CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Zacatecas despierta este lunes con una aparente calma en las aulas. El bullicio infantil volverá a los patios, los docentes regresarán a sus salones y los burócratas encenderán las luces de las oficinas cerradas durante casi un mes. Pero bajo esa superficie, no hay victoria ni redención. Hay una tregua. La Sección 34 del SNTE ha levantado su paro, y con ello, se clausura formalmente un capítulo más en la larga novela de desgaste institucional que vive la educación pública en México.
Durante 28 días, el sistema educativo estatal se detuvo: aulas vacías, trámites paralizados, procesos administrativos suspendidos, economías locales quebradas. Lo que comenzó como una exigencia legítima por derechos laborales y justicia previsional —la abrogación de la Ley del ISSSTE de 2007— devino en una danza de reuniones, minutas y promesas que hoy se presentan como avances, pero que, en el fondo, apenas si rozan la superficie de los problemas estructurales.
Se puede enumerar una larga lista de acuerdos técnicos: bitácoras institucionales, comisiones de mediación, convocatorias diferenciadas, ajustes de plantilla, bonos gestionados, mesas por niveles educativos, bancarización de datos. Y sí, sin duda, estos puntos implican organización, participación y resistencia por parte del magisterio. Pero también son evidencia de la precariedad burocrática en que flota el sistema: todo lo que se logró en este mes de paro es precisamente aquello que debería funcionar sin necesidad de paralizar un estado.
Porque mientras los dirigentes sindicales reparten comunicados optimistas, la sociedad resiente el vacío: padres sin clases para sus hijos, proveedores sin pagos, comerciantes sin clientela. La educación, más que un servicio público, es un eje económico, social y cultural cuya interrupción se siente con brutalidad en todos los niveles. Las pérdidas —económicas, pedagógicas, emocionales— no se reponen con boletines ni listas de acuerdos.
La pregunta que flota ahora es si el gobierno cumplirá con su parte. Mario Delgado, el nombre anunciado como interlocutor principal en la futura mesa tripartita, difícilmente pondrá los pies en Zacatecas para algo más que una visita relámpago. La experiencia enseña que este tipo de diálogos son, en su mayoría, escenografías: enviados menores, discursos cautelosos, actas protocolarias sin consecuencias. Las promesas viajan más rápido que las soluciones.
El levantamiento del paro no significa una solución, sino una pausa. Una maniobra que evita el desgaste total del movimiento, pero que lo deja expuesto a la repetición del ciclo: demandas insatisfechas, respuestas tibias, movilización creciente, nueva parálisis. Porque el fondo del conflicto —el abandono crónico del sistema educativo, la burocratización inerte, la negligencia presupuestaria, el desdén federal por los trabajadores de base— sigue intacto.
Lo que hoy se presenta como un avance es, en realidad, una rendija por la que se cuela una esperanza incierta. El SNTE 34 reanuda labores porque sabe que no puede detener la vida escolar indefinidamente, pero también porque confía, al menos retóricamente, en que esta vez sí serán escuchados. Aunque la historia reciente les grita lo contrario.
El regreso a clases no debe interpretarse como el fin del conflicto, sino como un acto de contención. Y si el gobierno no transforma las promesas en políticas públicas serias y sostenidas, lo que sigue no será una negociación, sino una fractura.
Zacatecas vuelve a abrir sus escuelas, pero la herida permanece abierta. Lo que se necesita no son mesas ni minutas, sino voluntad. Y hasta ahora, lo que hay son fuegos apagados con saliva.