RAYMUNDO MORENO
Nos acabamos el apellido.
La gente ya no quiere a otro Monreal.
Atropellando a todos sus “gallos” y de forma elocuente —algo raro tras más de cuarenta años protegido por el fuero y rodeado por aplaudidores— Ricardo Monreal salió a decir lo que ya todos sabemos, lo que se repite en cada publicación de redes sociales, en cada café y en cada comentario honesto dirigido a sus operadores políticos: la gente ya no quiere a otro Monreal, ni nada que se le parezca.
Y no lo decimos por moda, ni por enojo pasajero, lo decimos alto y claro porque, como decía su propio mesías tropical, gracias a las benditas redes sociales, la mentira cayó. Cayó la ficción de algo que nunca fueron, nunca han sido y nunca serán: políticos decentes que buscan el bien mayor por encima de los negocios e intereses familiares.
Porque cuando uno suma los años de los Monreal en el “servicio público”, los de Ricardo, David, Saúl, Susana, Rodolfo, Magdalena, Felipe, y luego se añade al resto de los catorce hermanos, los hijos, los hijos de los hijos, los cuñados, las ex cuñadas, los compadres y los “agregados”, el resultado no es un proyecto político, es un feudo.
Y los escándalos no son pocos, ni menores. El modus operandi es obvio: el nepotismo sistemático, impulsado desde el jefe del clan, se ha normalizado a tal grado que propios y extraños entienden que para los Monreal, Zacatecas es una suerte de herencia familiar; el uso patrimonial del poder, donde cargos, candidaturas y presupuestos circulan siempre en torno al mismo árbol genealógico; el discurso de austeridad contrastado con vidas de privilegio, operadores bien pagados y estructuras electorales financiadas con recursos públicos; el autoritarismo, el aplastamiento de disidencias y la expulsión de quien no se somete; y las acusaciones públicas, las calumnias a opositores, las denuncias mediáticas y jurídicas que, abusando del control que mantienen en las instituciones de procuración de justicia, jamás se aclaran, pero tampoco se olvidan.
Nada de eso es casualidad. Nada de eso es invento.
Es acumulación.
Es desgaste.
Es hartazgo.
Porque el poder que no se renueva se pudre y el apellido que se impone termina agotándose.
Por eso hoy, quizá por primera y seguramente única vez, estamos todos de acuerdo contigo, paisano Ricardo. La gente ya no los quiere.
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Funcionario público con responsabilidad social y cultural
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