La guerra interminable

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX *

El lamentable asesinato del hijo del ex presidente del PRI y ex gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, es un síntoma grave de lo que se ha convertido en una guerra entre el narco y el gobierno federal, que deriva en efectos negativos para la economía, para la paz pública y para la sociedad en general.

Se desconoce el número de muertos a lo largo de estos años recientes: 40 mil era un consenso hasta hace unos meses, pero hoy la cifra parece acercarse a los 60 mil y hasta a los 80 mil según ciertos medios de comunicación.  La verdad es que nadie conoce el número: si hubo 10 muertos, las autoridades los convierten en 4 o simplemente los cancelan de la contabilidad.

La defunción de este joven de 25 años, recién casado, mete en el debate a la opinión pública sobre esta lucha sexenal. Quizá por la importancia de los apellidos, o por demostrar que todos estamos expuestos a este peligro latente –sin importar nuestra condición social o económica-  Nadie se escapa de esta cruenta batalla, ni el hijo de un poeta, el de un importante vendedor de artículos deportivos o el de un político de renombre.  La tabla es rasa.  Funcionan poco los vehículos blindados, las escoltas o cualquier parte del territorio nacional, sin embargo, más peligroso aparenta ser el Norte del país.  Menos grave lo que ocurre en entidades como Tabasco, Yucatán o Quintana Roo.  Pero finalmente nadie está a salvo.

Dos Secretarios de Gobernación han perecido en forma extraña: funcionarios y policías han muerto en cifras muy altas y desconocidas, así como los llamados narcos, que han fallecido en forma cruenta y grande.

Los migrantes han dejado de visitar nuestro país.  Los pequeños negocios han cerrado sus puertas.  La economía se ha visto mermada de manera sustancial por la violencia, y hoy se habla de la Ciudad de México como un lugar privilegiado para vivir.  Los chilangos que en 1985 huyeron del DF a raíz del terremoto, comienzan a regresar.

En España, Grecia y Portugal se vive una severa crisis económica, pero no sabemos si la crisis de la violencia sea peor que la financiera.  Una conlleva a la otra. Que los consumidores son los Estados Unidos. Que las armas ingresan de Norteamérica, pero los muertos están enterrados en nuestra patria.  Los migrantes de Centroamérica también han sido víctimas de esta guerra.  Intentar pasar el territorio mexicano es remontarse a los tiempos de la Revolución o de los Cristeros.

No sabemos cuándo empezó este combate. Tampoco sabemos cuándo terminará.  Una esperanza es el cambio de gobierno.  Se dice que el PRI siempre ha pactado con la mafia y que lo volverá a hacer.  Sin embargo, los ciudadanos no sabemos lo que pasará en la noche o mañana por la mañana.  Solamente oímos cada vez más cerca los balazos: si antes se hablaba de un amigo lejano o un familiar conocido, hoy el ruido de las balas parece acercarse a nosotros: cada vez conocemos más gente que ha sido agredida.

El gobierno es responsable en gran parte de lo que hoy vivimos, pero ¿qué podemos hacer como ciudadanos de carne y hueso?  Tenemos que conjuntarnos como una sociedad que se organice en contra de la violencia en que estamos envueltos. Debemos convencernos colectivamente que la patria está en peligro, y no sólo la iglesia, los jóvenes, los viejos o las mujeres.  El riesgo es para todos.   La  organización de varios gremios o municipios, debe ayudar a eliminar esta guerra absurda que no es del pueblo sino del gobierno y de sus estrategias equivocadas, y de los “malos” que buscan intimidarnos y derrotar nuestro estado de ánimo.

La organización colectiva puede ser la puerta que detenga lo que el gobierno no ha logrado hacer, para reconstruir entre todos una patria nueva.

* Político

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