OMAR CARRERA
En medio del ruido político y la confrontación natural que despierta cualquier discusión sobre reglas electorales, la reforma que impulsa la presidenta Claudia Sheinbaum ofrece una serie de oportunidades que, analizadas con serenidad jurídica y visión de Estado, pueden significar un avance para la vida democrática del país. No se trata de un cambio menor ni cosmético; es un rediseño que, si se implementa con cuidado y consenso, puede fortalecer aspectos clave de nuestro sistema político.
Uno de los aciertos de la propuesta es abrir el debate sobre la racionalización del gasto electoral. México organiza elecciones con estándares muy altos, pero también con costos elevados derivados de décadas de desconfianza histórica.
Otro punto es la intención de revisar la manera en que elegimos a nuestros legisladores. La posibilidad de transitar hacia modelos de representación territorial más equilibrados ofrece la oportunidad de que quien ocupa una curul esté más cerca, de manera real, de los ciudadanos de su distrito o región.
Este cambio puede fortalecer la rendición de cuentas y reducir la distancia a veces abismal entre representantes y electores. Es una oportunidad para revitalizar el Congreso como institución viva, presente y conectada con las realidades locales.
Resulta positivo que la presidenta haya expresado su disposición a preservar la autonomía del INE. Ese punto no solo tranquiliza, sino que enmarca la reforma dentro de parámetros constitucionales sanos: modernizar no es destruir; ajustar no es debilitar.
La reforma abre la puerta a discutir aspectos que habían permanecido en pausa durante años: el tamaño del Congreso, la operatividad del sistema de representación, las atribuciones del INE, la fiscalización en tiempos de redes sociales, el voto de mexicanos en el extranjero y la adaptación a una ciudadanía cada vez más informada y exigente.
La reforma propone mirar hacia adelante: ¿cómo garantizar elecciones confiables en un país más conectado, más participativo y más diverso? ¿Cómo construir instituciones electorales listas para los próximos 20 años?
Este es quizá el mayor valor del proyecto: impulsar una conversación sobre el futuro institucional del país, no solo sobre la coyuntura de una elección próxima.
Pensar el sistema electoral con perspectiva de largo plazo es una señal de madurez democrática que no debe desaprovecharse.
Para que estos aspectos positivos se conviertan en realidad, el país necesita que la reforma sea socializada ampliamente, discutida sin prisas y escuchando todas las voces: especialistas, partidos, sociedad civil, academia, organizaciones ciudadanas y, sobre todo, a la gente que vive y defiende la democracia desde lo local.
Solo así lo positivo se traducirá en consensos, y los consensos en una reforma que no solo sea nueva, sino legítima y sólida.
Sobre la Firma
Ingeniero, funcionario estatal y columnista morenista.
omar.carrera@zacatecas.gob.mx
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