GILDA MONTAÑO HUMPHREY
Esto no es broma. Quien se da a la tarea de escribir un texto de doscientas páginas, con todo y experiencias vividas, se vuelve grande. Quien se atreve a contar éstas; a llevar a su lector de la mano, para que todo lo que él ha hecho, bueno y no tanto, pueda platicarlo y decirnos cómo componerlo, es de verdad muy valiente y muy disciplinado. Y quien haga que al leerlo le hagan caso, se vuelve sabio. Mágico tal vez. Nada fácil.
Y este ser, al que yo le agradezco enormemente que me haya dado la posibilidad de ver su libro y escudriñarlo, me ha abierto una ventana al universo del amor. Me lo he pasado, no solo leyendo, sino estudiando varias veces, hasta entenderlo. Esto ha sido una gran y novedosa experiencia en mi vida.
La experiencia que tengo, no me ha dado para en este momento de vida, entender que yo debí de tener un instructor, un guía, un interlocutor, un neuropsicólogo, un buen y gran estudioso del tema, como Felipe, para poder aplicarme cuando hace años me casé y sin ninguna duda, poder hacer feliz a alguien. Y de verdad no pasó, porque no sabía nada de lo que Felipe dice aquí. ¿De qué? del amor a mí misma. “No te cases… hasta…”.
Aprender esto, antes de emprender cualquier viaje hacia la felicidad de alguien más, me hubiera abierto y desatado mil nudos que tengo en mi interior y de los que –me doy cuenta– debo entender, estudiar, analizar y reestructurar… empezando por mí, para poder hacer un mundo más limpio, más puro, más lleno de símbolos geniales, para que éste cambie. Primero yo, tiene que ser. Conociéndome a mí misma.
¿A dónde estaba Felipe Sánchez Lino entonces? Por supuesto en el pensamiento de Dios; en el amor de sus padres; en la inteligencia del universo que decidió mandarlo a que se formara de una manera profunda, práctica, sensible, y llena de puntos susceptibles al cambio que cualquier ser humano. Porque lo que nos enseña en este texto, es que, con ejercicio, con rigor, con disciplina, todos podemos, debemos tener y creer, en la transformación de la vida. De esto que el ser humano nombró: Amor.
Así que, les contaré un hermoso relato que acabo de escribir. “Conócete a ti mismo”, es una de las premisas más importantes del Templo de Delfos. (Las ruinas del Templo de Apolo en Delfos, se remontan al siglo IV a C. Fue edificado sobre los restos de un templo anterior, fechado en el siglo IV a C. que a su vez fue erigido en el emplazamiento de otro del siglo VII a C. Su construcción se atribuye a los arquitectos Trofonio y Agamedes).
No importa esperar tanto tiempo. Me puedo quedar muy quieto, debajo de las estrellas. Siempre supe lo que quería, desde que tengo memoria. Por eso he trabajado tanto. Los ojos de mis hijos me persiguen. En el día brillante y en la obscuridad. Por eso voy a ver a la Pitonisa, para que me diga qué y cómo hacerle, para que sus corazones vuelvan a latir. ¿Será que estoy jugando a adivinar la historia de mi vida?
Sus corazones tendrán que ser recuperados. Están tan duros y fríos como los cristales, que dejé junto a sus ventanas. Esos de brillantes filos por todos lados que son fuertes como los diamantes más fuertes. Habrá que resucitarlos. ¿Podré?
Camino y camino, y no encuentro la manera de llegar al Templo de Apolo. Me cuesta un trabajo indecible. Días, horas… es interminable. Sé que llegaré, porque están cerca miles de vides instaladas en el camino. Uvas rojas y blancas, y también nueces caídas al paso de los Robles. Después cambia todo: encuentro arbustos de maravillosos Laureles plantados en el camino.
Viajo en el tiempo y llego. El lugar está cerca y sigo en el camino… El Templo de Apolo me espera. Veo a lo lejos, el valle del Pleistos, junto el Monte Parnaso. Allí está enfrente Delfos. Y el gran, el permanente letrero que seguirá vivo a lo largo de toda la eternidad. “Conócete a ti mismo”, junto a 147 sentencias de virtudes y valores dadas a la humanidad, desde hace más de dos mil quinientos años.
Estoy tan cerca del cielo, que puedo hablar con los Dioses. Pido protección y apoyo. Benevolencia y claridad. Ciencia y Sabiduría. Y todos los dones del espíritu. Sé que los voy a tener. Para mí, mi esposa y mis hijos. Mi libro lo dirá todo.
Encuentro paredes de estuco. Mármol blanco. Columnas enormes de piedras muy pesadas. Entro con miedo. Raro en mí, pero en verdad que tengo miedo. Pero ¿qué es exactamente lo que busco? Encuentro unas piedras con la inscripción: “Conócete a ti mismo” ¿Por qué? Muy sencillo: el secreto de la sabiduría y la felicidad radica en el conocimiento propio, o tal vez habría que decir: en el reconocer todo lo que no somos, y tratar de batallar por serlo.
Entré. Llegué a la hoguera. Estaba inmensamente cansado. Encontré a la sacerdotisa, mujer que tiene todas las respuestas, y yo solo quiero una: ¿El corazón puede volverse de carne y latir de nuevo? Sí, dijo ella. Sí puede.
Muchos corazones que rescatar. Me acerqué a la hoguera, sin quemarme. Metí las manos. Revolví años de conciencia nítida, pura, llena del amor que siempre le he tenido a la humanidad. Metí la inteligencia de todos mis recuerdos, y la gana de saber que todo acto de amor, es testimonio permanente. Metí experiencia y afecto. Y los saqué de esa impenetrable hoguera.
La Pitonisa por fin me dio una gran adivinación. Al dármelo me advirtió: Quien quiera que fueses, tú que viniste a sondear a los arcanos de la naturaleza, si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tu ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses.
Ha sido un ejercicio casi infrahumano de toda una vida, pero valió la pena. Me fueron entregados de regreso unos corazones llenos de luz y de amor. Lo logré. Latían. Los puse junto al mío. Y así conté mi historia.
Cuando llegué a mi casa, solo vi una luz brillante que se metía por la ventana. Eran los corazones de vidrio que había rescatado. Qué extraño hallazgo. Encontré muchas almas paralelas, del otro lado del espejo.