CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Hay momentos en que la política deja de ser un forcejeo entre poderosos y se convierte en un examen silencioso del ánimo público. Zacatecas vive uno de esos momentos.
Mientras la fallida nueva gobernanza se desgasta entre pleitos domésticos, entrega de despensas del SEDIF de Sara Hernández de Monreal en manos de Verónica Díaz Robles y destapes anticipados, un nombre empieza a cruzar la conversación con la persistencia de una gota: Ulises Mejía Haro.
No como mesías —Dios nos libre— sino como un competidor que ha logrado algo poco común en esta tierra de rencores largos: caminar sin cargar el lastre de un escándalo propio.
La escena es conocida. Los aspirantes de siempre, los caciques en disputa, las cargadas que buscan inflar candidatos como globos de feria. En medio, Mejía Haro levanta la mano sin estridencias.
Cuando le preguntan si quiere ser gobernador en 2027, no da rodeos: “Si me interesa, vamos a participar, lo vamos a hacer público en su momento y vamos a inscribirnos.” No hay medias tintas ni falsas modestias. Hay intención, pero también un recordatorio de que las campañas empiezan mucho antes de los tiempos legales: empiezan cuando la gente se forma una opinión.
Y ese es el punto. Lo que está en disputa no es una candidatura: es quién puede detener la hemorragia silenciosa que vive la Cuarta Transformación en Zacatecas. Morena conserva una identidad partidista robusta, entre el 37 y el 44%. Pero cuando se pregunta por el voto directo, el número cae a un inquietante 35.8%. Un porcentaje que no derrota, pero que sí alerta.
En un estado crispado, cada punto perdido es un ciudadano que se aleja.
Ahí aparece el diputado. Sin reclamar padrinazgos ni someterse a los humores del todavía inquilino de La Casa de los Perros. Hoy, Ulises Mejía Haro remata con una frase que suena a advertencia para quienes pretenden imponer candidaturas desde Palacio de Gobierno: “Yo creo que las cargadas no definen y menos las institucionales, porque se generan acciones que se pueden convertir en delitos electorales”.
No es valentía: es cálculo político. Y por ahora, le funciona.
Las encuestas —esas que los aspirantes jurarían no ver mientras las revisan cada madrugada— lo colocan en un sitio inusual. Mejía Haro encabeza las preferencias internas con 23.4%, seguido de Saúl Monreal (20.1%), José Narro Céspedes (19.3%) y Verónica Díaz Robles (18.1%). El propio diputado lo dice sin euforia, pero sin esconder los números: “Afortunadamente las que he visto… me ponen en primer lugar por encima ya de los demás compañeros por más de 12, 14 puntos”.
Traducido: no es el favorito del clan, pero sí del electorado morenista. Y eso, en tiempos de desgaste, pesa más que cualquier palmadita oficial.
La otra variable es el método. Morena volverá a la encuesta como tótem y como trinchera. Mejía Haro lo sabe: su apuesta está ahí. “Lo que va a definir es una encuesta y esa encuesta va a ser aplicada con la gente”. Su fortuna —o su desgracia— dependerá de que el partido cumpla esa regla sin distorsiones.
La alianza con PT y Verde lo obliga a competir no únicamente contra los suyos, sino contra perfiles externos como Carlos Puente y Geovanna Bañuelos. De ahí la insistencia del diputado en tratar a los aliados como tales y no como amenazas. “Morena, PT y Verde hacia los comicios de 2027. Se plantea que vayamos en unidad…”, recuerda. Unidad, sí; unanimidad, jamás.
Pero donde el panorama se vuelve realmente delicado es en los escenarios electorales. Los datos son tozudos: si Morena, PT y Verde postulan a Mejía Haro, la alianza retiene ventaja con 33.2%. Si la candidata es Verónica Díaz, el resultado cambia de color: cae a 25.4% o 28.1% y pierde la elección.
Así de simple. Así de brutal.
Eso explica el nerviosismo en el círculo cercano al gobernador. No se trata de un pleito doméstico: se trata del riesgo real de entregar Zacatecas por terquedad política. De nada sirve presumir músculo partidista cuando la candidata elegida por la élite no puede sostener la contienda en números.
Ulises Mejía Haro camina en la cuerda floja: demasiado fuerte para ignorarlo, demasiado autónomo para controlarlo. Quizá por eso insiste en que el verdadero “destape” no lo hará ningún operador, sino la gente. Y aunque suene a frase hecha, contiene una verdad incómoda para el poder en turno: a veces, la única forma de ganar es dejar de estorbarle al electorado.
En Zacatecas, ese mensaje empieza a escucharse. Y eso, para algunos, ya es una amenaza. Para otros, apenas el inicio.
Sobre la Firma
Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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