martes, noviembre 11, 2025
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La Casa de los Perros | El dinero que se pudre en la mano

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

Hay una forma silenciosa de corrupción que no necesita desvíos espectaculares ni sobres manila. No hace ruido, no se filtra en audios ni protagoniza escándalos en redes. Es más simple: dejar morir el dinero. Permitir que se pudra en la mano. Gastarlo mal, o no gastarlo. Convertir el presupuesto en un espejo vacío. Ese es el drama central de Zacatecas hoy.

No se trata —como repite la propaganda oficial— de cuánto dinero llega desde la Federación, ni de presumir incrementos en los techos presupuestales. El problema es más áspero: no saben ejercerlo. O peor: no quieren ejercerlo.

Se asfixia el presupuesto entre la torpeza, el miedo y la opacidad. Y cuando un gobierno no puede gastar, tampoco puede gobernar. Un Estado que devuelve el dinero es un Estado que renuncia.

El senador Saúl Monreal Ávila lo dijo sin rodeos: lo grave no es el monto, sino el subejercicio. Y lo peor —añadió— es que ya es tradición vergonzosa. Una costumbre burocrática tan arraigada que la Federación la anticipa y la celebra como trámite.

Los datos son fríos, casi ofensivos. A un mes y medio de cerrar el año, secretarías enteras arrastran millones sin ejecutar: el ejemplo, la Secretaría del Agua y Medio Ambiente (SAMA), 70 millones aún atrapados en las cuentas. Si no pudieron ejercerlos en 10 meses, ¿qué milagro creen que ocurrirá en 30 días?

No es sólo ineficiencia. Es incapacidad estructural. Un gabinete que opera como oficina de trámite menor y no como gobierno. Técnicos sin proyecto. Administradores sin sentido de urgencia. Funcionarios que creen que gobernar es asistir a reuniones y tomarse la foto.

Pero detrás del subejercicio hay algo más corrosivo: opacidad.

La ejecución del gasto es un acto de poder. Quien gasta, decide. Y quien no transparenta, oculta. El llamado del senador Saúl Monreal al Congreso fue preciso: dejar de actuar como borreguitos mustios. Fiscalizar peso por peso. Dejar de aplaudir comparecencias “a modo”, donde el funcionario recita cifras y el diputado asiente como si todo estuviera bajo control. No lo está. No desde hace tiempo.

Las consecuencias ya están aquí. La Presa Milpillas, que alguna vez se anunció como la gran obra de infraestructura hídrica, un proyecto para garantizar agua en una región que la está perdiendo, es ahora una cifra fantasma: dos mil cien millones que probablemente tendrán que devolverse. Pero la simulación tiene su calendario particular: uno que empieza cuando hay foto y termina cuando se apagan las luces.

Lo mismo ocurre con el fallido Segundo Piso, convertido en litigio, en indemnizaciones, en promesa fallida. Empresas reclamando pagos. Gobierno respondiendo con silencio. La obra pública como ruina anticipada.

Mientras tanto, en los municipios, la opacidad avanza como humedad. Varios dejaron de cumplir sus obligaciones mínimas de transparencia. En Fresnillo —territorio simbólico, nervio expuesto del poder monrealista— los ingresos propios cayeron más del 30% en un año. Menos dinero para servicios, menos para obra pública, menos para sostener un municipio que ya vive en el borde de lo insoportable.

Pero eso sí, con un alcalde, Javier Torres, que presume premios. Vaya, vaya…

Así, Zacatecas sigue atrapado en la pregunta más primaria: ¿quién puede ejercer el presupuesto sin destruirlo?

Y aquí es donde la denuncia del senador se vuelve más incómoda: no apunta hacia fuera. Apunta hacia adentro.

Señala directamente al gobierno de su hermano, al todavía inquilino de La Casa de los Perros, quien instaló la retórica de la fallida nueva gobernanza como bandera, pero la dejó caer en cuatro años de parálisis, improvisación y silencio. Una administración morenista que convirtió la crisis en costumbre y la inacción en destino.

Y mientras tanto, la Secretaría de la Función Pública, bajo el mando de Ernesto González Romo, observa. No audita. No corrige. No sanciona.

La vigilancia del poder se volvió silencio.

Zacatecas no está en crisis. Está en ruina. Una ruina administrada. Una ruina aceptada.

Una ruina que se pudre, como el dinero que nunca llega a donde debería.

Lo verdaderamente inquietante no es que Saúl lo haya dicho, es que, viendo el estado de las cosas, nadie en el gobierno pueda negarlo.

Porque un presupuesto no ejercido no es austeridad. No es orden. No es prudencia. Es abandono.

Y un gobierno que abandona, acaba siendo abandonado.

Eso sí, que quede claro: el origen es la disputa por el 2027. Ni más ni menos.

Sobre la Firma

Periodista especializada en política y seguridad ciudadana.
claudia.valdesdiaz@gmail.com
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