AURELIO GAITÁN
Treinta y ocho años sin un caso de rabia humana en Zacatecas. Treinta y ocho años para que un zorrillo, un descuido y un sistema de salud a medias, rompieran la estadística. Hoy, una joven de 17 años agoniza en el Hospital General de Zona 1 del IMSS. Su cuerpo es testimonio de un mal prevenible, de una tragedia que no debió ocurrir.
Las autoridades sanitarias repiten que el cerco epidemiológico ya está en marcha, que se rastrea a los contactos, que hay brigadas en Mezquital del Oro y Valparaíso. Sin embargo, la verdad es incómoda: la atención llegó tarde, demasiado tarde. La menor fue mordida el 22 de junio y buscó ayuda médica casi un mes después. Para entonces, el virus ya había hecho su camino irreversible.
La Secretaría de Salud de Zacatecas monitorea a tres personas que bebieron agua del mismo recipiente que la joven. Entre ellas, una niña de cinco años de Durango. Cinco vacunas, monitoreo, incertidumbre. El fantasma de la rabia se instala en familias que hoy viven con miedo.
El caso revela grietas profundas. La primera: la desinformación. La joven solo lavó la herida con agua oxigenada. Nadie le dijo que cada mordida de un animal silvestre es un riesgo letal si no se actúa de inmediato. La segunda: la precariedad. En Mezquital del Oro no hubo capacidad para atenderla, y el traslado a Durango y después a Zacatecas fue tardío. La tercera: la descoordinación. Hasta ahora se buscan versiones sobre dónde ocurrió la mordedura, quién mató o no al zorrillo, y en qué baldío terminó su cadáver.
No es una anécdota aislada. Es la radiografía de un estado vulnerable. En 2023, Mezquital del Oro ya fue escenario de un brote de dengue que desnudó la fragilidad del sistema. Ahora, un caso de rabia expone lo mismo: la reacción siempre llega después de la tragedia.
“Prácticamente tiene los síntomas: fotofobia, hidrofobia, fiebre y malestar general”, admitió el secretario de Salud, Uswaldo Pinedo. En otras palabras: no hay esperanza. Lo que sí hay es una campaña apresurada para vacunar perros y gatos, como si la improvisación pudiera borrar años de omisiones.
La rabia es prevenible. Esa es la ironía que duele. No hablamos de un virus desconocido, ni de una pandemia inesperada. Bastaba con información, protocolos claros y acceso inmediato a vacunas. Lo que tenemos es una familia deshecha, una menor en terapia intensiva y un estado que reacciona con discursos, cuando lo que necesitamos son sistemas sólidos.
En Zacatecas, la rabia no es solo un virus: es la metáfora de un olvido institucional. Un zorrillo mordió a una adolescente, pero lo que realmente la condenó fue la mordida invisible de la indiferencia.
Fumigar no basta
El Ayuntamiento de Juchipila anunció jornadas de fumigación en la cabecera municipal y sus comunidades. Puertas y ventanas abiertas, dicen las autoridades, para que el producto sea más efectivo.
La medida, aunque necesaria, parece más un parche que una estrategia integral. Porque la pregunta incómoda es otra: ¿qué hacemos después de la nube química? El mosquito no desaparece solo con un rociado; regresa cuando el agua estancada sigue acumulándose en patios, lotes baldíos y drenajes colapsados.
La prevención de enfermedades como dengue, zika o chikungunya no se resuelve en una semana de fumigación, sino con infraestructura adecuada, limpieza sostenida y educación comunitaria. Y en eso, Juchipila —como muchos municipios zacatecanos— sigue en deuda.
La fumigación es bienvenida, sí. Pero mientras no se invierta en agua potable segura, drenaje eficiente y programas permanentes, el zumbido del mosquito seguirá recordándonos que la salud en Zacatecas aún se juega al azar.
Sobre la Firma
Columnista especialista en municipios, justicia y poder.
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