busca salida, y el Estado intenta evitar que esa salida arrase con vidas y hogares.
La previsión es clave. Por ello, se han habilitado 135 albergues temporales en coordinación con los municipios. Aun así, el riesgo permanece latente. Las lluvias continuarán, advierte el Servicio Meteorológico Nacional. Chubascos de hasta 25 milímetros, acompañados de descargas eléctricas y granizo, seguirán presentes en el horizonte inmediato, consecuencia del monzón mexicano que este año llegó con fuerza.
Curiosamente, mientras unas presas se desbordan, otras apenas recogen lo suficiente. En Tabasco, la presa El Chique apenas alcanza el 35.7%. En Fresnillo, Santa Rosa no llega ni al 26%, y Leobardo Reynoso se mantiene en un preocupante 24%. Las cifras muestran un Zacatecas dividido por el agua: regiones con exceso y otras con carencia, como si el temporal también arrastrara consigo las inequidades históricas del estado.
Ante ello, la pregunta es si estamos preparados no solo para responder al desastpire, sino para prevenirlo con una visión de largo plazo. Porque en Zacatecas, la lluvia nunca es solo agua: es riesgo, oportunidad y reflejo de nuestra fragilidad estructural.
Sobre la firma

Columnista especialista en municipios, justicia y poder.
aureliogaitan58@gmail.com
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