RAYMUNDO MORENO ROMERO
Pobrecito.
Imagínese usted, con tantas cosas que debe tener en la cabeza un diputado que claro, se entiende que lo de declarar quince millones de pesos se le haya resbalado. Un simple “error de dedo”, dijeron. En vez de poner 15,000,000 de pesos, puso 1,500,000. ¿A quién no le pasa? ¿Verdad?
Porque no es como si la declaración patrimonial fuera un trámite importante o algo así. No es como si con eso se intentara combatir la corrupción o darle a la ciudadanía una mínima esperanza de que los servidores públicos no están, usted sabe, sirviéndose. ¡Nah! Es un Excel glorificado, ¿quién lo llena bien?
Pero claro, lo más interesante no es el “error”, porque, aceptémoslo, cualquiera puede confundirse con unos cuantos ceros cuando se tienen tantas cuentas y propiedades. No. Lo interesante es la narrativa oficial: que fue sin querer, que ya se corrigió, que gracias por avisar, y que aquí no ha pasado nada.
Tan rápido se disculpan, que parece que les pagan por equivocarse.
Lo que más irrita, sin embargo, no es el error. Es el descaro de Sergio Gutiérrez Luna, presidente la Cámara de Diputados y muy cercano al paisano Ricardo Monreal Ávila. La certeza con la que saben que, aunque se les cachen una propiedad de 15 millones de pesos sin declarar, no va a pasar nada. La tranquilidad con la que dicen “fue un dedazo” como si hablaran de una falta de ortografía, no de ocultar millones. ¿Y sabe usted qué es lo peor? Que son los mismos que indignados se rasgaban las vestiduras y se decían limpios, puros, prístinos, y juraban que con ellos se acabaría la simulación.
¿No eran ellas y ellos los que tanto se quejaban de una clase política corrupta, privilegiada y que se burlaba de la gente, creyéndonos estúpidos?
Y mire nomás. Ni siete años aguantaron antes de convertirse en lo mismo, o peor. Pero eso sí: con descaro siguen hablando de transformación.
Qué transformación ni qué ocho cuartos. Lo único que han transformado es el cinismo en una política pública.
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