miércoles, septiembre 17, 2025
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La Casa de los Perros | Los chiflidos que ahogan al gobernador

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

El poder se mide en la plaza pública, no en los boletines oficiales. Y en Zacatecas, el todavía inquilino de La Casa de los Perros ya comprobó que ni los vivas ensayados ni los fuegos artificiales alcanzan para tapar la rechifla de un pueblo cansado.

En la noche del Grito, frente a una Plaza de Armas abarrotada, el gobernador quiso colar a la patria un “¡Viva la Cuarta Transformación!” y un “¡Viva el anhelo de paz y bienestar de nuestro pueblo!”. Lo que recibió fue un coro de abucheos, el eco de un descontento que ya no cabe debajo de la alfombra.

Las familias habían llegado temprano, con los niños en hombros y la esperanza de una verbena popular como aquellas de antaño, cuando la Independencia era fiesta y no propaganda. Pero la fiesta se quebró en cuanto David se olvidó de Hidalgo y Morelos para acordarse de su proyecto político. La plaza respondió como responde el pueblo cuando ya no cree: con un chiflido que duele más que cualquier encuesta.

Porque ahí quedó expuesto lo que todos saben y pocos se atreven a decir: Zacatecas no quiere más discursos huecos, quiere resultados. Y el gobernador, atrapado en su propia burbuja, insiste en gritar lo que nadie le contesta.

La violencia que mancha el desfile

Un día después, el 16 de septiembre, la agresión a Martín Pueblo, símbolo de la resistencia pacífica en la capital, terminó de pintar el retrato del sexenio: un gobierno que reprime porque ya no gobierna, que golpea porque no convence. Décadas de manifestaciones tranquilas hicieron de Martín un referente de la voz ciudadana. Esta vez, la policía estatal y de tránsito lo calló a empujones.

El desfile, cercado por uniformados, se pareció más a un estado de sitio que a una fiesta nacional. El miedo de David Monreal lo obliga a esconderse detrás de cascos y escudos. “El que nada debe nada teme”, dice el refrán. Pues bien: quien manda en Zacatecas teme a su propio pueblo.

Los informes que incomodan

Y si de temores hablamos, nada revela más la fragilidad del gobernador que su ausencia en los informes municipales de los tres pilares de la economía estatal: Jerez, Fresnillo y la capital. A ninguno se presentó. Mandó emisarios, como si con eso bastara.

A Jerez envió al gris Hamurabi Gamboa Rosales, director del Cozcyt, que carga más escándalos privados que resultados públicos. A Fresnillo, a Bennelly Hernández, derrotada en las urnas y aún marcada por la desconfianza ciudadana. Y a Zacatecas, al que es su comodín favorito: el secretario de Gobierno, Rodrigo Reyes Mugüerza.

Rodrigo se plantó en el informe de Miguel Varela y aseguró que “no vinimos a subirnos al ring” y que “no nos asustan los chiflidos ni las consignas”. Pero el problema es que terminó exactamente ahí: en el ring. Porque el público, ese mismo que lo escuchaba en la Casa Municipal de Cultura, le recordó que la legitimidad no se decreta ni se improvisa. Se gana con hechos, no con bravatas. Y Reyes, que debería ser el secretario de Gobierno, se ha convertido en el vocero de un régimen que perdió la brújula y se alimenta de pleitos con la oposición.

Rodrigo Ureño, la otra cara en Jerez

En contraste, Rodrigo Ureño Bañuelos, alcalde de Jerez, mostró que sí se puede gobernar sin paranoia ni policía encima de cada ciudadano. En su Primer Informe habló de salud, programas sociales, cultura, campo, migrantes y seguridad sin disfrazar la realidad, pero con claridad en los logros.

El Teatro Hinojosa fue testigo de algo que a nivel estatal ya no se recuerda: un gobernante agradecido con su gente y consciente de que se debe a ella.

Miguel Varela, el adversario incómodo

Y en la capital, Miguel Varela Pinedo, el enemigo número uno de la nueva gobernanza, rindió cuentas en una ceremonia donde dejó claro que Zacatecas no se reduce al color guinda. Varela habló de servicios públicos, parques, basura, turismo, cultura y vivienda. Pero sobre todo habló con la voz firme de quien sabe que la legitimidad viene del voto popular y del trabajo diario, no de los acarreados.

Al recibir al representante del gobernador, le recordó —con elegancia, pero con filo— que Zacatecas es uno solo, que no se puede excluir a los municipios que no votaron por Morena. Fue un mensaje directo a David Monreal: el capitalino no piensa pedir permiso para gobernar. Y su frase final, “Aquí nací y aquí quiero seguirme entregando por completo”, sonó más a promesa de futuro que a discurso de coyuntura.

Entre chiflidos y soledades

El contraste es brutal. Mientras David Monreal huye de la gente, manda sustitutos y se atrinchera detrás de policías, los alcaldes que enfrentan la realidad dan la cara, rinden cuentas y se ganan el aplauso.

Mientras Rodrigo Reyes presume que no teme a los chiflidos, el gobernador se atrinchera en la comodidad de un balcón. Mientras el estado se desangra, su clase política se distrae en frases ensayadas y pleitos inútiles.

Ya lo dice la sabiduría popular: “Cuando el río suena, agua lleva”. Y en Zacatecas, lo que suena no es otra cosa que el repudio. El grito de Independencia terminó convertido en grito de hartazgo. Y cada vez que David Monreal intente apropiarse de una plaza, lo acompañará ese mismo coro incómodo: el sonido de la desaprobación.

Porque hay algo que ni el gobernador ni sus operadores parecen entender: el poder no se defiende con policías ni con discursos, se sostiene con legitimidad. Y esa, como la confianza, cuando se pierde, no hay “¡Viva!” que la devuelva.

Sobre la Firma

Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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