viernes, diciembre 12, 2025
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La Casa de los Perros | El inventario de los herederos

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

Hay momentos en que la política se parece a esas ferias antiguas donde cada familia montaba su puesto para ofrecer al pueblo lo que pudiera salvarlos de la desgracia. En Zacatecas, el mercado ya abrió. Y en el centro del ruido, Ricardo Monreal Ávila —patriarca de un apellido que carga más años que favores— decidió revelar la lista completa de quienes, según él, podrían tomar el relevo de su hermano en 2027.

Lo hizo con ese tono de viejo notario que registra nombres para evitar malentendidos futuros. Pero también dejó claro quién ya no está entre los elegidos: su hermano Saúl, el que nació señalado, pero terminó descartado.

El diagnóstico cayó como una sentencia: la gente ya no quiere otro Monreal. El apellido, admitió, se agotó. Es raro escuchar a un político aceptar el desgaste propio, como si la marca familiar fuera una camisa que ya no ajusta al cuerpo del estado. Pero lo dijo. Y al hacerlo, abrió un parteaguas: si el apellido está vencido, ¿qué queda de la saga? ¿Qué peso real tiene hoy la palabra de quien durante décadas fue el gran tejedor del tablero zacatecano?

Antes de cerrar esa puerta, sin embargo, Monreal se permitió un gesto casi íntimo: describió a Saúl —“Saulín-Saulón”— como el más sensible, el más cercano a la gente, el más intuitivo. El mejor. Pero no el elegido. Porque en Morena el principio antinepotismo está escrito en mármol, y ahí termina toda posibilidad. El futuro del hermano menor quedará en pausa, al menos en esta estación.

Superado el capítulo familiar, Monreal sacó la libreta y dictó el inventario de quienes hoy aspiran a ser el rostro de la 4T en Zacatecas. Primero, los propios. Los que caminan por los pasillos de la fallida nueva gobernanza y los que suenan en Morena con fuerza variable.

Rodrigo Reyes Mugüerza encabezó el catálogo. Secretario General de Gobierno, viejo conocido suyo en el Senado, a quien definió como íntegro, capaz, inteligente y, sobre todo, auténtico. Un hombre que —según él— tiene raíces firmes y nada que ocultar. El aval implícito quedó ahí, suspendido en el aire. Es su pupilo.

Luego vino el matiz: Verónica Díaz Robles. La senadora, la figura favorita del todavía inquilino de La Casa de los Perros y la enemiga silenciosa de buena parte del pueblo bueno y sabio. Monreal se apresuró a fijar distancia. Excuñada, dijo. Hace años que no la ve, no habla con ella, no hay trato alguno. La mencionó sólo para dejar testimonio de algo obvio: ese vínculo ya no existe. Pero tampoco le tiró un golpe. Nunca hablará mal de ella, aseguró, como quien prefiere cerrar una puerta sin hacer ruido.

Siguió Ulises Mejía Haro, “un joven disciplinado”, descripción sobria, casi quirúrgica. Después, Julia Olguín: la mujer que —dijo— ha crecido, que es talentosa, que se ha construido un lugar en la política sin pedir permiso. Y, al final, Soledad Luévano, otro nombre que flota en la conversación, aunque nadie sabe si la corriente la llevará más lejos. De hecho, nadie sabe nada de ella.

Pero donde el viejo operador afiló el lápiz fue en la lista paralela: los aliados que podrían convertirse en socios estratégicos o en rivales incómodos según avance la campaña. Ahí anotó a Carlos Puente, del Verde, con ese tono de respeto que sólo se usa para los jugadores que ya demostraron aguante. Luego, a Geovanna Bañuelos, del PT, a quien él mismo invitó alguna vez a su causa; y a Jorge Álvarez Máynez, hoy en Movimiento Ciudadano, pero también producto de su escuela política.

Nombrarlos a todos no fue casualidad. Fue una forma de recordarle al estado que, durante años, la política local fue un tablero que él mismo diseñó. Aunque ya no lo controle por completo, todavía conoce cada pieza.

El mensaje final se volvió advertencia. Morena, dijo, no puede ir solo. No debe repetir el error de fracturarse, porque cuando el PT se desprendió, nadie ganó del todo. La historia, en política, es una maestra cruel: el que olvida, paga. Y Monreal lo sabe.

Luego vino el dardo: la dirigencia estatal se equivocó al confrontar al obispo Sigifredo Noriega. Abrir frentes con la Iglesia, dijo, es una torpeza innecesaria. La queja ante el IEEZ fue inútil; la batalla, absurda. Él se deslindó con frialdad quirúrgica: no sabe quién es el dirigente estatal. Y, para cerrar el círculo, confesó lo que todos sabían: es católico, viene de Plateros, del Santo Niño de Atocha. No tiene por qué ocultarlo.

Así, en una misma tarde, Monreal repartió elogios, deslindes y epitafios políticos. Dejó claro quiénes son sus candidatos —Olguín, Puente, Ulises— y quién ya no puede serlo: Saúl. La sucesión está en marcha y la casa de los Monreal, aunque herida, todavía intenta dictar el ritmo.

El pueblo decidirá si escucha. Porque en Zacatecas, la fe suele durar más que los apellidos.

Sobre la Firma

Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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