AURELIO GAITÁN
Jerez se alista para rendir homenaje a quienes hace tiempo partieron. Del 19 al 27 de julio, la Semana “Jerez, Capital Migrante” se celebrará con cabalgatas, charrería, exposiciones, festivales taurinos, recorridos turísticos, conciertos y una cargada agenda cultural. Todo bajo la sombra simbólica de Don Andrés Bermúdez, “El Rey del Tomate”, aquel migrante convertido en millonario, empresario y político, que supo abrirse camino en Estados Unidos y luego, regresar a Zacatecas a disputarse el poder.
La ceremonia de presentación en el Teatro Hinojosa fue un acto cuidadosamente producido. El presidente municipal Rodrigo Ureño, acompañado de su gabinete, ofreció un discurso emotivo y medido. Reconoció los sacrificios del migrante, ese que deja hogar, lengua y tierra por sobrevivencia. “Jerez siempre será su casa”, dijo. El evento tuvo conexión en vivo con Serafín Bermúdez, hermano del homenajeado, y la charrería juvenil adornó el cierre, recordando que aquí, entre sillas de montar y sombreros de palma, aún se guardan tradiciones.
Sin embargo, más allá de los abrazos al aire y los discursos bañados en nostalgia, hay una verdad incómoda que no se menciona: la expulsión de zacatecanos continúa. No por elección, sino por abandono. En Jerez, como en todo el estado, la migración no es un fenómeno histórico superado, sino una constante viva. Una fuga forzada por el desempleo, la violencia y la descomposición del tejido social.
Las autoridades locales insisten en celebrar al migrante, pero poco hacen por entender o transformar las causas de fondo. No hay estrategia de retorno, ni incentivos reales para quienes desean invertir aquí lo ganado allá. La identidad se convierte en espectáculo, en foto para el boletín, mientras las remesas siguen sosteniendo la economía regional.
Arturo De Haro, representante de la comunidad migrante, lo dijo claro: “La Semana del Migrante representa un regreso al hogar”. Pero es un regreso temporal, simbólico, afectivo. No es un regreso con certeza. Porque cuando termina la música, la tierra sigue seca y el futuro igual de incierto.
La nostalgia se convierte en un instrumento político. El migrante, en estandarte de campañas y programas festivos. Se honra su memoria, pero se ignora su drama. La semana termina, el discurso se archiva, y la realidad —la que empuja a los jóvenes a cruzar la frontera— permanece intacta.
Una fiesta más. Una deuda más.
Genios de Sombrerete brillan en Singapur
Mientras el país se consume en discursos huecos, corrupción y abandono educativo, dos niños zacatecanos demuestran que el talento mexicano no sólo existe, sino que compite y gana a nivel mundial. Adrián Estupiñán Martínez y Omar Alejandro Segovia, originarios de Sombrerete, representaron a México en el concurso internacional de matemáticas realizado en Singapur. El primero se colgó una medalla de oro; el segundo, dos de bronce.
En un contexto nacional donde las políticas públicas desprecian la ciencia y reducen los presupuestos educativos, los logros de estos menores son excepcionales. No responden al impulso institucional, sino al esfuerzo individual, al sacrificio familiar y a la vocación docente que aún sobrevive en las regiones más olvidadas del país.
Sombrerete, municipio golpeado por la violencia, el desempleo y la migración, hoy ofrece al mundo una lección de disciplina, inteligencia y esperanza. Que hayan sido ellos, y no un burócrata de escritorio, quienes pusieran el nombre de México en alto, debería incomodar a más de uno.
Su historia no es sólo motivo de orgullo, es también un grito que exige atención. Porque si los gobiernos no invierten en sus niños, están condenados a ser derrotados por su propio abandono.
Tlaltenango rescata su arte
La apertura de la Tienda Artesanal en Tlaltenango marca un hito. Es la primera en el municipio y la única en la región dedicada a preservar productos tradicionales en riesgo de desaparecer.
La Dirección de Desarrollo Social y el Instituto Municipal de Cultura impulsan esta iniciativa. No es solo una tienda; es un acto de resistencia contra la homogenización cultural.
El proyecto revela una urgencia: salvaguardar técnicas y saberes que definen nuestra identidad. Su éxito dependerá del apoyo real a los artesanos, más allá del discurso.
Tlaltenango da un paso firme. Pero el reto persiste: convertir esta acción en un modelo replicable, con resultados tangibles. La cultura no se preserva con gestos aislados, sino con políticas sostenibles.