ANGÉLICA COLIN MERCADO
En el contexto actual, donde los hechos delictivos amenazan la cohesión del tejido social, la educación preparatoria emerge como un espacio estratégico para la formación de jóvenes con conciencia crítica, sentido ético y compromiso social. La etapa del bachillerato no debe ser vista únicamente como un tránsito hacia la educación superior, sino como un proceso clave para fortalecer la identidad, la autonomía y la participación ciudadana. Paulo Freire lo expresa claramente al afirmar que “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”; una visión que nos recuerda el papel transformador de la escuela ante los desafíos sociales contemporáneos.
Nuestros jóvenes viven realidades complejas: inseguridad, desigualdad, violencia estructural. En ese entorno, la escuela debe convertirse en un refugio y una trinchera: un lugar donde se cuestionen las injusticias, se reconstruyan los lazos sociales y se cultive la esperanza. Como señaló Emilia Ferreiro, “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o construcción”, una afirmación que nos compromete a brindar experiencias significativas de aprendizaje que empoderen a nuestros estudiantes frente a las narrativas de desesperanza que muchas veces los rodean.
En este sentido, la educación preparatoria debe responder con propuestas pedagógicas inclusivas, innovadoras y profundamente humanas. Educar es resistir frente a la cultura de la violencia; es dotar a las y los jóvenes de herramientas para interpretar su realidad y transformarla. Por ello, las instituciones educativas, debemos asumir la responsabilidad de ser agentes activos en la construcción de una sociedad más equitativa, pacífica y con justicia social. Porque cuando educamos con compromiso, también prevenimos, sanamos y transformamos.
Sobre la Firma
Educadora crítica, madre, directiva universitaria comprometida.
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