CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
“Ustedes y los desaparecidos se van a la verga”. Esa frase, brutal y sin anestesia, resume mejor que cualquier discurso oficial el verdadero rostro del gobierno de Zacatecas. No salió de un opositor, no fue gritada en una marcha de indignados, ni se filtró en un chat clandestino de funcionarios: la soltó un elemento de la Fuerza de Reacción Inmediata (FRIZ) contra madres buscadoras.
Mujeres que no piden favores ni privilegios, que sólo exigen encontrar a los suyos entre las fosas, los cerros y las morgues. Ahí, en la intemperie de la injusticia, se desplomó de un golpe todo el teatro que el todavía inquilino de La Casa de los Perros montó para rendir su cuarto informe de gobierno.
Mientras en el Palacio de Convenciones se cerraban accesos, incluso poniendo en riesgo a adultos mayores que buscaban llegar al recinto, la maquinaria del Estado se encargaba de desalojar a quienes, con hilos rojos, querían visibilizar la herida más profunda de Zacatecas: las más de mil 883 personas desaparecidas que hasta hoy no han regresado a su casa según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas.
Afuera, la represión. Adentro, el gobernador hablaba de amor al pueblo, de esperanza, de un Zacatecas “floreciendo”. Un discurso bordado con flores de papel cuando el hedor de la fosa es lo que marca la realidad.
El secretario general de Gobierno, Rodrigo Reyes Mugüerza, intentó apagar el fuego con las palabras de siempre: “tienen todo el derecho de manifestarse”, “vamos a revisar lo sucedido”. El mismo guion repetido cada vez que la policía reprime y el gobierno se hace el sorprendido. La vieja cantaleta de la “libertad de expresión” mientras los tejidos rojos eran arrancados, robados, como denunció la activista Cristela Trejo. Qué ironía: robar hasta los símbolos de quienes buscan a sus muertos.
Reyes Mugüerza se atrevió a presumir que las desapariciones han bajado 30%. La cifra, repetida como mantra, esconde más de lo que muestra. ¿Cómo se mide esa reducción cuando las madres siguen en las carreteras, en los montes, en las fosas clandestinas? ¿Cómo cuadrar esa estadística con la realidad de un Zacatecas? Una cosa son los números que se recitan en un informe, y otra el horror cotidiano. Como dice el dicho: “al mejor cazador se le va la liebre”, pero aquí ni siquiera han salido a cazarla.
El contraste es obsceno. Mientras las buscadoras eran violentadas por los uniformados, la secretaria de las Mujeres, Karla Guardado, sonreía en foros nacionales, hablando de esperanza, de protección, de vidas libres de violencia. Calló ante la agresión sufrida por las madres zacatecanas, pero aplaudió en la Ciudad de México las políticas públicas “integrales”.
Se necesita mucho cinismo para hablar de igualdad sustantiva mientras la violencia institucional la padecen, en carne viva, las que menos tienen. Callar en ese contexto no es prudencia, es complicidad.
El gobernador, por su parte, se regodeó en culpar a los antecesores: que si Amalia García dejó tantos homicidios, que si Miguel Alonso superó la marca, que si Alejandro Tello entregó un estado desangrado. El cuento de siempre: la culpa es del pasado, el mérito del presente. Según su versión, hoy la violencia va en descenso, el estado florece y las finanzas están sanas. “Siéntanse con la satisfacción de un deber cumplido”, pidió a los suyos. Y uno se pregunta: ¿qué deber, gobernador? ¿El de silenciar a las madres con la FRIZ? ¿El de maquillar cifras mientras la fosa común se expande?
Decía el Quijote que “los hechos son los que hablan, no las palabras”. Y los hechos en Zacatecas gritan lo contrario a lo que Monreal presume. El cuarto informe fue, en realidad, un cuarto oscuro: ahí se escondieron las voces de quienes no tienen micrófono, de quienes sólo cargan una foto en la mano y el dolor en el pecho. Afuera, el eco de la represión nos recuerda que no hay flores suficientes para tapar la sangre.
La historia enseña que los gobiernos suelen perderse no por los enemigos declarados, sino por su trato hacia los más débiles. Y en Zacatecas, el trato a las madres buscadoras es la radiografía de un poder que se endurece contra las víctimas, mientras se suaviza para sí mismo con discursos de amor y esperanza. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, dice otro refrán. Y aquí, el gobierno de David Monreal se ha tapado los ojos, no con vendas, sino con papel lustre de propaganda.
Las buscadoras seguirán, porque el amor a los suyos no se cancela con un portazo ni con un insulto. El gobierno, en cambio, quedará marcado por su indiferencia y su doble discurso. En Zacatecas no florece la esperanza, florece la impunidad. Y lo peor que puede hacer un poder en ruinas es creerse su propio teatro.
Porque el día que las madres encuentren a todos los suyos, ese mismo día el gobierno perderá el último disfraz que le queda.
Sobre la Firma
Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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