CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Zacatecas carga una historia escrita en vetas de metal y silencios. La riqueza sale por toneladas, pero la dignidad se filtra, lenta, como agua entre piedras rotas. La política aquí no es un debate: es un mapa familiar. Un orden de lealtades, heridas y pactos que se transmiten de generación en generación, como si gobernar el estado fuera un derecho hereditario.
Hoy, esa geometría está rota. Y el espejo donde se miraba el poder muestra una fractura que ya no puede ocultarse.
En una orilla está Saúl Monreal Ávila. No es el villano, ni el mártir. Es el hombre que encarna la paradoja de esta hora. Las encuestas lo colocan como el político más reconocido de la entidad, con un 85% de conocimiento y un 65% de opinión favorable. Nadie recorre el estado como él. Nadie podría negar que conoce sus municipios, sus rutas, sus heridas. Pero la Ley Contra el Nepotismo —la misma que busca evitar que una familia entregue el poder a otra rama de sí misma— lo detiene a la puerta de la gubernatura. Y ahí, en ese límite que no se cruza, aparece la palabra “ausencia”.
Hace unos días, Saúl escribió en sus redes sociales lo que a primera vista parecía una reflexión íntima sobre el Día de Muertos. Pero no hablaba de los muertos. Hablaba de los vivos que se pierden en vida. De aquellos que se alejan sin despedirse. “No hace falta una tumba para sentir el vacío. Y a todos nos puede ocurrir. Vemos que hay quienes se apagan solos, en el orgullo, en el poder, en alguna adicción, en alguna mujer, o en las voces que les hacen creer que ya no necesitan a nadie”, escribió. Y eso resonó como campana en templo vacío.
La ausencia de la que habló Saúl tiene nombre. No es el duelo por la gubernatura. Es la distancia con su hermano, el todavía inquilino de La Casa de los Perros. Una distancia sin tumba, sin flores, sin ritual. No una muerte, sino un apagamiento. El poder, cuando se administra como propiedad privada, va erosionando los vínculos hasta dejarlos en piedra. Y Zacatecas paga esa ruptura.
Ahí, en el hueco que deja la sangre que ya no se reconoce, avanza otra fuerza.
El Partido del Trabajo no llega como improvisación ni como oportunismo. Llega con método. El PT declaró a Zacatecas prioridad nacional y envió a Benjamín Robles Montoya como operador permanente para reestructurar la organización en los 58 municipios. No en teoría, sino en tierra: comités, recorridos, asambleas semanales. La política a ras de piso, sin luminosos, sin oradores importados. La vieja escuela de la izquierda: escuchar antes que ordenar.
Y el rostro de esa estrategia es Geovanna Bañuelos de la Torre. No por parentesco, no por cuota, no por ocurrencia. Por trayectoria. Por consistencia. Por una palabra que rara vez se sostiene en política: congruencia.
Durante siete años en el Senado, no ha sido comparsa. Cuando la 4T eliminó los fideicomisos, el PT votó en contra. Cuando el Fondo Minero fue desmantelado, dejando a Mazapil —productor de oro— sin agua potable, Bañuelos defendió públicamente el retorno de los recursos. Señaló lo absurdo de sustituir inversión social con 19 mil pesos por escuela. Lo dijo cuando no convenía decirlo. Cuando disentir tenía costo.
Ahí está la diferencia: mientras Morena busca administrar una sucesión familiar disfrazada de renovación, el PT arma estructura, narrativa y presencia. No pretende romper con la Cuarta Transformación. Pero tampoco entregarle un cheque en blanco. “La izquierda de la izquierda”, dicen. No como consigna: como frontera.
La paradoja que se avecina es brutal. Si Morena insiste en imponer a Verónica Díaz —que apenas alcanza un 8% en encuestas internas— la gubernatura se pierde. El adversario externo no es el enemigo. El enemigo es la ceguera. Y la ceguera no viene de la gente: viene de los pactos que se escriben sin mirar hacia afuera.
El 2027 no será una elección más. Será un plebiscito sobre quién tiene derecho a decidir el futuro de Zacatecas.
Sobre la Firma
Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
BIO completa


