martes, julio 15, 2025
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La Constitución Incomoda

JORGE RADA LUÉVANO

En Zacatecas hay fantasmas. No los de las minas ni los de las leyendas: estos llevan toga, firman acuerdos y escriben dictámenes como si tuvieran la Constitución doblada en el bolsillo trasero. No aúllan, pero sus silencios retumban. Hay uno, en particular, que se pasea entre las oficinas del Poder Judicial como si fuera dueño del aire y, sin embargo, nadie quiere decir su nombre. Es el espectro de la inconstitucionalidad. ¿O quién pensaban?

Parece que alguien —o alguienes, los gatos de la casa (Así les nombran), — han estado jugueteando con las leyes.

Los innombrables quieren cambiar las reglas del ajedrez a mitad de la partida porque se cansaron de perder, como si fueran bloques de madera en manos de un niño aburrido, han modificado el andamiaje judicial sin un solo plano, sin ingeniero constitucional, y con la firme intención de que nadie les contradiga. De pronto, un órgano de administración judicial aparece sin contrapesos; sus decisiones son inatacables, sus mandatos prorrogables, sus competencias duplicadas. La toga se volvió impermeable a la crítica. Y la justicia, cada vez más lejana, parece un viejo mueble heredado al que ya nadie le encuentra el cajón.

Lo más insólito —y quizá lo más peligroso— es que todo esto no parece ser producto del descuido, sino del empeño. En lo que va del sexenio, la política jurídica del Estado —si es que puede llamarse “política” a una sucesión de tropiezos, y “jurídica” a una colección de ocurrencias— ha demostrado que la ignorancia puede ser un método, y la mala fe, una brújula. Se legisla como quien lanza dados, se reforma con la precisión de un cirujano ebrio y se administra justicia con la lógica de quien reparte favores entre compadres con toga. ¿El autor intelectual? Permanece en las sombras, aunque a veces se le suelta la lengua… y también la mano. Sus ejes de gobierno son tractores —hágame el favor—. Hay quien dice que gobierna; otros, que apenas manda. Pero lo cierto es que distingue perfectamente entre lo legal y lo útil… y ha decidido ignorar ambas.

Dicen que se está cocinando algo en los hornos constitucionales. Una acción, no de panadería, sino de inconstitucionalidad. Al parecer, alguien se está atreviendo a preguntarle a la Corte si todo este tinglado no es, en realidad, una comedia autoritaria vestida de legalidad. ¿Qué pasará si la Corte responde que sí? ¿Qué ocurre cuando el edificio jurídico se levanta sobre bases podridas? ¿Cuántos dictámenes más se firmarán en papel sellado por la ilegalidad?

No es solo un tema de abogados. Es una cuestión de destino. Si la justicia deja de ser confiable, no queda más que la voluntad del más fuerte. Y cuando eso pasa, ya no importa cuántos jueces tengamos, sino a quién obedezcan. Gog, de Giovanni Papinni, si estuviera aquí, no escribiría un ensayo: haría un experimento social. Encerraría a los autores de la reforma en un tribunal sin salidas y les pediría que se juzguen a sí mismos. Con cámaras. En vivo.

Y, aun así, en medio de tanto caos disfrazado de orden, —calladamente, pero con método— se prepara una acción de inconstitucionalidad. No como un gesto simbólico, sino como una cirugía profunda al tumor que ha crecido en el corazón del sistema judicial estatal. No se trata de una simple denuncia: es una pregunta lanzada al centro del edificio republicano. Una pregunta que desarma, que incomoda, que obliga a mirar el origen de la deformación: ¿esto que aprobaron… puede siquiera llamarse constitucional?

La reacción no se hará esperar. En un Estado donde todo se arregla entre cenas, notarios y compromisos familiares, la sola mención de la palabra “inconstitucionalidad” produce alergia, urticaria, o en los casos más graves, ruedas de prensa. Pero esta vez el expediente invisible ya tiene tinta, argumento y destino. Y cuando llegue a su destino, alguien tendrá que explicar por qué, en vez de construir un Poder Judicial autónomo, decidieron fabricarse un espejo: uno que sólo devuelve el rostro del gobernante de turno, vestido de legalidad, pero con los botones mal abrochados. La acción viene. La reacción también. Y como siempre, los que hoy se burlan del derecho, mañana correrán a esconderse bajo su sombra. Como si no lo hubieran quebrado ellos mismos.

El derecho, a veces, se toma su tiempo. Pero cuando llega, cobra intereses. Y Zacatecas está en mora.

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