La visita de Trump: entre el cinismo y el subyugo

RAÚL SILVA TORRES

Soy hijo de migrantes zacatecanos, soy mexicano. Soy opositor a la Doctrina del destino manifiesto del imperio republicano, que desde ahora, pretende instaurar Donald Trump.

Soy “paisa”, soy residente de Estados Unidos. Me repugna el discurso racial contra los mexicanos que ha abanderado el candidato republicano a presidente de esa nación.

Make America Great Again (haz de nuevo grande a América) es la bandera del aspirante, pero también es sinónimo de expansionismo supremo, no del territorial sino del influenciar más allá de las fronteras. Ello, quedó de manifiesto con su visita a México esta semana.

Vivimos en una época de convulsiones sociopolíticas inmersas en dichos comicios electorales, que apalean un daño colateral para México por los 11 millones de connacionales que radicamos aquí.

Hace más de 160 años, el entonces presidente Antonio López de Santa Anna vendió La Mesilla; ahora es, Enrique Peña Nieto, quien ha empeñado el patriotismo y dignidad del pueblo mexicano.

Ambos mandatarios fueron incapaces de defender a su pueblo; Santa Anna contribuyó al expansionismo político de los estadounidenses, lo que derivó la pérdida del 55% del territorio original de México.

Peña Nieto permitió que el destino manifiesto se añada al país, y qué su vecino del norte deje sentir su influencia económica, social y política en territorio azteca, en su más pura esencia.

Enrique Peña Nieto invitó a Donald Trump a México como si fuese Jefe de Estado, sin importarle su perfil xenofóbico hacia los paisanos migrantes en Estados Unidos.

¿Quién fue más cínico?. El neoyorkino tuvo el descaro de visitar el terruño de los que tanto repudia, y el presidente mexicano con su actitud pasiva, perdió la oportunidad de exigir al magnate una disculpa pública.

La comunidad migrante nos conformamos con un acto condescendiente, donde el mexicano no exigió respeto, no reclamó un alto a las agresiones, pero si le dio la oportunidad de discutir el tema del muro fronterizo.

¿Cómo es posible que el presidente mexicano haya permitido que un extranjero insulte a su gente, y se lo tome tan a la ligera?, la tibieza dejaba entre ver el subyugo.

Muchos paisanos migrantes, entre ellos yo, entendemos el sentir del cineasta mexicano, Alejandro González Iñarritu: como ciudadano mexicano, Enrique Peña Nieto no me representa más.

“No puedo aceptar como representante a un gobernante que en lugar de defender y dignificar a sus compatriotas, sea el mismo quien los denigra y pone en riesgo al invitar a alguien que como él, no es digno de representar a ningún país”.

Los mexicanos radicados en el exterior, que somos “el garbanzo de a libra” de la economía, repudiamos que nuestro gobierno sacrifique nuestra dignidad a cambio de velar por sus intereses binacionales.

Afortunadamente, la guerra de Trump contra los mexicanos ha servido para que la comunidad migrante esté más aglutinada. Los latinos somos la segunda minoría en Estados Unidos, después de los afroamericanos, y podemos decidir quién será el próximo presidente de Estados Unidos.

Se puede hacer grande a América retomando lo establecido en la constitución We the people (Nosotros el pueblo) con políticas que generen bienestar general y no con políticas raciales, retrogradas e intolerantes.

Señor Donald Trump, ya lo dijera Miguel de Unamuno: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando…»

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