jueves, noviembre 20, 2025
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Historia: Los hijos del ruido y del silencio

NOEMÍ LUNA AYALA

En México, cada cierto tiempo, cuando el poder se vuelve sordo, nace una generación que decide hablar más fuerte.

En 1968, fueron jóvenes que cargaban libretas y sueños. Crecieron bajo un gobierno que presumía modernización, obras, estadios y el brillo de un Mundial a la vuelta de la esquina. Era un país maquillado para las cámaras internacionales, pero con un corazón vigilado por bayonetas.

Las aulas eran refugio y trinchera; la calle, un tablero donde se jugaba el derecho a disentir. Ese gobierno —tan preocupado por proyectar estabilidad— terminó revelando su verdadero rostro: uno que respondía a la crítica con cascos, escudos y silencio obligatorio.

Aquel México creyó que reprimiendo al estudiante apagaría la conversación. No entendió que la memoria, cuando se hiere, se vuelve monumento.

Hoy, más de medio siglo después, llegan otros jóvenes a hacer su entrada.

La Generación Z, nativa de pantallas y algoritmos, pero también hija de un país que les falló en seguridad, oportunidades y movilidad social.

Un país que les repite que “todo va bien”, mientras les ofrece fronteras cerradas al empleo, violencia cotidiana y un presente cada vez más caro y más incierto.

Como en el 68, el gobierno vuelve a obsesionarse con espectáculos globales, megaproyectos y narrativas doradas para vender afuera una estabilidad que adentro se cuartea.

Y como en el 68, responde al descontento con barricadas metálicas, discursos que deslegitiman, etiquetas que buscan reducir la voz juvenil a un capricho manipulado.

Pero, esta generación no marcha por nostalgia ni por repetir una épica ajena: marcha porque respira un Estado que minimiza sus miedos, porque conoce más víctimas de violencia que becas, porque la mitad de sus amigos no encuentra empleo, porque caminar de noche es un riesgo, porque alzan la voz y les contestan con desdén.

Los del 68 querían libertad para pensar y hablar.
Los del 2024–2025 quieren libertad para vivir y futuro para construir.

Ambos se encontraron ante gobiernos que quisieron maquillar la realidad con un relato optimista y una policía en la esquina. Ambos descubrieron que el silencio impuesto no hace país: lo fractura.

Y así, estas dos generaciones —separadas por décadas, unidas por la valentía— demuestran que, cuando el Estado se vuelve insensible, la juventud se vuelve brújula.
Que cuando el poder decide no escuchar, la calle se convierte en la sala de juntas de la nación.
Que no hay valla suficientemente alta para detener a quienes solo exigen lo que cualquier país serio debería garantizar: dignidad, seguridad y futuro.

Hoy, los hijos del 68 y los hijos de la Z se encuentran en un mismo corredor histórico.
Un corredor donde la represión no es destino, sino advertencia; donde marchar no es rebeldía vacía, sino un acto de gestión cívica, una auditoría pública al Estado.

Porque la juventud —ayer y hoy— no camina para destruir, sino para recordarle al poder que el país no es suyo: es de todas y todos.

Sobre la Firma

Legisladora combativa y constitucionalista firme con liderazgo panista con filo crítico.
dip_noemi_luna@hotmail
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