RAFAEL CANDELAS SALINAS
México amaneció otra vez con sus carreteras bloqueadas, pero esta vez no por delincuentes, sino por campesinos. Productores, agricultores, ganaderos y jornaleros de distintas regiones del país decidieron poner el país en pausa para intentar que el gobierno los escuche. Las imágenes hablan por sí solas, toneladas de alimento tiradas en el asfalto, tractores estacionados en autopistas y rostros curtidos por el sol y por el abandono reclamando atención y justicia.
No es un acto de rebeldía irracional. Es una protesta desesperada. Los precios que pagan a los campesinos mexicanos por el maíz, el frijol, el trigo, el sorgo, la cebolla, el aguacate, limón y otros productos ya no alcanzan ni para cubrir los costos de producción. Los insumos suben, el diésel se dispara, el agua escasea, pero el apoyo federal, brilla por su ausencia y sólo se refleja en discursos mañaneros.
El llamado “Paro Nacional Agropecuario” no es un berrinche político, es el síntoma más visible de una enfermedad que el gobierno morenista ha preferido ignorar. En su discurso hablan de “soberanía alimentaria”, pero en los hechos han dejado morir al campo. Mientras los programas se diluyen entre clientelismo y burocracia, los campesinos enfrentan solos el peso del abandono institucional.
El campo grita desde los estados. En Michoacán, productores de aguacate, limón, jitomate y berries salieron a las carreteras y tiraron toneladas de producto. En Apatzingán, los limoneros, hartos de vender el kilo a precios de miseria, también tiraron toneladas de fruta al pavimento. “Nos cuesta más cortarlo que dejarlo pudrirse”, dijeron con amargura.
En Sinaloa, los maiceros y trigueros bloquearon casetas en Ahome, Guasave y Navolato. Denuncian que el precio por tonelada de maíz cayó hasta los 4,200 pesos, cuando producirla cuesta al menos 6,000. Exigen precios de garantía reales y apoyos que no lleguen solo en tiempos electorales.
En Zacatecas, los cebolleros protagonizaron una de las escenas más simbólicas del paro, toneladas de cebolla rodando por el asfalto de las casetas de Calera y Fresnillo. “No recuperamos ni la inversión”, dijeron los productores, que hoy reciben menos de 2 pesos por kilo, mientras en el supermercado se vende a más de 20 pesos.
Historias parecidas se repiten en Chihuahua, Jalisco, San Luis Potosí y Guanajuato. El patrón es el mismo, el campesino trabaja, el intermediario gana, el gobierno calla y el consumidor paga.
Pero en medio del caos, tras bambalinas, hay quienes sí se están beneficiando, los llamados coyotes, esos intermediarios que compran barato al productor, revenden caro a las grandes cadenas comerciales y todavía más caro al consumidor final. El campesino pierde, el pueblo bueno y sabio paga caro, y los coyotes ganan. Así de simple. Así de injusto.
El tema no es nuevo y no es solo económico, es viejo y es estructural. El problema es que el que les prometió a los campesinos mexicanos “precios de garantía”, “rescatar al campo del abandono” y que recibirían “un apoyo económico semestral para la siembra de alimentos” no solamente no cumplió, sino que hoy se encuentra más preocupado por defenderse de las acusaciones de corrupción que recaen sobre él, sus hijos y sus funcionarios más cercanos, mientras la vida en el campo cada día es más complicada y menos valorada. Mientras no existan políticas públicas reales que garanticen precios justos, créditos accesibles y canales directos de comercialización, el campo seguirá siendo rehén de los intermediarios y de la indiferencia gubernamental.
A los agricultores mexicanos (igual que a muchos otros sectores productivos en el país) ni los ven ni los oyen. Los campesinos no están pidiendo limosnas, están pidiendo justicia. Están haciendo un último llamado de auxilio, recordándole al gobierno que sin campo no hay país. Y que la soberanía alimentaria no se construye con discursos desde Palacio Nacional, sino con inversión, infraestructura, tecnología y respeto al trabajo y esfuerzo diario de los productores y sus familias.
Lo que hoy vemos en las carreteras podría ser solo el principio de algo más grave. Si el gobierno no escucha, si no actúa, si sigue creyendo que el campo puede esperar, llegará el día en que el campo deje de producir. Y entonces, cuando la tortilla falte en la mesa y el frijol en la olla, será demasiado tarde para lamentarse.
Porque el campo no se muere solo, lo están matando a fuerza de olvido.
Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.
Sobre la Firma
Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
rafaelcandelas77@hotmail.com
BIO completa