CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Por fin, alguien escuchó. Pero no fue sin dolor. Tuvo que colapsarse el sistema educativo de Zacatecas, tuvo que paralizarse la vida escolar de miles de estudiantes, y tuvo que emerger un líder sindical con nervio y estrategia para que, al fin, el gobierno comprendiera una verdad tan elemental como olvidada: que el diálogo y el cumplimiento de la palabra son pilares, no decorado.
La reunión entre el secretario de Educación Pública, Mario Delgado Carrillo, y el inquilino de La Casa de los Perros con la Sección 34 del SNTE no es un evento de rutina institucional ni una fotografía de protocolo. Es la consecuencia inevitable de una incapacidad prolongada para atender una crisis que fue creciendo ante la inercia, el desdén y la soberbia de quienes pensaron que la voluntad del magisterio podía disolverse con boletines o amenazas veladas.
Durante semanas, Zacatecas fue un laboratorio del desgaste: clases suspendidas, escuelas cerradas, padres exasperados, y autoridades educativas locales escondidas tras cortinas de silencio administrativo. En ese vacío, la Sección 34 se convirtió no sólo en la voz del reclamo, sino en el arquitecto de una nueva coyuntura. Filiberto Frausto Orozco, su secretario general, optó por la firmeza táctica que le permitió abrir las puertas más cerradas del sistema. Sentar a la misma mesa al titular de la SEP y al gobernador del estado no es un triunfo simbólico: es una demostración de fuerza organizada, de legitimidad construida con sudor, y de una lectura política afilada.
No se trató únicamente de obtener promesas sobre salarios o aguinaldos; lo que se consiguió fue algo más profundo: el reconocimiento de que el magisterio no es un actor subordinado, sino un interlocutor imprescindible en la política educativa del país. Desde esa silla, la Sección 34 comenzó a redibujar su papel, no ya como receptor de órdenes, sino como parte activa del rediseño institucional.
Que Mario Delgado haya reconocido las demandas como legítimas es importante. Que haya accedido a encabezar la mesa de negociación es crucial. Pero lo verdaderamente decisivo será si las palabras pronunciadas en esa reunión se traducen en actos verificables, compromisos cumplidos y una agenda educativa construida desde la base, no impuesta desde el escritorio capitalino.
La secretaria de Educación estatal, hasta ahora muda y pasiva, no puede seguir siendo un actor decorativo. Su inacción no sólo ha costado semanas de aprendizaje; ha costado confianza. Y la confianza, una vez rota, no se recompone con discursos, sino con hechos.
Mientras tanto, el liderazgo de Frausto Orozco se fortalece. Ya no se limita a lo sindical; entra de lleno en la arena política. Su capacidad para negociar, resistir y avanzar lo convierte en una figura con proyección. No hay liderazgo vacío de contenido: el suyo se construyó en el terreno, no en las conferencias de prensa.
Zacatecas ha dado una lección que debería ser atendida en todo el país: cuando el Estado olvida a sus maestros, la educación se detiene. Pero cuando los docentes se organizan con inteligencia y coraje, pueden hacer que el Estado recuerde para qué sirve.
Ahora, la mesa está puesta. Falta saber si los comensales tienen apetito de futuro o sólo hambre de tiempo.
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