RAFAEL CANDELAS SALINAS
“La injusticia en cualquier parte
es una amenaza a la justicia en todas partes”.
Martin Luther King Jr.
El asesinato de Carlos Manzo no es un crimen más. No es una cifra más en esa estadística macabra que consultamos a diario como si fuera el pronóstico del tiempo. Es la prueba, una vez más, de que podrán matar al mensajero, pero no el mensaje. Y el mensaje que Carlos llevaba era tan simple como urgente: México no aguanta más violencia, más abandono y más indiferencia del Estado.
Carlos Manzo, ese presidente municipal valiente, hizo lo que millones quieren y muy pocos se atreven a intentar, confrontar la realidad del crimen organizado, denunciar la extorsión, exigir seguridad para su gente y pedir ayuda a un gobierno que nunca se la dio. Sus denuncias eran claras, directas y valientes. Y también sabía el costo, a lo que se enfrentaba, él mismo dijo que solo había tres caminos posibles con las que podría concluir su lucha, sabía que “pisaba muchos callos” y que la consecuencia sería acabar en la cárcel, muerto o con éxito. Y no se equivocó; solo le faltó vivir para ver si este país entendería su mensaje.
Lo que hizo fue justamente lo que muchos quisiéramos ver en nuestra clase política, que enfrenten su responsabilidad con valor, congruencia y un compromiso real con la gente. Sin excusas ni pretextos. Por eso su muerte ha conmocionado tanto. Porque nos recordó que sí existen servidores públicos dispuestos a enfrentar al crimen, aunque eso les cueste la vida.
Y justo por eso duele —e indigna— la reacción del gobierno federal, en especial la de la presidenta Claudia Sheinbaum. Porque mientras Carlos Manzo entregaba la vida por su pueblo, más de 12 horas después, la presidenta Sheinbaum subió un mensaje en la red social “X” (antes Twitter) para condenar el asesinato y expresar sus condolencias a su familia, 49 minutos después de que lo hiciera el embajador de los estados Unidos en México Christopher Landau, quién además ofreció la colaboración del gobierno norteamericano para cooperar con México en la lucha contra el crimen. Un poco más tarde, el gobierno de México salió a decir en voz del secretario de la Defensa Nacional y el de Seguridad Pública, que Carlos Manzo sí tenía apoyo y que contaba con 14 elementos de la Guardia Nacional. Y ante esa afirmación, uno no sabe si reír, llorar o enojarse más. Porque si realmente tenía 14 elementos, entonces la tragedia es peor ¿para qué sirvieron? ¿dónde estaban? ¿acaso eran ellos los únicos que no sabían lo que todo mundo sabía? Que Carlos Manzo estaba en peligro y corría alto riesgo de sufrir un atentado.
En lo personal, puedo decirles que no había cena, reunión o plática de café en la que se tocara el tema de la inseguridad, en la que no se hablara de Carlos, de su valor, de que hacía falta mas políticos como él y del riesgo que corría. En no muchas charlas de estas, algunos llegamos a pensar que sería el hombre más cuidado del país, pues ni a la presidenta ni a su gobierno les convenía que le pasara algo. Pero ¿acaso eso no lo entendieron los órganos de “inteligencia” del país? ¿no lo vieron venir ni el ejército, ni la marina, ni la guardia nacional?
¿Cómo es posible que un sujeto armado haya entrado como si nada a un evento público, frente a 14 elementos supuestamente entrenados, y haya asesinado al alcalde sin que nadie lo viera, sospechara o reaccionara? ¿De verdad esa es la seguridad que presumen? ¿De verdad eso consideran “apoyo”?
Si eso es tener protección, más vale que todos esos funcionarios que vemos a diario recorriendo las calles con un séquito de patrullas y guaruras pongan sus barbas a remojar, porque ya vimos que no sirven de nada.
Pero lo más insultante vino después. Cuando en su mañanera, Claudia Sheinbaum volvió a su guion de siempre, el mismo que utilizó López Obrador para rehuir a su responsabilidad y el mismo que utilizan los gobernadores de la 4T cuando alguna pregunta les incomoda: culpar al pasado, hablar de Felipe Calderón, de Peña Nieto, de la “herencia maldita”, de la guerra contra el narco… pero nunca, jamás, dedicar ni medio suspiro a reconocer el desastre de la herencia inmediata anterior, la del sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
Nada dice Claudia de esos seis años en los que se registraron más homicidios que en cualquier otro gobierno en la historia moderna del país.
Nada dice Claudia de la estrategia fallida de “abrazos, no balazos”.
Nada dice Claudia de la expansión de los grupos criminales en los pasados seis años.
Nada dice Claudia del crecimiento brutal de la impunidad.
Nada dice Claudia de los miles de ciudadanos, incluyendo policías, periodistas y políticos asesinados mientras el gobierno federal abría los brazos.
Nada dice Claudia del “culiacanazo” ni de los abrazos en Badiraguato.
Nada dice tampoco de los 10 presidentes municipales que ya han asesinado en lo que va de su administración.
Nada dice Claudia de los señalamientos de Donald Trump -un día sí y otro también- sobre el control que los cárteles tienen sobre buena parte del país, acusándolos incluso de gobernar.
Pero sí tiene tiempo para justificar, minimizar y repartir culpas. Eso sí se le da bien.
La realidad que niegan pero que no pueden esconder, es un aumento indiscriminado de las desapariciones, de las extorsiones y de la molestia social que se manifiesta cada vez más en las calles, en las carreteras y en las redes sociales, esas a las que AMLO bautizó como “las benditas redes sociales” porque le convenía, pero ahora que ya no les conviene, Claudia Sheinbaum las acusa de “carroñeras” y de estar patrocinadas por la derecha y grandes intereses económicos. Así de simple, así de absurdo.
Carlos Manzo pidió ayuda de todas las formas posibles. Le escribió, le insistió, le suplicó. ¿La respuesta? Desdén. Burlas. Tacharlo de exagerado. Comentarios sarcásticos de funcionarios que hoy deberían guardar silencio y asumir su responsabilidad. Nada se hizo. Nada se atendió. Nada se tomó en serio. Y hoy, lo único que se apresuran a hacer es excusarse y justificarse.
Ojalá que la indignación no sea pasajera. México está cansado. Cansado de que le digan que “vamos bien” mientras seguimos contando entre 60 y 70 asesinatos diarios. Cansado de que los gobiernos presuman como triunfo que ahora “solo” matan a 70 en lugar de 120. Cansado de que el Estado se desentienda y nos deje solos a nuestra suerte. Cansado de que nos pidan paciencia mientras el país se desangra.
Pero también cansado de nosotros mismos: de que la indignación nos dure tres días; de que las marchas sean esporádicas; de que los artículos —como este que hoy escribo— se pierdan entre la siguiente tragedia; de que permitamos que el abstencionismo siga decidiendo elecciones; de que dejemos en manos de unos cuantos la defensa de nuestras instituciones mientras las desmantela frente a nuestros ojos.
Mataron al mensajero, pero el mensaje no debe morir. Carlos Manzo no murió por una imprudencia. Murió porque hizo lo que debería hacer cualquier autoridad: defender a su gente. Y murió porque el Estado perdió —o cedió— territorios completos. México necesita acciones, no discursos; valentía, no excusas; responsabilidad, no propaganda.
La pregunta ahora no es si el gobierno actuará —ya vimos que no lo hizo—, sino si nosotros, como sociedad, estaremos a la altura de seguir exigiendo.
Porque si permitimos que este crimen se diluya como los anteriores, entonces sí habrán matado algo más grave que a un mensajero: habrán matado nuestra capacidad de indignarnos y de alzar la voz.
Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.
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Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
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