CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Hay palabras que pesan como piedras. Cuando un obispo —acostumbrado a medirlas con el cuidado de quien sabe que cada sílaba puede convertirse en dogma o en herejía— decide soltarlas sin anestesia, algo se ha roto en el paisaje político.
En Zacatecas, Sigifredo Noriega Barceló lanzó una frase que no habría desentonado en un informe alterno de la nación: no puede asegurar que la Cuarta Transformación haya hecho un bien al país ni a este estado. En tierra de silencios cómodos, esa oración cayó como un aldabonazo.
Lo dijo sin rencor ni estridencia, con la calma incómoda del pastor que conoce a su rebaño y a sus lobos. Señaló que, sí, hay quienes reciben apoyos directos. Pero también “damnificados”. Y dejó flotando la pregunta que los gobiernos detestan escuchar: ¿qué pasa cuando el subsidio deja de llegar? ¿Qué queda cuando la dádiva sustituye a la producción? Según él, lo que queda es un país que hace las cosas “de manera atropellada”.
En Zacatecas sabemos de atropellos. Y sabemos que, cuando alguien se atreve a nombrarlos, los guardianes del relato oficial se ajustan la sotana laica y reparten absoluciones selectivas.
Así respondió Rubén Flores Márquez, presidente del Consejo Estatal de Morena: acusó al obispo de mentir. Le sugirió evitar “el pecado”. Lo sermoneó como si el púlpito también fuera propiedad partidista.
El dirigente desgranó los logros de la 4T con una precisión casi contable: millones de personas fuera de la pobreza; un salario mínimo que, por fin, respira; apoyos directos que ahora son derechos; una reforma del agua que promete acabar con el acaparamiento.
Para él, la historia es clara: los males del país tienen autor —PRI y PAN—, mientras que los aciertos actuales pertenecen únicamente al movimiento gobernante.
Pero el país real no cabe en las cifras. Se siente en los pueblos donde ya no amanece la misma gente. En los campos abandonados. En las carreteras tomadas por agricultores hartos, maestros ignorados y jóvenes que gritan porque el silencio ya no les sirve para nada.
El obispo habló también de eso: cuando la protesta estalla es porque algo no funciona. Y cuando quienes protestan secuestran el tránsito, es porque alguien más —el Estado— dejó de escuchar.
En Zacatecas, hay un silencio que mata más que cualquier estadística: el de las personas desaparecidas. De ese lado oscuro habla el obispo con una claridad que duele. No lo hace porque le guste la tribuna. Lo hace porque las madres buscadoras fueron a su encuentro después de cuatro años de tocar puertas que nunca se abrieron. Fueron a él como último recurso, como quien entrega una carta en medio de un naufragio. Él la llevó al todavía inquilino de La Casa de los Perros. Aún espera respuesta.
No es una metáfora: la carta existe, las madres existen, las ausencias también. Lo que no existe es la interlocución. “No son un número más”, dice el obispo. Y, sin embargo, el gobierno las trata como si lo fueran. Se les niega la reunión, se pospone la explicación, se les condena a ver cómo el expediente de su hijo o hija se convierte en un mueble más del archivo. En un estado donde cada mes deja una herida nueva, la falta de respuesta oficial no es descuido: es abandono institucional.
Mientras tanto, en la superficie, Morena presume ventanas nuevas y pintura fresca. Pero en el sótano —ese sótano que nadie quiere mostrar— se acumula la humedad del desgobierno. Las familias buscan presupuestos dignos para encontrar a los suyos. El obispo pide que 2026 sea el año de escuchar primero a los que sufren. La clase política responde hablando de porcentajes, cimientos y bondades de la obra pública moral.
Al final, el choque entre el obispo y el dirigente de Morena revela dos narrativas irreconciliables. Una se sostiene en datos macroeconómicos y discursos que brillan como vitrinas recién limpiadas. La otra, en testimonios que huelen a tierra húmeda, a ropa guardada para no olvidar el olor del hijo, a rabia contenida en salas de espera.
Quizá por eso duele tanto la acusación de “mentira”. Porque mientras el dirigente pide precisión en los dichos de quien cuestiona, guarda silencio frente a la realidad que desborda el territorio.
La 4T puede celebrar sus logros. Nadie se los arrebata. Pero en Zacatecas, el verdadero examen no está en las cifras de pobreza o en la pensión de las mujeres de 60 años. Está en la capacidad de sentarse frente a las madres y decirles, sin rodeos: aquí estamos, vamos a buscar. Nadie pide milagros. Piden Estado.
Y ese, por ahora, sigue extraviado. Como tantos de los nuestros.
Sobre la Firma
Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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