miércoles, septiembre 3, 2025
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El Callejón de los 58 | Cuando un libro es resistencia

AURELIO GAITÁN

En un estado donde la violencia suele monopolizar titulares, cualquier gesto que apueste por los libros merece subrayarse. Jerez, de la mano del presidente Rodrigo Ureño Bañuelos y la Coordinación Municipal de Bibliotecas, emprendió la distribución de enciclopedias y textos donados hacia comunidades que, en demasiadas ocasiones, viven al margen de la cultura escrita.

El anuncio lo hizo Simitrio Quezada, responsable de las bibliotecas jerezanas, con una claridad que no admite matices: la prioridad es que los volúmenes lleguen a las bibliotecas rurales, donde la lectura todavía puede ser un acto de resistencia y esperanza. San Juan del Centro recibió cinco tomos del Tesoro de los niños.

En Santa Rita, una minienciclopedia sobre deportes, un compendio de educación primaria y un tomo de cultura gastronómica ya esperan a los lectores. El Cargadero y El Durazno, por su parte, suman títulos donados por familias locales y capitalinas.

Más allá de los nombres y de los tomos, lo significativo está en la voluntad de la comunidad. El profesor jubilado Manuel Sánchez donó 88 libros y una enciclopedia videográfica sobre disciplinas deportivas. Su gesto habla de una verdad incómoda: mientras el Estado se limita a administrar escasez, la sociedad civil sigue llenando vacíos con generosidad y compromiso.

En Zacatecas, donde los números de homicidios suelen eclipsar cualquier dato cultural, estas entregas son una bocanada de aire fresco. No se trata de idealizar ni de magnificar lo modesto, pero sí de reconocer que en cada biblioteca comunitaria que se fortalece hay un dique contra la ignorancia y, quizá, contra la violencia.

Porque cada libro entregado a un niño en San Juan o en Santa Rita es un recordatorio de que el futuro no se construye con discursos, sino con páginas abiertas.

Mazapil: cuando la política se mide en miradas

En Mazapil, un municipio marcado por contrastes entre riqueza minera y pobreza social, una noticia distinta se abre paso: más de veinte habitantes recuperaron la vista gracias al programa “Maz Apoyo a tu Salud Visual”, impulsado por el presidente municipal Mario Macías Zúñiga.

La dinámica fue clara: brigadas de diagnóstico en comunidades, lentes a bajo costo para quienes lo requerían y la detección de candidatos a cirugía. Más de 500 personas fueron valoradas y, tras ello, un primer grupo fue trasladado gratuitamente a Monterrey para someterse a intervenciones quirúrgicas. Tras la operación, los testimonios reflejaban un alivio inmediato: “veo borroso, pero mejor que antes”, decía uno de los beneficiarios, con una sonrisa que superaba cualquier estadística.

El acompañamiento incluyó transporte, hospedaje y alimentación sin costo para pacientes y acompañantes. Bajo la mano del doctor Gerardo Villarreal, los mazapilenses entraron al quirófano con miedo, pero salieron con esperanza. Y en un estado donde los servicios de salud son, para muchos, una promesa incumplida, esa esperanza se convierte en capital político.

Porque aquí conviene detenerse. La pregunta es inevitable: ¿por qué un servicio tan básico como una cirugía oftalmológica sigue dependiendo de gestiones extraordinarias y no de un sistema de salud sólido? Desde 2010, Macías Zúñiga ha gestionado este tipo de apoyos, lo cual revela compromiso, pero también exhibe el vacío institucional que obliga a aplaudir lo que debería ser cotidiano.

Mazapil merece mucho más que cirugías de relumbrón. Pero sería injusto minimizar la transformación que significa para una familia que alguien recupere la vista. Lo que hoy se vende como un logro de gestión debería ser política pública permanente.

Porque un municipio se mide también en la claridad con que miran sus habitantes, y Mazapil empieza a ver distinto.

Valparaíso: ladrillos que sostienen futuros

La educación en Zacatecas suele naufragar entre carencias: aulas improvisadas, techos dañados, pupitres rotos. Por eso, cuando en Valparaíso se inaugura un salón digno en el CBTa 167, no se trata solo de cemento y varilla: es la posibilidad de que 35 estudiantes aprendan en condiciones mínimas de dignidad.

La alcaldesa Lupita Ortiz encabezó la entrega de esta obra, acompañada por autoridades escolares y miembros del cabildo. La inversión —490 mil pesos provenientes del Fondo para la Infraestructura Social Municipal— permitió levantar 50 metros cuadrados de aula, un espacio seguro y funcional. Puede sonar modesto, pero para quienes cada día enfrentan la precariedad, el impacto es real.

No obstante, la escena también revela una paradoja: seguimos celebrando lo que debería ser norma. En un estado con rezagos profundos, un salón de clases se convierte en noticia porque la educación rural continúa a la espera de políticas de mayor alcance.

Aun así, vale subrayar el mensaje: cuando un municipio apuesta por infraestructura educativa, invierte en su propio futuro. Y aunque un aula no resuelve las desigualdades estructurales, sí abre una ventana. Una ventana desde la cual los jóvenes de Valparaíso pueden mirar más allá de la resignación.

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Columnista especialista en municipios, justicia y poder.
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