JORGE RADA LUÉVANO
El gobernador insiste en que los amparos contra la Feria Nacional de Zacatecas son acciones que “lastiman al pueblo”. Pero los números contradicen su narrativa. Lo que hiere a la sociedad no es el litigio ciudadano, sino que, según los datos del INEGI, más de la mitad de los zacatecanos sigue sin acceso a seguridad social. Esa carencia no se cura con fuegos artificiales ni se maquilla con conciertos, se atiende con recursos públicos responsables, bien dirigidos y transparentes.
La voz de los zacatecanos ya no es un murmullo: es un rugido digital. Nuestra publicación, en redes sociales, sobre la demanda de amparo, alcanzó a más de 871 mil personas, casi un millón de visualizaciones. Estos números equivalen a llenar más de diez veces el Estadio Carlos Vega Villalba y muestran un hartazgo colectivo: Zacatecas no quiere ferias cuando faltan medicinas, ni escenarios de artistas internacionales cuando se deben pensiones.
Además, el reclamo no surge de la nada: el propio Plan Estatal de Desarrollo 2022-2027, creado por el mismo Gobierno actual, prometió priorizar a jubilados, magisterio, salud, infraestructura y sectores vulnerables. En la Ley de Austeridad y Disciplina Financiera se obligaron a sí mismos a evitar gastos superfluos y a orientar el recurso hacia lo indispensable. La Fenaza no es un mandato constitucional ni un derecho humano: es un lujo, un ornamento.
Los Artistas
Y aquí surge un punto ético ineludible: muchos de los artistas contratados para la feria normalizan o glorifican la violencia y el narcotráfico en sus letras. ¿Qué mensaje manda un gobierno que, con dinero público, financia espectáculos donde se glorifica la misma violencia que desangra al estado? No se trata ya solo de un derroche económico, sino de un contrasentido moral y político: gastar millones en promover la cultura de la muerte mientras se niegan recursos a la salud y a las pensiones.
Segundo Piso
El precedente del segundo piso confirma que este no es un capricho momentáneo. Allí también se cuestionó la legalidad en el destino de los recursos públicos, fideicomisos opacos y contratos con vicios de origen. La sociedad ya aprendió a no callar, y los tribunales han sido un camino legítimo para frenar excesos y exigir que el dinero público se use donde más se necesita.
El trabajo que realizamos en el amparo contra el segundo piso, donde obtuvimos primero la suspensión provisional y después la definitiva, no fue un golpe de suerte, sino el resultado de un análisis riguroso del gasto público y de la legalidad de los contratos y autorizaciones. Ese precedente marcó la historia de esta administración, porque demostró que la justicia puede frenar excesos y que la sociedad cuenta con herramientas efectivas para defender su patrimonio.
El gobernador descalifica diciendo que los amparos son “una forma de jeringar”. Esa frase, lejos de ser política, revela un desprecio: reducir la exigencia ciudadana a una molestia personal. Pero no es jeringa: es Constitución. No es capricho: es estadística. No es ocurrencia: es la defensa del derecho humano a la seguridad social, a la salud y a la justicia presupuestaria.
Zacatecas está cansado. Cansado de que se confunda fiesta con gobierno, derroche con desarrollo, aplauso con legitimidad. Y más cansado aún de que se use dinero del pueblo para promover a quienes romantizan la violencia que lo golpea día con día.
Y como si no bastara con sostener la feria en medio del descontento, el gobernador anunció con desparpajo la construcción de un nuevo complejo ferial, mientras jubilados esperan sus pagos, hospitales carecen de medicinas y más de la mitad de los zacatecanos viven sin seguridad social, la prioridad oficial es edificar un monumento al espectáculo, como otros elefantes blancos de administraciones pasadas, digno de convertirse en el segundo “Museo de la Corrupción”.
Insensibilidad Social
Esa declaración no es solo un error administrativo, es un acto de desconexión con la sociedad, una muestra clara de la falta de empatía y de tacto político. Al pueblo le duele la precariedad, y el gobierno responde con fiesta. Es la reedición contemporánea de lo que Tolstói llamó “la indiferencia de los poderosos ante el sufrimiento de los humildes”.
Como escribió Camus, “nombrar las cosas mal es aumentar la desgracia del mundo”: llamar “diversión” a la glorificación de la violencia pagada con dinero público es precisamente eso, aumentar la desgracia. Papini, en su Gog, ironizaba sobre líderes que creen que el pueblo es un circo: la metáfora aquí se vuelve literal. Churchill enseñó que el político piensa en la próxima elección, pero el estadista en la próxima generación; la pregunta es clara: ¿en qué categoría quiere ubicarse este gobierno?
La historia no recuerda a quienes defendieron fiestas, sino a quienes defendieron derechos. Aquí no hay jeringa ni capricho. Hay convicción. Y conviene irlo entendiendo: nada detendrá la exigencia ciudadana.
Sobre la Firma
Jurista incómodo, pluma de resistencia civil
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