ANGÉLICA COLIN MERCADO
Las Morismas de Bracho, celebradas anualmente en Zacatecas desde principios del siglo XIX, son mucho más que una escenificación festiva; representan una compleja manifestación de identidad cultural y memoria colectiva. Esta tradición mezcla elementos religiosos, históricos y folclóricos en una dramatización masiva que reúne a miles de participantes en torno a valores compartidos de fe, origen y pertenencia.
La elaboración artesanal de vestuarios, la participación intergeneracional y la recreación de batallas simbólicas entre moros y cristianos constituyen no sólo un espectáculo teatral, sino una forma de transmitir, recrear y legitimar una herencia cultural viva.
Desde una perspectiva educativa y cultural, Luzuriaga (1971) señala que “la educación es ante todo la influencia intencional y sistemática sobre el ser juvenil […] y un componente fundamental de la cultura, pues permite que dicha cultura se mantenga presente a lo largo de los siglos”.
Las Morismas de Bracho son un claro ejemplo de esta dinámica: no solo educan en valores religiosos o históricos, sino que, de manera implícita, socializan a niños, jóvenes y adultos en la identidad colectiva, reforzando valores de comunidad, devoción y cohesión social —de modo que la tradición se conserva, renueva y se enseña sin necesidad de aulas o manuales escolares.
Finalmente, esta festividad cumple un papel educativo no formal pero profundamente significativo: propicia el fortalecimiento del sentido de pertenencia y de la identidad regional, al tiempo que promueve la transmisión intergeneracional de saberes, símbolos y formas de convivencia.
La participación activa de familias enteras y la organización comunitaria alrededor de las Morismas evidencian cómo una práctica cultural puede operar como espacio de aprendizaje social y emocional, integrando tradición, historia y convivencia en una trama viva y compartida.
Educadora crítica, madre, directiva universitaria comprometida.
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