RAFAEL CANDELAS SALINAS
En el Paquete Económico 2026, entregado para su análisis, discusión y -segura-aprobación al Congreso de la Unión, se propone el aumento de algunos impuestos, contrario a la promesa de campaña que hiciera Andrés Manuel López Obrador y que ratificara Claudia Sheinbaum en su labor de corcholata presidencial.
Pues bien, ahora que la presidenta entró en funciones y que se ha dado cuenta que las finanzas del país no están en su mejor momento, sabe que algo tiene que hacer para seguir cumpliendo con los programas sociales que se entregan mes con mes a más de 16 millones de beneficiarios, lo que significa que el 82% de las familias mexicanas reciben directamente apoyos de los Programas para el Bienestar, sin intermediarios, según lo que señaló la presidenta en su primer informe de gobierno y que representa una inversión de aproximadamente 836 mil millones de pesos en 2025, y se proyecta que para 2026 la cifra alcance cerca de un billón de pesos, lo que equivale a casi tres puntos del Producto Interno Bruto.
¿Pero cómo hacerse de más recursos vía impuestos y cumplir con la promesa de no aumentar impuestos? Bueno, pues dejando intocados los impuestos más visibles como el IVA e ISR, pero aumentando otros impuestos que pegarán directamente al consumo disfrazándolos de “impuestos saludables” -particularmente el IEPS a refrescos, cigarros, apuestas y videojuegos- y acompañados de una retórica de comunicación desde la mañanera, aunque lo más complicado para la científica presidenta sea explicar en matemáticas simples el impacto que tendrá el aumento en una botella de refresco de 600 mililitros.
La narrativa suena bien, se trata de cuidar la salud de los mexicanos, combatir la obesidad y destinar recursos a programas de prevención. En el papel, nadie podría oponerse a una medida así. Pero en la realidad, la historia es distinta.
En 2014 México ya había probado con este tipo de gravamen. Al principio, el consumo de refrescos bajó unos puntos, sobre todo en familias de bajos ingresos. Sin embargo, al paso de los años la reducción se estancó, la gente absorbió el costo o se adaptó a presentaciones más pequeñas. Es decir, el impuesto tuvo un efecto limitado y pasajero.
¿Y la salud? Poco cambió. Porque la obesidad y la diabetes en México no se deben solo a los refrescos, sino a una dieta completa cargada de harinas, grasas y a la falta de actividad física. Sin políticas integrales —educación nutricional, agua potable en escuelas, fomento al deporte— cualquier impuesto por sí solo es insuficiente.
Lo más grave es que el dinero recaudado no se etiqueta a la salud, como tanto se promete. En vez de ir a bebederos en primarias, campañas de prevención o programas comunitarios, los recursos se suman al gasto general. Así, lo que se vende como una medida sanitaria termina siendo sobre todo una fuente de ingresos fiscales.
A esto se suma lo señalado por la Asociación Mexicana de Bebidas (MexBeb) que señala que el impuesto no solo es ineficaz para resolver problemas de salud, también es una medida regresiva y dañina para la economía popular. De acuerdo con el sector, los refrescos representan menos del 5% de las calorías de la dieta mexicana, mientras el otro 95% queda intacto. Además, advierten que el alza encarecerá los refrescos entre 10 y 15%, es decir, entre dos y tres pesos en una botella de 600 ml, lo que golpea de lleno a las familias de menores ingresos, no a las de clase media o alta que, unos apenas lo resentirán y otros ni siquiera tienen idea de cuanto cuesta un refresco, lo pagan y ya.
MexBeb también advierte que la medida puede derivar en la pérdida de hasta 150,000 empleos directos e indirectos, y poner en aprietos a cerca de 1.2 millones de tienditas que dependen en gran medida de la venta de refrescos para sobrevivir. Al final, los más afectados serán los de siempre, quienes menos tienen y las pequeñas economías locales que sostienen el día a día en barrios y comunidades del país.
En México, cerca del 30% de las ganancias de una tienda de abarrotes provienen de la venta de refrescos. Para un tendero, cada botella de 600 ml deja apenas dos pesos de ganancia. Con el aumento de hasta dos o tres pesos por refresco derivado del IEPS, el margen se vuelve insostenible, el consumidor se desanima, las ventas caen y la tiendita pierde.
A efecto de justificar lo dicho, pongo como ejemplo la diferencia con las grandes cadenas de tiendas de conveniencia. En los últimos años han aparecido por todos lados este tipo de tiendas que se venden como las nuevas “tiendas de la esquina”, pero que en realidad poco tienen que ver con la economía popular. Detrás de ellos está el poderío económico de empresas transnacionales como FEMSA, una de las empresas más grandes y ricas del país. Para estas tiendas de doble OO y doble XX, el refresco es apenas un gancho comercial, lo que realmente sostiene su negocio son los márgenes en la cerveza, los vinos, los licores, los productos de conveniencia y, más recientemente, su papel como mini sucursal financiera, donde se pagan servicios, impuestos, envíos de dinero y hasta operaciones bancarias. Con una sola transacción financiera, por mínima que sea, su ganancia por la comisión equivale a lo que el tendero de la esquina gana por vender cinco o seis refrescos.
La diferencia es abismal, para el tendero de barrio, que gana dos o tres pesos por refresco, un aumento de hasta dos pesos en el precio significa perder ventas y con ello parte de su subsistencia. Para el OXXO, el refresco no es sobrevivencia, sino estrategia de atracción. Así, el IEPS termina debilitando a la economía familiar de los que menos tienen, tanto del consumidor como del pequeño comerciante de la tiendita del barrio, mientras el corporativo y la persona de mayores recursos ni se inmutan.
En el colmo de la contradicción, mientras el gobierno sube el IEPS a refrescos con el discurso de “cuidar la salud”, en el mismo paquete económico recorta el presupuesto al deporte. O sea, no se trata de fomentar hábitos saludables, de abrir canchas, dar becas, masificar la práctica deportiva o impulsar a los talentos desde la niñez como se hace en otros países del primer mundo, donde un atleta universitario puede llegar a ser campeón olímpico. Mientras en esos países se combate la obesidad con oportunidades; aquí, -donde nos prometieron que tendríamos un sistema de salud mejor que el de Dinamarca- la quieren combatir con impuestos.
La paradoja es grotesca, castigan al consumidor en la tienda, pero niegan presupuesto a quien quiere hacer deporte. Así, el mensaje es claro: “toma menos refresco, pero tampoco corras, no nades, no juegues fútbol, no entrenes tenis… porque para ti no hay recursos”.
En resumen, en México la salud pública no se construye con políticas integrales, sino con la caja registradora. Y mientras en otros países la gente sube al pódium, aquí lo único que sube es el desabasto de medicamentos, la desconfianza en las autoridades y el precio del refresco. Y ni como esperar que los Diputados y Senadores le vayan a mover una coma a la Ley de Ingresos del 2026, no, ellos andan preocupados por quedar bien con la presidenta.
Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.
Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
rafaelcandelas77@hotmail.com
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