RAYMUNDO MORENO
La no tan sorpresiva salida de Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General de la República (FGR) —después de casi siete años al frente— es un capítulo más en la historia de una institución cuya creación prometía autonomía, pero que en los hechos ha funcionado como herramienta del poder ejecutivo.
En 2014, mediante una reforma constitucional, México decidió sustituir a la vieja Procuraduría General de la República (PGR) por una Fiscalía “autónoma”, con la esperanza de que dejara de ser una oficina sujeta a los vaivenes del poder ejecutivo. En la práctica ese sueño se desdibujó: en enero de 2019 el Senado eligió como primer fiscal general a Gertz Manero —quien antes había sido colaborador cercano del entonces presidente— en un proceso acelerado y sin participación significativa de la sociedad civil.
Su gestión deja un saldo desigual: varios expedientes mediáticos —corrupción, narcotráfico, desapariciones forzadas, casos de alto impacto—, denuncias de selectividad, impunidad persistente, y una institución que, en muchos casos, parece más interesada en administrar discrecionalmente la justicia que en procurarla.
La salida del Fiscal, en los hechos, parece una renuncia forzada producto de una combinación de presiones políticas, escándalos, revelaciones de expedientes incómodos y un nuevo reacomodo del poder. No somos ingenuos. Esa despedida apenas disfraza lo evidente: la Fiscalía no se está reconfigurando para servir a la justicia, sino para servir al régimen de partido de Estado que pretende morena.
Que Gertz deje el cargo no es un acto de limpieza institucional o de natural relevo constitucional: es un ajuste de piezas y de cuentas. La llegada de Ernestina Godoy evidencia que los poderes fácticos, los grupos de presión y los intereses políticos al interior del partido en el poder, siguen determinando quiénes dirigen los aparatos de justicia. La salida de un fiscal incómodo no significa legalidad, significa cambio de guardia. La llegada de una alfil presidencial, confirma el juego de ajedrez político. No hay ingenuos: hay intereses inconfesables y silencios pactados.
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