CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Hay frases que vuelven como un golpe seco, como si alguien abriera de sopetón la puerta de la casa y mostrara el polvo que todos fingían no ver. “Dijeron que es tiempo de mujeres y me hacen a un lado.”
Ilse Guerrero no la pronunció para complacer ni para mendigar aplausos: la soltó como quien enumera una verdad que ya le pesa demasiado.
Y cuando una atleta olímpica ―una de las pocas que han puesto a Zacatecas en el mapa con algo más que violencia― denuncia que el Estado la excluye, la humilla y la usa, la crisis deja de ser deportiva: es política, moral y profundamente humana.
Ilse no fue sólo vetada del desfile cívico y de la ceremonia del Premio Estatal del Deporte 2025. Fue borrada. Y borrar a alguien que ha caminado kilómetros con la bandera a cuestas es un acto que revela la naturaleza de un gobierno más que mil discursos. Hablo de una administración que presume nueva gobernanza, pero actúa como aquel cacique que felicita al campeón sólo cuando la foto lo favorece. Un gobierno que, según la propia atleta, empeñó su palabra en público para luego abandonarla en la banca de los olvidos.
Porque aquí no hablamos de un malentendido de protocolo. Aquí hablamos de un inquilino de La Casa de los Perros que, en 2021, le entregó un “cheque sin fondos” para su carrera olímpica. De un Ejecutivo que prometió apoyo para Tokio, París y todo lo que siguiera y que, en cuatro años, apenas pagó un viaje a Europa —“una cantidad humillante”, dijo ella— mientras se tomaba la foto como si financiara un programa integral de alto rendimiento.
Hablamos de un nombramiento de “embajadora por la paz” que nunca tuvo respaldo real, de un puesto en el Incufidez sin sueldo, de proyectos ignorados y de una dirección estatal del deporte tomada por personas “sin preparación”. Todo esto dicho por la mujer que hoy ocupa el lugar 27 mundial en su disciplina.
Pero hay una frase que arde más que todas. La que Ilse dedicó a un gobernador que buscó siempre acomodarse del lado correcto de la historia, aunque fuera cambiando de acera: “Nos falló, su palabra empeñada quedará y jamás, en el deporte podrá decir que la tiene para prometer nuevamente.”
Pocas sentencias han retratado con tanta precisión la descomposición del poder.
Y duele más cuando la memoria regresa a 2021, cuando Ilse se lanzó en contra de Claudia Anaya Mota, entonces candidata a la gubernatura por el PRI, para ponerse del lado del hombre que hoy no la mira ni para avisarle que el protocolo cambió.
En aquel momento, Guerrero increpó a Anaya para que no usara su nombre, sus logros ni su imagen como botín político. Se plantó del lado de David Monreal creyendo que la gratitud era una avenida de ida y vuelta. Hoy comprende, como tantos en Zacatecas, que en esta tierra la lealtad suele ser un gasto sin reembolso.
Lo que siguió al veto fue un acto de coherencia: si le quitaron el micrófono, Ilse tomó el suyo. Si le cerraron la ceremonia, abrió sus redes. Y desde ahí lanzó otra daga: “La dignidad vale mucho más que un papiro que eres el mejor del año, aunque sólo sea para quien te vendió el premio”.
No necesita adornos esa frase. Hiere sola.
El caso Guerrero es, en realidad, un espejo. Muestra a una administración obsesionada con controlar la narrativa, incluso cuando los hechos la contradicen. Mientras el todavía gobernador presumía inversión en infraestructura deportiva y promesas para 2026 —“si no es el doble, será casi el doble”— la atleta expulsada recordaba que Zacatecas ocupa los lugares 29 y 32 nacionales en rendimiento, los peores de su historia. Que no hay director competente. Que el deporte vive en ruinas. Que la misma autoridad que le pide aplausos a los deportistas no invierte en ellos más que abrazos –y eso a veces– y discursos.
Pero la política estatal hoy se mueve con la lógica del cálculo inmediato. El desaire a la marchista es el mismo gesto que recorre la administración entera: la convicción de que Zacatecas es una masa maleable que se conforma con programas sociales, fotos y una empatía manufacturada. Sin embargo, las encuestas apuntan otra cosa: el desgaste del gobernador ya no se esconde debajo de ninguna tarima. Y en Morena la carrera hacia 2027 trae fracturas, tensiones y nombres que suben y bajan como si fueran notas internas de un partido acostumbrado al reparto más que al mérito.
Ahí, en medio del ruido, resuena la voz de una mujer que ya no espera recompensas. Que anticipa represalias, pero habla. Que sabe que su palabra tiene más peso que la de un político en tiempo de descuento. Una atleta que recuerda que el prestigio no se compra, que la dignidad no se negocia y que la credibilidad —cuando se rompe— deja un olor que no se va.
Ilse Guerrero no pidió guerra. Pero la verdad, cuando se dice sin miedo, siempre termina declarando una. Aquí la batalla no es por un premio deportivo. Es por algo más simple y devastador: mostrar que la palabra del poder en Zacatecas vale menos que el papel mojado donde se imprime.
Y eso, en esta Casa de los Perros, sí que debería doler.
Sobre la Firma
Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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