CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Zacatecas arde en dos frentes. Y en ambos, las víctimas comparten nombre: mujeres. Médicas sin pagos, enfermeras con salarios degradados, trabajadoras hostigadas. Y al mismo tiempo, pacientes que buscan ejercer un derecho conquistado en el papel, pero negado en la práctica: el derecho a interrumpir un embarazo sin miedo, sin costo, sin persecución.
Es el mismo Estado. Es el mismo sistema. Es la misma maquinaria que promete bienestar mientras exige sacrificios. Bajo la bandera del IMSS Bienestar, el gobierno federal ha instalado un modelo sanitario que multiplica estructuras, pero no resuelve. En hospitales y clínicas de Zacatecas, escasea lo indispensable: personal, medicamentos, insumos. Todo menos la arrogancia institucional.
En paralelo, otro modelo de desdén opera con igual precisión. El aborto es legal en Zacatecas desde 2021. Se proclamó como un triunfo histórico, una conquista de justicia y autonomía. Pero en las salas de urgencias, la ley no tiene eco. Las mujeres que acuden en busca de un procedimiento seguro reciben una orden insólita: comprar su propio misoprostol. Asumir los costos de un servicio que, según el Código Penal y la Ley de Salud, debe ser gratuito y garantizado.
La paradoja es brutal: mientras el personal de salud exige salarios justos y condiciones mínimas para trabajar, las pacientes enfrentan un sistema que condiciona sus derechos a la capacidad de pago. Un modelo que produce doble violencia: laboral y de género.
La Sección 39 del SNTSA y el Movimiento Feminista de Zacatecas no se conocen, pero comparten una misma denuncia: el Estado ha vaciado de contenido sus propias leyes. Las trabajadoras protestan porque no se les paga lo que se les debe. Las feministas protestan porque no se les entrega lo que ya ganaron en tribunales y parlamentos. Una ley sin presupuesto es tan inservible como una enfermera sin contrato o un hospital sin jeringas.
Y mientras la autoridad se demora en responder —con minutas, mesas, visitas y promesas—, la resistencia se organiza. Los sindicatos no se mueven de sus plantones. Las redes feministas no sueltan sus acompañamientos. Ambas estructuras, distintas en forma, pero idénticas en fondo, sostienen con su trabajo lo que el Estado ha abandonado por desidia o cálculo político.
Aquí no hay improvisación. Hay abandono estructural. Hay simulación con calendario. Hay una voluntad férrea de posponer lo urgente hasta que estalle. Y ha estallado.
Las demandas son concretas: medicamentos, pagos, insumos, respeto. No discursos. No palmaditas. No protocolos. En Zacatecas, las mujeres han comprendido que la dignidad no se concede. Se conquista. Y cuando no se cumple, se defiende.
Hoy, lo que está en juego no es solo la eficiencia de un sistema sanitario ni la vigencia de una ley progresista. Es algo más hondo: la credibilidad de un gobierno que dice servir al pueblo mientras posterga, precariza y miente. En las pancartas feministas y en las mantas sindicales se lee la misma consigna no escrita: basta de hipocresía. Porque la simulación, como el desabasto, también mata. Y no siempre avisa.
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