CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
A partir del primer minuto de hoy 29 de mayo, México entra en una pausa cargada de silencio oficial. Le llaman veda electoral, aunque en el fondo es una tregua forzada, impuesta más por el miedo al caos que por el deseo genuino de reflexión democrática. La maquinaria propagandística se detiene, los micrófonos se apagan, los espectaculares se pudren bajo el sol zacatecano. Pero la pregunta sigue colgando en el aire, punzante: ¿qué es lo que estamos a punto de decidir?
En teoría, se trata de una elección histórica. Se votará, por primera vez, a quienes impartirán justicia en las más altas tribunas del Poder Judicial de la Federación: nueve ministras y ministros de la Suprema Corte, 17 magistraturas del Tribunal Electoral, cinco integrantes del Tribunal de Disciplina Judicial, 850 juzgadores federales y más de mil 800 cargos en los poderes judiciales locales. Una renovación masiva, sin precedente, bajo el disfraz de participación popular.
Pero la arquitectura se tambalea desde los cimientos. El Instituto Electoral del Estado de Zacatecas, enredado en su propio laberinto presupuestal, recibió apenas esta semana siete millones de pesos extra, luego de semanas de forcejeo con el gobierno estatal. No es la solución: es un salvavidas tardío.
El propio secretario general de Gobierno, Rodrigo Reyes Mugüerza, no escatimó desdén al soltar el dinero: “Ya no hay pretextos”, sentenció, como si la eficiencia electoral dependiera exclusivamente del flujo monetario y no de la desconfianza estructural entre instituciones.
En los márgenes de esta elección, acecha la violencia. En el sureste del estado, donde la sierra se vuelve frontera invisible con Aguascalientes, grupos armados disputan territorios mientras el gobierno jura que los homicidios van “a la baja”. Con mil 634 casillas por instalar y un operativo de seguridad extendido, la paz parece más un reto logístico que una garantía cívica.
Mientras tanto, los nombres de los candidatos se pierden en un océano de siete mil rostros, cada uno con su propia ambición. La plataforma oficial “Conócelos, Practica y Ubica” se presenta como la solución pedagógica al desinterés popular. Pero ni la mejor interfaz digital puede reemplazar la ausencia de un verdadero debate público sobre el modelo de justicia que se propone construir.
Al menos un gesto apunta a la cordura: el IEEZ vetará aspirantes con antecedentes por violencia de género o deudas alimentarias. Una exigencia mínima, que apenas roza el umbral ético de quien pretende juzgar a los otros.
Esta elección no es sólo una contienda por cargos. Es un espejo. La democracia judicial que se nos ofrece exige algo más que votos: exige confianza, memoria y una ciudadanía que sepa leer entre líneas. Porque aquí no se elige solamente a los jueces del país. Se elige el tipo de justicia que, más temprano que tarde, terminará por alcanzarnos a todos.
Un corazón que late en Jerez
En una tierra marcada por la desmemoria institucional y la inercia política, el pulso de la esperanza no proviene de los discursos encendidos, sino de los hechos. Jerez se convirtió esta semana en un epicentro de lo tangible: dieciséis ambulancias entregadas, un nuevo Centro de Salud Urbano en funciones, y el eco de una comunidad que exige, no promesas, sino resultados.
Pero el escenario también fue ocupado por el inquilino de La Casa de los Perros, quien, en lugar de sumar a la narrativa del trabajo y la construcción, decidió usar el púlpito para lanzarse contra los críticos. Desde ahí, arremetió con desdén contra quienes cuestionan al IMSS-Bienestar. Dijo que “jeringan” quienes hablan de falta de atención o desabasto de medicamentos. Los tildó de perversos. Negó toda decadencia, como si las voces que claman por atención médica digna fueran producto de la mala fe y no del abandono acumulado.
El problema de los sistemas públicos no es la crítica, sino la soberbia. Cuando un funcionario elige descalificar en lugar de escuchar, no construye: levanta muros. Lo dicho por el gobernador David Monreal Ávila no es una defensa del sistema de salud; es una negación del dolor de cientos de zacatecanos que siguen esperando una cita, un tratamiento, un diagnóstico que no llega. La política no puede seguir confundiendo la propaganda con la atención primaria.
En cambio, mientras unos apagan incendios con gasolina, otros se arremangan y trabajan. Rodrigo Ureño Bañuelos, alcalde de Jerez, ha sido una figura distinta en este concierto de disonancias. Su gestión ha traído una ambulancia para su municipio —símbolo y herramienta— pero también ha impulsado la cooperación intermunicipal, ha recorrido instalaciones, ha dado seguimiento. Él no gritó desde el estrado: caminó con sus pares y tendió puentes.
El nuevo Centro de Salud Urbano del IMSS-Bienestar es, en ese sentido, mucho más que una obra. Es una promesa encarnada: más de 36 mil personas tendrán acceso a atención médica de primer nivel sin necesidad de trasladarse decenas de kilómetros. Consultas, farmacia, laboratorio, nutrición, psicología, rayos X. Una infraestructura diseñada para resolver el 80% de los problemas sin remisiones innecesarias. Esto es política pública con vocación social, no espectáculo.
Los datos son relevantes: 69% más de consultas, 89% más intervenciones quirúrgicas, abasto de medicamentos al 90%. Pero los números, por sí solos, son fríos. La verdadera evaluación no está en la estadística, sino en el rostro de la madre que recibe atención prenatal a tiempo, en el del campesino que es atendido por una infección sin recorrer 100 kilómetros.
Lo que ocurre en Jerez no es una anécdota. Es un modelo. Y es también una advertencia: cuando los municipios se articulan, cuando las obras son acompañadas de gestión seria, cuando se pone a las personas por encima de los slogans, el Estado comienza a parecerse a lo que promete ser.
Lo que urge ahora es replicar ese ejemplo, y no desviar la mirada con falsos dilemas. No se trata de negar las carencias, sino de enfrentarlas con honestidad. No se trata de acallar las críticas, sino de escuchar lo que revelan. Porque un país se construye desde la verdad, no desde la comodidad de un atril.
Y Jerez, hoy, ha mostrado cómo se empieza.
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