RAFAEL CANDELAS SALINAS
Hay lugares donde el Estado se muestra implacable. Las aduanas mexicanas son uno de ellos… al menos cuando se trata del ciudadano común.
Quien cruza un aeropuerto o un puente internacional lo sabe bien, primero la incomodidad de que te abran y desordenen las maletas, seguida de preguntas repetidas, interrogatorios sobre regalos, compras, valores declarados y, por supuesto, la exigencia de recibos (tickets) para comprobar hasta el último dólar, todo frente al letrero de: “Bienvenido Paisano”. Si el monto rebasa la franquicia de los 300 dólares permitidos, no hay margen: multa inmediata o, dependiendo del humor y la “creatividad” del agente en turno, la ya conocida mordida. En eso, hay que reconocerlo, nuestros oficiales de aduanas son impecables.
Lo que resulta incomprensible -y profundamente ofensivo- es que esa misma pulcritud desaparezca cuando se trata de lo verdaderamente grave.
Mientras a un paisano no se le permite pasar ni una bolsa de papas fritas sin cuestionamiento, miles de productos se internan al país de manera irregular a la vista de todos, como las caravanas de vehículos viejos, prácticamente chatarra en Estados Unidos, que todos los días vemos en las carreteras de México luego de cruzar las aduanas mexicanas arrastrando otros autos en condiciones iguales o peores. Entran como si nada, se internan en el país y terminan vendidos en rancherías y municipios, circulando sin placas o con placas falsas hechas con pedazos de cartón, bajo la mirada permisiva de las autoridades. Nadie sabe para qué serán usados esos vehículos, ni quién los maneja, ni qué historial cargan.
Y uno no puede evitar la pregunta: ¿de verdad no los ven?
¿No ven las armas que entran todos los días y con las que se mata a miles de mexicanos?
¿No ven el huachicol fiscal, la gasolina disfrazada de otros hidrocarburos con la que se han evadido -según algunos datos- alrededor de 600 mil millones de pesos?
¿No ven los miles de vehículos “chocolate”, muchos con reporte de robo, como los encontrados apenas el fin de semana en un cateo en una colonia de clase media en Guadalupe, Zacatecas?
¿No ven los precursores químicos que llegan en grandes cantidades desde Oriente para producir drogas?
¿O sí los ven, pero prefieren no verlos?
Porque resulta difícil creer que agentes tan estrictos para revisar maletas, regalos y souvenirs no se den cuenta de cargamentos enteros, de prácticas sistemáticas, de flujos ilegales que no pasan por descuido, sino por permisividad.
La sensación de quienes han salido del país por cualquier circunstancia y regresan al territorio es que en las aduanas se practica una severidad selectiva. Quiénes revisan parecen molestos con el mexicano que regresa de viaje mientras ellos están trabajando, se ensañan -como siempre- con la gente normal, con los migrantes que regresan a visitar a sus familias en estas fechas, con el turista común y no se diga con quienes llegan con placas de Estados Unidos. Hay cientos de relatos de paisanos de todo el suplicio que tienen que pasar para llegar a su destino mientras son extorsionados en cada puesto de revisión ya sea migratorio o policial de cualquier nivel, lo que los ha obligado a traer, aparte de su presupuesto normal, un tanto para repartir, porque si no, ahí sí, todo el peso de la ley, ahí sí, cero tolerancia.
Para todo lo demás, le hacen al investigador chino: “misteriosos y pentontos.”
Y como si hiciera falta una prueba reciente de todo esto, hace unas horas se dio a conocer la destitución de un alto funcionario de la Agencia Nacional de Aduanas de México, apodado ya como “Lord Relojes”. Un directivo encargado, nada menos, que de la investigación aduanera, famoso no por su eficiencia, sino por su colección de relojes de lujo que no correspondían con su sueldo. Según versiones periodísticas, esos relojes no eran simples gustos personales, sino parte del lenguaje común de la corrupción, regalos finos a cambio de permitir el paso de mercancías ilegales. Hace apenas unos días el Gobierno Estadounidense le retiró la Visa, lo cual aumentó la presión en el Gobierno Mexicano para que hoy fuera cesado. Sin embargo, queda la evidencia de que durante años… nadie vio nada.
Ese es el verdadero problema.
No es que no haya controles, ni leyes, ni facultades. Es que el rigor se ejerce hacia abajo y la complacencia hacia arriba. En las aduanas de México se castiga al que trae regalos para su familia, pero se tolera al que deja pasar armas, combustible ilegal, autos robados o precursores químicos. Se presume autoridad frente al débil y se simula ceguera frente al poderoso o al bien conectado. Porque en las aduanas mexicanas no falla la vigilancia, falla el destinatario.
Y lo peor es que ya no nos sorprende. Nos indigna, nos molesta, pero no nos asombra. Si no pasó nada con los sobrinos del Secretario de Marina, ni con la barredora, ni con todos los involucrados en el huachicol fiscal; si no se ha hecho nada serio para frenar el tráfico de armas hacia México, menos aún se hará contra los agentes y autoridades que todos los días ven en nuestros paisanos una oportunidad para sacarles dinero.
Mi solidaridad y agradecimiento con todas las personas que visitan nuestro país en estas fechas, siéntanse bienvenidos y disfruten su estancia. México y los mexicanos somos más grandes que nuestros problemas y estoy seguro que vamos a salir adelante. A mis lectores les deseo una Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo.
Nos leemos de nuevo el miércoles 7 de enero de 2026.
Sobre la Firma
Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
rafaelcandelas77@hotmail.com
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