CUAUHTÉMOC CALDERÓN GALVÁN
En México, los hechos incómodos no suelen generar respuestas claras por parte del poder. Lo que provocan, casi de manera automática, es la creación de narrativas paralelas. Distraer en vez de explicar. Minimizar en lugar de enfrentar. Una lógica que ha perfeccionado el régimen, cuando hay presión, se opta por el espectáculo.
Lo vimos con claridad esta semana. Mientras en Estados Unidos Ovidio Guzmán, uno de los criminales más buscados del país, está colaborando con la justicia estadounidense como testigo contra funcionarios del gobierno mexicano, el aparato institucional en México reaccionó de forma torpe y ambigua. Además, con carácter de urgente la presidenta Sheimbaum realizó una visita altamente simbólica a Sinaloa, justo en el epicentro de donde proviene la familia Guzmán. Un gesto que, lejos de ofrecer certeza o calma, abre interrogantes: ¿por qué ir ahí, en ese momento, en medio de un escándalo tan delicado?
La visita no puede leerse como un acto aislado. Tiene un contexto que incomoda. Porque si Ovidio está hablando, implica información delicada y una posible reconfiguración de las relaciones entre el poder político y el crimen organizado. Y eso es, por definición, un tema de Estado.
Es evidente que en lugar de abrir un debate institucional serio, el poder se resguarda en declaraciones huecas, frases reiteradas, visitas controladas, agradecimientos simbólicos. En poner la atención mediática en otra parte. A eso le llaman “gobernar con narrativa”. Pero en realidad es gobernar evadiendo. En vez de confrontar el cáncer, se entretienen en maquillar el cadáver.
A esto se suma un patrón que ha acompañado a este sexenio, la construcción de “realidades alternas” cada vez que la información se sale del guion. Se hizo con la tragedia del Metro, con el desfalco en Segalmex, con el fracaso del Insabi, con el caos del IMSS-Bienestar. Las explicaciones institucionales se evitan; las cortinas de humo se multiplican.
Hoy el tema es Ovidio, pero el fondo es mucho más amplio. ¿Qué tan penetradas están las instituciones por redes criminales? ¿Qué tan ciertas son las narrativas de “lucha contra el narco” cuando los vínculos llegan a cortes extranjeras? ¿Qué tan sólida será la futura administración si no afronta desde el primer minuto este tipo de verdades?
La visita a Sinaloa, en este contexto, no fue un desliz. Fue una decisión. Y como toda decisión política, tiene un mensaje. Estamos entrando a una nueva etapa del país y no pinta nada bien.
El fuego sigue ardiendo.
Nos leemos la próxima semana.