AURELIO GAITÁN
Tuvieron que pasar veinte días después del último cohete de la Feria Nacional de Fresnillo para que el Gobierno del Estado, con bombo y platillo, presentara su “informe de resultados”.
Según el libreto oficial, hubo saldo blanco, coordinación institucional ejemplar y visitantes felices que regresaron a sus casas convencidos de que El Mineral es hoy un paraíso de seguridad. Un guion bien escrito, pero con demasiados huecos como para sostener la ficción.
El secretario de Seguridad, Arturo Medina Mayoral, aseguró que la feria concluyó con una reducción de delitos del 71 por ciento respecto al año anterior.
No es la primera vez que la narrativa de la nueva gobernanza busca vender un Zacatecas distinto al que viven sus ciudadanos. Ya lo vimos en la Fenaza: empresarios golpeados, precios inflados, basura acumulada y un patronato incapaz de cumplir lo mínimo. Ahora, en Fresnillo, el discurso vuelve a repetirse: cifras maquilladas, estadísticas acomodadas y drones de lujo para cubrir lo que las patrullas no alcanzan.
La feria fresnillense, nos dicen, recibió más de 300 mil visitantes. Lo que callan es el costo social y económico de mantener un cerco de seguridad con casi 400 elementos desplegados diariamente. Tres cinturones de vigilancia, helicópteros, drones tácticos y estratégicos, patrullas a toda hora: una feria convertida en búnker. Y si para que la gente pueda divertirse en paz se necesita un despliegue militar, entonces el fracaso está implícito.
Lo más grave es que detrás del espectáculo de luces, música y jaripeos, permanece intacta la herida mayor: Fresnillo sigue encabezando las listas nacionales de percepción de inseguridad. Una feria vigilada no es sinónimo de un municipio seguro. El visitante puede bailar tranquilo una noche, pero al salir, la realidad lo alcanza: comunidades sitiadas, desapariciones sin respuesta.
El gobernador David Monreal se regodea en sus números, convencido de que el “modelo Fresnillo” es la fórmula para pacificar Zacatecas. Nada más falso. La violencia no se disuelve en dos semanas de fiesta ni en boletines que celebran lo obvio: que en un espacio blindado la violencia disminuye. Lo que la gente espera es seguridad en sus barrios, no un espejismo cada año.
A ello se suma la complicidad política. Javier Torres, alcalde de Fresnillo, se apresuró a aplaudir la coordinación con el Estado y la Federación. En su versión, la feria demostró que “El Mineral es hoy un municipio seguro y tranquilo”. Tal vez no camina sus propias calles. Tal vez la seguridad a la que se refiere se reduce al perímetro ferial, rodeado de vallas, retenes y policías con tolete.
No se trata de negar lo evidente: durante la feria no hubo balaceras masivas ni ejecuciones dentro del recinto. Pero reducir la seguridad a un evento controlado es una afrenta para las familias que siguen buscando a sus desaparecidos, para las colonias que siguen siendo rehenes del miedo, para los comerciantes que se arriesgan a abrir cada día en un municipio que figura como epicentro de la violencia en México.
La feria terminó. Las luces se apagaron. Los visitantes regresaron a sus estados. Pero Fresnillo sigue siendo Fresnillo: con madres rastreadoras abandonadas, con comunidades que viven bajo la ley del crimen. Ese es el saldo verdadero, no el que maquilla la Mesa Estatal de Construcción de Paz.
El problema de fondo es que la estrategia de seguridad del gobierno estatal está diseñada para la foto, para el titular de prensa, para la estadística favorable. Es un modelo de exhibición, no de transformación. Si quieren presumir resultados reales, que nos muestren un Fresnillo donde la gente camine de noche sin miedo, no una feria con saldo blanco bajo el resguardo de casi 400 elementos.
Mientras tanto, la ciudadanía seguirá mirando con desconfianza cada informe que se presenta tarde y con bombo propagandístico. Porque la feria podrá ser de espejismos, pero la violencia, esa, no sabe de discursos ni de drones.
Sobre la Firma
Columnista especialista en municipios, justicia y poder.
aureliogaitan58@gmail.com
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