CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Por más que el inquilino de La Casa de los Perros alce la voz y se atrinchere en cifras, el dolor no desaparece. Las carencias en los hospitales, las quejas del personal médico, las protestas silenciosas de los pacientes que esperan un turno, una cama o una medicina, no son invenciones ni artimañas.
No son “cortinas de humo”, como despectivamente lo ha llamado. Son la expresión cruda de una realidad que sangra y que él, desde esta añeja finca, se empeña en negar o maquillar.
La salud en Zacatecas no mejora con discursos, sino con hechos. Y los hechos, por más que se mencionen ambulancias nuevas o porcentajes optimistas de abasto de medicamentos, tienen una contracara incómoda: la suspensión de servicios de urgencias en hospitales de Fresnillo y Zacatecas, y las advertencias sobre el colapso en Jerez. El mandatario señala a “pseudo dirigentes sindicales”, a medios desinformadores, a adversarios políticos. Todos, menos a sí mismo.
Pero la crítica esta vez no llegó de fuera, sino desde el interior del clan. Su hermano, el senador Saúl Monreal, no se anduvo por las ramas: pidió la renuncia del coordinador estatal del IMSS-Bienestar. Es un rompimiento político disfrazado de corrección administrativa. Una grieta que ya no puede ocultarse en la familia gobernante.
David Monreal presume avances: la contratación de más de mil 500 médicos, mejoras en infraestructura, un hospital en Fresnillo con medicamentos al 80%, un nuevo hospital de tercer nivel en Guadalupe, y un ejército de 360 especialistas visitando casa por casa a los más vulnerables. Suena bien. Pero en el terreno, el eco de esos logros no se traduce en confianza ni en bienestar.
El fondo del problema no está solo en las cifras, sino en la suspicacia. Un gobierno que se niega a reconocer el tamaño de la crisis, que menosprecia las denuncias de su propio personal, que convierte la crítica en enemigo, se condena al aislamiento. Habla de una transformación estructural en salud, pero no escucha a quienes están en la primera línea. Dice que ahora se invierte más, que los salarios han subido, que hay laboratorios nuevos, quirófanos relucientes, pero el rostro del sistema sigue siendo el mismo: frágil, desigual, insuficiente.
Y cuando el Estado minimiza el dolor, el sufrimiento grita más fuerte. No es el momento de la propaganda, sino del reconocimiento valiente de los fracasos. Mientras el gobernador sigue señalando distractores, la enfermedad, la precariedad y la frustración avanzan sin cortina posible. Y en esa tensión entre la narrativa oficial y la vivencia ciudadana, se dibuja el verdadero mapa de la salud pública en Zacatecas. Un mapa que no se corrige con ruedas de prensa, sino con responsabilidad y verdad.
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