miércoles, noviembre 19, 2025
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El Dedo en la Llaga | De los “Halcones” a los “Cuervos del Bienestar”

RAFAEL CANDELAS SALINAS

Hay símbolos que el poder no debería invocar ni por accidente. En México, uno de ellos es el de los Halcones: ese grupo paramilitar que hace más de medio siglo se lanzó contra estudiantes que exigían libertad, dejando una cicatriz que aún supura en nuestra memoria colectiva. Era un Estado que le tenía miedo a su juventud, a su energía, a su inconformidad.

Cinco décadas después, pareciera que la historia se repite. Aunque hoy no hablamos de Halcones, pero sí de Cuervos del Bienestar.

En un país donde el gobierno se autoproclama democrático, cercano al pueblo y defensor de los más vulnerables, sorprende cómo reacciona cuando los jóvenes salen a las calles. Protestan pacíficamente, pero son recibidos con toletes, gas pimienta, escudos y una contundencia que solo revela que quienes están en el poder son demasiado sensibles, delicaditos, tan frágiles como un jarrito de Tonalá.

Un régimen que se quiebra ante la crítica, aunque la presidenta salga a decir que entre más la critiquen la hacen más fuerte. No parece. En lugar de aceptar y corregir sus errores, se ofende por los gritos, pero no se ofende por la violencia que impera en el país. Y entonces la lógica se invierte, los ciudadanos se vuelven sospechosos; los jóvenes, un riesgo; y la protesta, un delito de opinión que se castiga con cárcel y hasta acusaciones de intento de homicidio.

El expresidente López Obrador creó un ejército de jóvenes a los que bautizó como Siervos de la Nación, a los que adiestró como operadores sociales, brigadistas electorales y defensores del régimen que cumplen la función de contener, intimidar, vigilar y neutralizar cualquier expresión que no sintonice con el discurso oficial. Incluso son los aplaudidores en los eventos oficiales. Sin embargo, con el paso de los años, han sido adoctrinados constantemente mediante ese “parte ideológico” al que llaman mañanera, se han ido transformando en una estructura política y emocionalmente leal al régimen, una red que vigila presiona y controla con los métodos modernos del oficialismo.

Pero ahora sabemos que no son los únicos. En la marcha del 15N quedó en evidencia un segundo grupo, uno más oscuro —literalmente— integrado por hombres y mujeres vestidos de negro, encapuchados, entrenados para reventar manifestaciones pacíficas. No son jóvenes confundidos, no son espontáneos indignados, son profesionales del caos.

Se dedican a provocar, golpear, vandalizar, romper vidrios, incendiar botes, agredir policías y desatar violencia para justificar la represión contra quienes protestan legítimamente. Y, curiosamente, nadie los detiene, nadie los identifica, nadie los presenta ante un juez. Son inmunes e intocables. Los vimos actuar con toda impunidad el 2 de octubre, no hubo un solo detenido a pesar de que aquel día si hubo daño en las cosas, robaron tiendas de conveniencia, joyerías y agredieron a policías. A diferencia del pasado sábado en que actuaron para provocar, para reventar una marcha pacífica y darles pretexto a los granaderos para agredir a niños, jóvenes, discapacitados y personas de la tercera edad y para detener y meter a la cárcel a 19 jóvenes a los que se les acusa de intento de homicidio.

Es evidente que no hay piso parejo. Ojalá la presidenta pusiera el mismo empeño en investigar a estos cuervos negros —que revientan marchas— como lo hizo para investigar y exponer a toda la nación los perfiles académicos, laborales, personales y familiares de los jóvenes que convocaron a la marcha del 15N.

Porque ya quedó claro que capacidades sí tiene, pero no las usa para todos. Tiene recursos humanos, financieros, materiales y tecnológicos para hacer investigaciones profundas cuando se trata de quienes la cuestionan, para rastrear estudiantes, universitarios, voluntarios, activistas o ciudadanos comunes que se atreven a convocar una marcha, pero no para rastrear quiénes son esos provocadores, quién los manda, quién los entrena, quién los protege, dónde se organizan, y cómo se financian. Mucho menos para atender los miles y miles de casos de extorsión que ocurren diariamente en este país y que vuelven ingobernables a ciudades enteras.

Pero lo que el gobierno no calculó es que hoy enfrenta a una generación que no le debe nada al régimen. Que no creció con la narrativa oficial. Que no siente obligación de agradecer programas sociales que no pidió. Que entiende que protestar también es construir país. Por eso molestó tanto la marcha del 15N, porque no hubo estructuras corporativas, acarreados ni sindicatos. Hubo jóvenes con mochila, universitarios con sudadera, chavos del transporte público, hijos de nadie y de todos.

Los hijos del 68 que hoy nos gobiernan saben que lo más peligroso para cualquier gobierno autoritario es una juventud que decide romper el guion impuesto. Porque, aunque no es 1971 el paralelismo duele. No hacen falta Halcones para reconocer la tentación de controlar la protesta. No hacen falta balas para entender el miedo del gobierno a su propia sociedad.

Hoy los instrumentos son otros, cercos metálicos, redes de ataque coordinadas, operadores disfrazados de civiles, provocadores infiltrados, vigilancia encubierta. La sombra del pasado no está en la referencia histórica, sino en la conducta del poder.

Quien gobierna debería saber que la protesta es una válvula de escape, no un delito; un derecho, no una amenaza. Pero los Cuervos del Bienestar —en todas sus versiones— cumplen la misma función que sus antecesores: proteger al poder contra su propio pueblo.

La buena noticia es que la ciudadanía está despertando. Especialmente los jóvenes que saben que el verdadero bienestar no se impone con lealtades ni con miedo, se construye escuchando, respetando y garantizando la libertad.

Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.

Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
rafaelcandelas77@hotmail.com
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